1977/2024 , September 21

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Entrevista a Joan Manuel Serrat en ZAZPIKA

En 2008, tras finalizar su gira junto a Joaquín Sabina, el cantante y compositor Joan Manuel Serrat se retiró para descansar a la localidad navarra de Viana. El colaborador de GARA recientemente fallecido Koldo Landaluze descubrió el refugio del creador catalán en la localidad navarra y conversó pausadamente con él para ZAZPIKA: «En Viana sigo siendo Juanito para aquellos con los que comparto edad y millones de experiencias vitales».

Entrevista de Koldo Landaluze a Joan Manuel Serrat en ZAZPIKA.
Entrevista de Koldo Landaluze a Joan Manuel Serrat en ZAZPIKA. (7K)

Esta es la transcripción de la entrevista realizada por el periodista Koldo Landaluze:

JOAN MANUEL SERRAT:

«La poesía es un arma llena de pasado, rica en presente y cargada de futuro»

Koldo Landaluze

Hay entrevistas que nacen especiales. Son aquellas que surgen de lo impre­visto, del instante que describiríamos como má­gico. No es cuestión de entrar en deta­lles, pero sí es cierto que un instante y un protagonista, reunidos en un espacio determinado, provocan una ruptura de cálculos y hacen que la entrevista se transforme en una conversación que subvierte las normas preestablecidas de la fórmula consabida "pregunta-res­puesta". Cobra forma la improvisación cuando el entrevistador descubre al en­trevistado entre las callejas de piedra de Viana, lugar al que siempre ha perma­necido unido y al que regresa habitual­mente para buscar el descanso y la com­pañía de sus amigos de toda la vida.

Ahora, y porque quizás así lo dicten el instante y el espacio, nace la conversación. En las murallas de esta ciudad me­dieval de Nafarroa queda grabada la cita con el 'Noi del Poble Sec' que ha canta­do al Mediterráneo, a infinitas mujeres de rostros y nombres cambiantes, a in­fancias pasadas, a la libertad, a los locos bajitos y a aquella Penélope que, al igual que la paciente mujer de Ítaca, aguardó la llegada de Ulises en el impás impreci­so que delimita la cordura de la locura.

Sobre fondo de mares de viña, se asoma la pregunta de rigor que certifica su plena recuperación del cáncer de ve­jiga: «¿Qué tal te encuentras?» Y él res­ponde con rotundidad: «Mejor que nunca». Sonríe a una joven que se acerca hasta él con una caja que incluye una re­copilación de sus discos. Firma el reco­pilatorio y, a pocos pasos, una anciana le detiene el paso. Él, sin perder la sonrisa, sella el encuentro con un abrazo y un «¿cómo no me voy a acordar.»

En las murallas de Viana, la conver­sación cobra forma definitiva con Joan Manuel Serrat.

¿En qué etapa se encuentra?

En la única que tengo. Estoy en la que me toca jugar. Con esto te quiero decir que las etapas ya pasadas no están y que desconozco las que me quedan por recorrer. El hombre es su presente. Lo que sí sé es que me encuentro inmer­so en un presente productivo, un pre­sente ilusionado y con proyectos que afronto con muchísima energía. Me siento a gusto con lo que estoy viviendo y compartiendo. No se puede relativizar el "ahora" con respecto a lo que ya ha ocurrido y, evidentemente, con lo que llegará... ¿Quién puede saber lo que nos espera a la vuelta de la esquina?

Cuando afronta una composición, ¿qué llegó primero: la palabra o el sonido?

La canción es palabra y sonido. Las palabras son sonidos. La maravilla del lenguaje, y del uso del lenguaje, es que crea cantidad de sonidos por sí mismo. En el caso de escribir una canción, compuesta por dos partes fundamentales que son texto y melodía –aparte de otras a las que a veces no se les concede tanta importancia, como pueden ser la armonización y la rítmica–, todo depen­de de lo que se quiera hacer y dónde quieras cargar las tintas, con mayor o menor acierto. No todo funciona con la regla del 50%, sería absurdo. Cada can­ción tiene su propia necesidad rítmica y musical. Lo que sí es seguro es que una buena canción sigue siendo un buen texto con una buena música y que no existe una buena canción si falla alguno de los dos pies. Todo esto pude parecer demasiado obvio, pero es una regla pri­mordial que se olvida con demasiada frecuencia.

