El lunes 19 de agosto de 1991 Mijaíl Gorbachov fue destituido por razones de salud, un pretexto habitual en tiempos soviéticos. En su lugar tomó el poder su vicepresidente, Guennadi Yanayev, que creó el denominado Comité Estatal de Emergencia, en el que participaron los principales responsables de las fuerzas armadas y los servicios secretos, así como un representante de la Unión de Campesinos y otro del Comité de Empresas estatales.
En la rueda de prensa, Yanayev aseguró que la política de reformas se había estancado y que el país tenía que hacer frente a una amenaza que no concretó. Preguntado sobre Gorbachov señaló que estaba cansado y esperaba que se recuperara pronto y volviera a asumir sus responsabilidades, para poco más tarde señalar que en un corto plazo se celebrarían elecciones directas. Mensajes confusos que dejaron la impresión de cierta improvisación.
La política de reformas impulsada por Mijáil Gorbachov, conocida por el nombre de perestroika (reconstrucción), no avanzaba debido a la división existente en la élite soviética sobre la dirección de las reformas y el aumento de las tensiones nacionales a causa de los problemas económicos. En este contexto, todo el mundo entendió que lo que había ocurrido en Moscú era un golpe de Estado. La mayor parte de las declaraciones de los líderes de otros países llamaron a la prudencia, como George HW Bush, aunque calificara lo sucedido como golpe del KGB.
El golpe se vivió con mucha preocupación en todo el mundo: la inestabilidad política en un país con un enorme arsenal nuclear no es muy tranquilizador. Por otro lado, algunos países saludaron el relevo de Gorbachov. Destaca entre ellos la OLP palestina, básicamente porque pensaba que el cambio frenaría el enorme flujo que supuso la emigración rusa hacia Israel en aquellos años.
Frente a los golpistas se posicionó inmediatamente Borís Yeltsin, entonces presidente electo de la Federación Rusa, que subido en un tanque a las puertas del Soviet Supremo ruso llamó a la huelga general y a la desobediencia civil. Se organizaron barricadas alrededor y la gente acudió a defender el Parlamento. A medianoche hubo un intento de asalto, pero tras algunas escaramuzas, los blindados se retiraron. De aquella noche contaba en sus memorias el general Aleksander Lebed, que más tarde sería asesor de Seguridad de Boris Yeltsin, que anduvo corriendo de un lado para otro hasta que se dio cuenta de que no era muy tranquilizador ver a un general corriendo por la calle.
Primeras deserciones
El martes, también por razones de salud, al parecer esta vez era verdad, dejó el Comité Estatal el primer ministro Valentín Pavlov. El ministro de Defensa, Dmitri Yasov, también se descolgó, lo que, unido al fracaso del intento de asaltar el Soviet Supremo ruso, dio la impresión de que los golpistas perdían apoyo rápidamente. Por otra parte, el presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, pedía escuchar a Gorbachov y señalaba que las resoluciones tomadas por el comité eran ilegales; y el parlamento de Estonia proclamó la independencia. Un día más tarde el parlamento letón.
Precisamente el día 20 estaba prevista la firma del nuevo tratado de la unión que llamaría a la nueva entidad Unión de Estados Soberanos. Fue pospuesta sin fecha por los golpistas. Muchos analistas consideran que fue el acontecimiento que provocó el golpe. Lo iban a firmar Rusia, Bielorrusia, Kazajistán, Uzbekistán y Tayikistán. El tratado reconocía a las repúblicas como estados soberanos, pero al mismo tiempo consideraba a la Unión un estado soberano. Las repúblicas bálticas, Georgia, Armenia y Moldavia no participaron en su elaboración.
El miércoles el Comité Estatal de Emergencia se desintegró, al tiempo que aparecía Mijaíl Gorbachov en Moscú. A partir de ese momento empezaron a poner en cuestión el papel de desempeñado por Gorbachov en la intentona, algo que sugirió desde el primer momento el que había sido su ministro de Exteriores, el georgiano Edouard Shevardnadze. Tampoco quedó claro el papel desempeñado por otros dirigentes, como el presidente del parlamento, Anatoli Lukianov.
Sea de ello lo que fuere, el golpe supuso el final del proyecto que empezó con la revolución de octubre. El viernes de esa semana se prohibió el Partido Comunista de la Unión Soviética y se confiscaron todos sus bienes. Y el 25 de diciembre Mijaíl Gorbachov firmó la disolución de la URSS, que dejó de existir, traspasando todas sus obligaciones internacionales y el arsenal nuclear a la Federación Rusa.
El golpe de Estado disparó la popularidad de Borís Yeltsin, que fue encumbrado como el paladín de la democracia. Paradójicamente, Yeltsin, el valedor de la democracia, ordenó dos años más tarde, en octubre del 1993, bombardear la Casa Blanca, entonces sede del Parlamento de la Federación Rusa, y expulsar a la mayoría que se oponía a muchas de sus reformas. Una vez más, los demócratas se reconocen, no por lo que hacen, sino por los intereses que defienden. Este bombardeo terminó con la oposición a la transición hacia el capitalismo.