Eduardo Chillida, desafiando a la eternidad
Un 19 de agosto de hace 22 años fallecía uno de los más insignes artistas plásticos del país, poseedor de una trayectoria alabada en todo el mundo y que ha encontrado un natural emplazamiento a lo largo de los diversos paisajes donde ha enclavado una obra que tiende un diálogo entre el ser humano y su entorno
Del mismo modo que Eduardo Chillida (10 de enero de 1924 - 19 de agosto de 2002) esculpía sus obras en busca del resultado que satisficiera sus aspiraciones, su biografía creativa se gestó bajo un proceso similar, cincelando aristas que desembocaran en una identidad propia extensamente reconocible. Unos cimientos que nacerían delimitados por los caprichos del destino, cuando se produjo una lesión que le alejó en su juventud de los campos de fútbol. Otros capítulos, sin embargo, fueron dictados por la determinación personal, así se explica su abandono de los estudios de arquitectura tomados en la Universidad Politécnica de Madrid o incluso la –en apariencia– pintoresca, pero muy significativa, decisión de mitigar su innata facilidad para dibujar cediendo a su mano menos natural, la izquierda, la potestad de dirigir sus trazos, en busca de un proceso alimentado por un sesgo más racional y meditado.
Pero posiblemente la transformación más elocuente en su mirada coincida con su regreso a Donostia proveniente de París. Un traslado que no significa únicamente el retorno a su tierra, donde contraería matrimonio con la que sería su eterna compañera, Pilar Belzunce, sino también la consideración de lo restringido que resultaba su hasta ese momento acercamiento a la escultura figurativa, heredera directa de los parámetros asociados a la tradición griega, una perspectiva que domina obras, igualmente valiosas, como ‘Forma’, ‘Torso’ o ‘Concreción’.
Alejado ya del canon supeditado al cuerpo humano, la abstracción es el concepto que remueve un imaginario, que también deja atrás materiales a priori más maleables como el yeso, para, tras su aprendizaje en el trabajo del hierro desarrollado en la fragua de Manuel Illarramendi, escoger componentes mucho más rudos a la hora de ejercitar su baile de formas. Una aspiración por doblegar y dar vida a esos correosos materiales inertes que significa la perfecta traslación de esa constante lucha que le acompañó por intentar buscar la armonía en ese espacio ignoto sobre el que se suspende el vacío. Una misión que asumen ‘Música de las esferas’ o ‘Rumor de límites’, interpelando a través de sus piruetas formales al individuo en la búsqueda de un sentido a lo inexplicable.
Al igual que un escritor rebusca y altera su lenguaje para encontrar aquel territorio que le permita expresarse con mayor plenitud, Chillido realizó ese mismo ejercicio en la exploración constante de materiales que, pasados por su mano, pudieran desplegar con absoluta solvencia sus pretensiones. Labor que llegado el momento depositaría en el uso de la madera o el acero, germen la primera de ‘Abesti gogorra’, obra que entona una melodía que hace resonar su eco tanto en un plano intimista como con vistas al exterior, mientras que una osamenta de naturaleza más férrea describe la icónica ‘El peine del viento’, que desde su ubicación en el agreste entorno de la playa donostiarra de Ondarreta, un conjunto construido por el arquitecto Luis Peña Ganchegui, observa el horizonte a veces escoltado por la placidez del cielo y otras, embestido por la brusquedad de las olas del mar.
Esa querencia por imbricar sus composiciones en el propio espacio público, haciendo al contexto natural parte consustancial de su resultado global, siempre estuvo predispuesta a retocar su formulación en función de las bulliciosas inquietudes del artista. Una de ellas, especialmente relevante, nació consecuencia de la impresión causada en él por la luminosidad que observó durante su estancia en diversos lugares del Mediterráneo, incorporando dicho ingrediente a su visión escultórica, como sucede en la ‘Casa de Goethe’, ubicada en Frankfurt, o especialmente en la serie ‘Buscando la luz’, de la que uno de sus más representativos ejemplos se encuentra en el jardín exterior de la Pinacoteca Moderna de Múnich.
Las múltiples ubicaciones esparcidas a lo largo del mapa que han quedado rubricadas por la firma del autor nunca eludieron seguir habitando su tierra natal, haciendo del suelo de Euskal Herria hogar para algunos de sus más significativos trabajos, al margen de los ya mencionados, como ‘Gure aitaren etxea’, en Gernika-Lumo, una monumental estructura de hormigón que se yergue para defender de las garras del olvido aquel bombardeo de la localidad por la aviación nazi. Un recorrido que avanza por el Cantábrico para hacer parada en Gijón, con ‘Elogio del horizonte’, y continuar hasta Santiago de Compostela por medio de la sobriedad de ‘Porta da música’.
Un itinerario artístico que si bien está condensado en el bello paraje que acoge el Chillida Leku, en Hernani, mausoleo y morada de su inspiración, su legado está llamado a trascender cualquier tipo de limitación, incluso a soportar el inmisericorde paso del tiempo, porque sus obras tienen la capacidad de enunciar, en definitiva, aquellas interrogantes universales que siempre acompañarán al ser humano.