¿Desconfía de las musas?

Siempre. Se escabullen y hay que agarrarlas con fuerza. De todas formas, no niego la inspiración instantánea; al contrario, creo que toda obra es fruto de una suma de momentos inspirados y de musas encabritadas. No creo tampoco, al menos a mí no me ha ocurrido, que un momento determinado inspirado haya sido capaz de generar algo tan relativamente importante como una canción. Lo que sí es cierto es que en el transcurso de un paseo pudo surgir una idea que, con posterioridad, tuve que desarrollar y que, en el futuro, quizás llegó a canción o cayó en el olvido. Cada artista tiene su forma de hacer las cosas y la mía se concreta en trabajo, más trabajo, constancia y tozudez.

«Como decía un amigo mío, "la lengua española puede estar en peligro en Taiwán o en las islas Fidji"»

¿Le ha ocurrido en alguna ocasión no haber dado con la música que precisaba cierto verso?

Para eso existe la paciencia. Hay dos herramientas fundamentales para solventar este problema habitual: trabajo y paciencia. No es que me haya ocurrido alguna vez; es lo que más me ha ocurrido en la vida. La palabra tiene que estar a la altura de la música y viceversa. Es muy raro que, de entrada, una música y un texto fantástico se te aparezcan de improvisto. Lo más corriente es que ocurra lo contrario... (ríe), que aparezcan un texto malo y una mala música.

¿Es la receta alquímica aplicada a canciones como 'Mediterráneo'?

Yo creo que 'Mediterráneo' es una canción muy afortunada. En ella coinciden muchas cosas. Sobre todo, porque ha concitado la complicidad de la gente. La gente la ha modificado y la ha trans­formado de canción a himno. Esto es lo más satisfactorio que le puede ocurrir a un autor. Afortunadamente, es un caso que me ha pasado con varias canciones. Cuando estas cosas ocurren, uno se siente muy orgulloso de lo que hace y se siente tremendamente feliz de haber tenido la suerte de que su obra haya podi­do trascender realmente a la gente y que ésta la haya hecho suya.

Con 'Mó' (2006), su último disco gra­bado en solitario, ¿se reencontró con el catalán?

Sigo componiendo en catalán por­que quiero y porque me gusta . Mi últi­mo disco, 'Mó' –que es el nombre con el que los aborígenes de la isla de Menorca reconocen a su tierra, Mahón–, nace de las tripas y, con toda sinceridad, te digo que es uno de mis mejores trabajos. Es muy consistente y fantástico. Curiosa­mente, tuvo la suerte de ser número uno en las listas del Estado. Es un dato im­portante, teniendo en cuenta que ha si­do grabado en una lengua periférica.

«En la Guerra Civil, las tropas nacionales mataron a mi abuelo, a mi abuela y a treinta familiares más»

¿Está en peligro la lengua española?

Como decía un amigo mío, muy inte­ligente y castellano él, «la lengua españo­la puede estar en peligro en Taiwán o en las islas Fidji». Son historias que se mane­jan con intenciones claramente políticas. En el caso de Catalunya, no existe ninguna preocupación en este sentido. Ninguna encuesta realizada a la ciudadanía daría este resultado. Yo creo que la pluralidad siempre es riqueza. A veces, uno ve, la­mentablemente, que muchas de las cosas que uno clama por ser marginado, en cuanto tiene la oportunidad, se convierte en un marginador voluntario y con extremada facilidad. En el proceso de recons­trucción democrática, todavía faltan al­gunos espacios de tolerancia y generosi­dad que, quizás, nuestra historia no ha permitido consolidar todavía.

Cuando en estos tiempos de crisis y de recesión económica alguien coge una guitarra, ¿da prioridad a la ironía o a la mala leche?

