El viernes 26 de agosto de 1983 es una fecha que difícilmente pueden olvidar todas aquellas personas que superan los 40 años. Ese día, el cielo se vino encima y Euskal Herria registró las inundaciones más dramáticas después de las de 1953.
No fue lluvia de un día. Las precipitaciones caídas de forma insistente en los cuatro días anteriores saturaron los suelos, de tal forma que ya no podían absorber más agua. Y el viernes por la tarde, las trombas de agua que cayeron de forma inmisericorde terminaron por desatar el caos. Fue un episodio de gota fría que no se detectó debidamente y que dejó registros increíbles, como los 500 litros por metro cuadrado de la estación de Iberduero en Larraskitu.
Y las consecuencias fueron también aterradoras. Todos los territorios costeros de Euskal Herria (Lapurdi, Gipuzkoa y Bizkaia) se vieron afectados por las riadas con las consecuencias descritas anteriormente, si bien lo peor en las primeras horas fue la incertidumbre e incluso el miedo que generó este terrible episodio meteorológico.
Bermeo, por ejemplo, estuvo incomunicada durante mucho tiempo por carretera y existían graves dificultades para establecer contacto telefónico, por lo que se creyó que el pueblo había desaparecido. Sobre todo, después de verse las imágenes de la cantera del Peñascal, donde cayeron toneladas de piedra sobre el barrio.
Las imágenes de Bilbo causaron también un fuerte impacto. La ciudad se encontraba en plena celebración de la Aste Nagusia y a las siete de la tarde la ría comenzó a desbordarse y llenar de agua el recinto festivo y el Casco Viejo, interrumpiendo la fiesta de forma repentina. Los trenes hundidos en la estación de Atxuri y el buque 'Consulado' a la deriva tras romperse sus amarras ya reflejaban la magnitud de la tragedia.
Con el paso de las horas, se iban conociendo los detalles del drama, sobre todo de aquellas personas que resultaron atrapadas por el agua mientras trataban de poner a salvo sus enseres en bajos y locales comerciales. Algunas consiguieron poner a salvo sus vidas, otras no. Como las cuatro que se encontraban en el camping de Azkaine y que fallecieron después de que sus caravanas fuesen arrastradas por el agua hasta el puerto de Donibane Lohizune. O el joven hijo de unos carniceros de Gernika tras hundirse el suelo del comercio.
Paisaje apocalíptico
Después de una noche oscura e interminable, amaneció un día soleado que sacó a la luz un paisaje apocalíptico con miles de edificios destrozados por las riadas, calles llenas de barro, enseres y coches inutilizables, vías de comunicación totalmente impracticables, talleres y empresas en ruinas y, lo peor de todo, cadáveres entre el barro.
En Gipuzkoa, gran parte de las localidades de las cuencas del Urumea, Oria, Urola y Deba se vieron afectadas por las crecidas de estos ríos, provocando innumerables daños en bajos comerciales, industrias e infraestructuras.
En Araba, Laudio fue una de las poblaciones más afectadas, ya que las aguas del Nervión alcanzaron los dos metros de altura, lo que provocó que la localidad permaneciese incomunicada durante más de 24 horas. En Nafarroa, las inundaciones afectaron al valle del Bidasoa, así como a diversas zonas de Baztan, Sakana y Araitz.
El agua también llegó a las instalaciones de 'Egin' en Hernani, aunque ello no impidió que al día siguiente se sacara una edición de urgencia gracias a la colaboración de los trabajadores de otros diarios, a los que se agradecía debidamente en la primera página.
El titular del día siguiente era lo suficientemente elocuente («La lluvia provoca el caos en Euskadi»), aunque todavía no reflejaba la realidad de la tragedia. Al segundo día, se describía con más exactitud lo sucedido: «El caos se convirtió ayer en tragedia», al confirmarse la existencia de un número indeterminado de víctimas mortales.
A la preocupación por las pérdidas económicas, se sumó la de la falta de agua potable, ya que la que llegaba a los grifos de las casas contenía gran cantidad de tierra y de elementos tóxicos. También las costas se llenaron de envases y bidones con productos químicos peligrosos, como los que aparecieron en las playas de Ereaga o en el puerto de Baiona, lo que provocó la prohibición del baño y restricciones en la pesca.
Ante este panorama, la población se echó a la calle y se remangó como nunca para limpiar los rastros del desastre y tratar de recuperar cuanto antes la normalidad. Incluso se formaron brigadas de voluntarios en distintas localidades para acudir a las zonas más afectadas, como Laudio. El entonces lehendakari Carlos Garaikoetxea asumió la dirección de las tareas de rescate y su Gobierno solicitó la declaración de zona catastrófica.
En las jornadas que siguieron al desastre, el pesimismo se apoderó de gran parte de la población, sobre todo por la gran afección que tuvo en la industria y el comercio, lo que provocó una oleada de expedientes de regulación de empleo. No obstante, con el paso de las semanas se fue recuperando la esperanza, y el tesón de la ciudadanía vasca consiguió que, poco a poco, la actividad económica comenzara a volver a la normalidad.
Petición de expulsión de Garaikoetxea
El lehendakari Carlos Garaikoetxea volvía a ser noticia tres años después, el 26 de agosto de 1986, cuando el BBB solicitó oficialmente que fuese expulsado del partido «por su paulatino alejamiento de las posturas y tesis de la dirección del PNV», a lo que se añadía la acusación de «contrariar la orden de silencio en actos públicos sobre la crisis interna del partido».
La petición se materializó en un documento de seis folios firmado por Jesús Insausti y dirigido al Tribunal Nacional del PNV, escrito en euskera y castellano, y al que tuvieron acceso varios medios de comunicación.
Y cinco años después de las inundaciones, el recinto festivo de la Aste Nagusia de Bilbo volvía a ser noticia, esta vez por las violentas cargas protagonizadas por la Ertzaintza contra las personas que protestaban por la izada de la bandera española en el Ayuntamiento.
Los incidentes comenzaron nada más procederse al izado de banderas en los mástiles del Ayuntamiento. Entre las cuatro enseñas se encontraba la española, que fue recibida con una sonora pitada, dando comienzo a los incidentes, que se saldaron con siete personas detenidas y varias heridas y contusionadas.
La imagen que ilustra la primera página del periódico del día siguiente es muy elocuente, con un agente de la Ertzaintza que sujeta con una mano su escopeta lanzapelotas mientras patea a un joven tendido en el suelo y arrinconado contra el pretil de la ría.