Ocurrió un 9 de septiembre, en el campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos. Con las primeras horas del día varios incendios destruyeron la práctica totalidad del recinto que debía dar cobijo a miles de personas llegadas a las costas europeas huyendo de la guerra. El campo, diseñado para unas 2.500 personas, acogía en aquellas fechas a cerca de 13.000, la mayoría de ellas instaladas en tiendas de campaña, expuestas a las inclemencias de la meteorología, fuera invierno o verano.
Antes de que las llamas arrasaran humildes hogares improvisados, los refugiados en Moria llevaban más de seis meses en cuarentena. El fuego prendió esa noche, aunque no sorprendió que Moria estallase. ONGs y organismos de la ONU como Unicef y ACNUR llevaban tiempo alertando de que la situación era insostenible en el que se había convertido en el mayor campo de refugiados de Europa.
NAIZ y GARA se hicieron eco de multitud de testimonios de cooperantes vascos desplazados a Lesbos para prestar ayuda a las personas refugiadas. Voces de colectivos como Zaporeak o Médicos del Mundo narraban en estas páginas una situación extrema en Moria.
En la información destacada publicada al día siguiente como Eguneko Gaia, sección dedicada a los temas más importantes de la jornada, se recordaba precisamente que hacía tiempo que el campo de Moria era «una bomba de relojería no atendida», algo que había sido sobradamente denunciado y era conocido, un polvorín del que se había alertado en numerosas ocasiones a las autoridades europeas. Se dejó estar, hasta que el fuego acabó con lo poco que conservaban miles de personas, muchas de ellos niños y niñas.
En declaraciones a GARA, explicó el «terror» y la «desesperación» vivida en esos primeros momentos Malen Garmendia, coordinadora del proyecto Zaporeak en Lesbos. En una entrevista por teléfono con la periodista Ainara Lertxundi, contó que miles de personas tuvieron que huir «con lo puesto». Primero fue huir del fuego, y luego de lo que se encontraron en la huida. Intentaron llegar al pueblo, pero se encontraron con la Policía bloqueando el paso. Efectivos desplegados en el lugar llegaron a cargar contra quienes se encontraban en la carretera, donde había unas 2.500 personas.
La ONG vasca repartió alimentos aquella jornada, en la que tuvo que trabajar a contrarreloj para facilitar comida al mayor número de personas posible. El testimonio ofrecía otro dato que ilustraba la medida de la tragedia en Moria, la gente pedía sobre todo agua, algo de lo que no disponían los almacenes de Zaporeak.
«Donde se vulneran todos los derechos»
La cooperante no pasó por alto la responsabilidad de la Unión Europea (UE), recordando que organismos de la ONU venían alertando de las condiciones extremas que se vivían en el campo de Moria, empezando por la falta de higiene. «Todos decíamos que la situación iba a explotar en cualquier momento porque el campo de Moria era un espacio de tortura, donde se vulneran todos los derechos humanos», indicó.
La cuarentena a la que habían sido sometidos en los últimos seis meses y la aparición de los primeros casos de covid-19 fueron uno de los factores determinantes que contribuyó a aumentar la presión sobre un colectivo que vivía hacinado, sin oportunidades ni expectativas.
Y tras perderlo todo, el miedo, la incertidumbre... «No saben qué va a ser de ellos, si van a ser asistidos o no, si los van a trasladar... Están desorientados», explicaba Garmendia. Desde su experiencia en la atención a las personas refugiadas, la cooperante de Zaporeak lamentaba que, una vez más, una catástrofe humanitaria tuviera que terciar para que Europa situase sus ojos en Moria.
La cooperante habló con GARA tras el incendio, pero solo unas semanas antes del suceso, Garmendia había relatado en estas páginas que «con la excusa del coronavirus», Moria se había convertido en un campo de detención. En aquella entrevista reflexionaba la cooperante vasca sobre la oportunidad de Europa de ser un sitio diferente, un espacio de humanidad mirando a las personas refugiadas como lo que son, «personas como nosotros, buscando una vida mejor».
En una pieza más extensa, pegada a las informaciones que iban llegando desde el lugar, NAIZ detalló que los incendios comenzaron de forma simultánea y «no accidental», citando fuentes del Gobierno griego. Esas primeras informaciones señalaban que mientras algunos medios del lugar atribuían la autoría de los incendios a habitantes de Lesbos, la agencia de noticias alemana DPA situaba el origen del fuego en los enfrentamientos entre los propios refugiados, una versión que secundaba la agencia griega ANA-MPA. Estas fuentes situaban el detonante de lo sucedido en el anuncio de 35 positivos por covid-19, que debían aislarse junto a sus familias y contactos estrechos a las afueras del campo.
Según los mismos informantes, algunas personas se habían negado al aislamiento, mientras otros habrían intentado abandonar el campo de madrugada huyendo del peligro de contagio por su proximidad a positivos en condiciones de hacinamiento como las que se vivían en Moria.
No era esta la primera ocasión en la que la situación del campo de refugiados de Moria saltaba no solo a las páginas de GARA, sino también abordado en profundidad en reportajes y entrevistas en ZAZPIKA y GAUR8. Un 9 de setiembre se desató el fuego, pero antes las olas de frío se habían cobrado vidas en Moria, entre llamamientos a las autoridades a disponer de infraestructuras adicionales de acogida que nunca llegaron.