Que vivimos tiempos de recesión económica está claro. Hay que tener en cuenta que hemos vivido tiempos de vacas muy gordas y que, quizás y en general, había que haber sido mucho más prudentes. Esperemos que cada cual, en su campo, sea capaz de tirar de este carro colectivo. Impera la necesidad colectiva de no caer en tremendismos y de ser coherentes con los tiempos que nos tocan vivir. De todas formas, la ironía siempre es un buen recurso para hacer frente a los tiempos.

¿Sigue siendo la poesía un arma cargada de futuro?

Sí, por supuesto que sí. Eso lo dijo el bueno de Gabriel Celaya. Lástima que nos falten muchos más versos de Celaya. Fue un extraordinario poeta que, a veces, no ha sido lo suficientemente recompensado ni como poeta, ni como ser humano. La poesía es un arma llena de pasado, rica en presente y cargada de futuro. En general, el arte es una muestra de la compleja alma del hombre, pero lanzada hacia fuera. Siempre resulta saludable que saquemos los sentimientos y que éstos estén por encima de sensiblerías insignificantes.

¿Qué valoración hace de su proyecto compartido junto a Joaquín Sabina? Muchos han descrito 'Dos pájaros de un tiro' como la reunión de dos artistas antagónicos...

Joaquín y yo no somos, en nada, antagónicos. No solamente somos complementarios, sino que somos coincidentes. La forma que tiene él de hacer música no es muy diferente a cómo la concibo yo. Si no, no entendería la simbiosis producida sobre el escenario. Sí es cierto que Joaquín y yo miramos las cosas desde diferentes perspectivas, en muchos casos, pero miramos las mismas cosas. Es lógico que cada cual las transmita de manera diferente. En eso se basa la riqueza cultural. Únicamente la suma de las miradas nos ofrece la visión completa del conjunto.

¿Y cómo fue compartir escenario junto a él?

Todo resultó muy cómodo. Es una persona muy inteligente, sensible, un hombre que, en muchos casos, va por detrás de su propia leyenda. Conoce muy bien sus propias limitaciones y las de los demás, y por eso sabe situarse en el lugar que le corresponde. Un trabajo, hecho así, a cuatro manos, exige por encima de todo mucho respeto a lo que hace el otro, cariño al trabajo de tu compañero y generosidad en lo referido a lo que tú haces. Es decir, ser capaz de mostrarte siempre amable y cortés con tu amigo. Que lo parido en el escenario se traduzca en una sana complicidad.

«En Viana sigo siendo Juanito para aquellos con los que comparto edad y millones de experiencias vitales»

Imagino que ha sido una experiencia muy especial si tenemos en cuenta que Sabina le dedicó una canción a su primo 'El Nano'.

Más allá de este detalle emotivo, que dice mucho acerca de nuestra amistad, ha resultado una experiencia enriquecedora. Creo que nací para que me quieran; te lo digo en serio. Siempre manifesté abiertamente mis querencias, pero no todo el mundo es recíproco. Es imposible tener amigos de verdad sin tener también tus detractores de verdad. Dicho esto, es fácil ubicar a Joaquín.

Resulta inevitable una referencia a este encuentro en las murallas de Viana...

Son ya 51 años los que he pasado por esta tierra. Tengo amigos, amigos que considero familia. Tengo una forma de entender las cosas que es muy coincidente con la gente de aquí. He hecho un largo aprendizaje desde mi niñez hasta estos momentos, en los que sigo implicado, que me va muy bien y me educa. Y, por otra parte, yo siempre me he sentido muy bien tratado aquí, como uno más del pueblo. Nunca me trataron como un niño anónimo, ni como un cantante famoso. Fui Juanito cuando llegué y lo sigo siendo para aquellos con los que comparto edad y millones de experiencias vitales.

¿Viana, en su caso, simboliza ese recodo en la vida que nos devuelve a una infancia perdida?

Tiene mucho más que ver con la necesidad de sobrevivir y de reflejarnos en aquello que amamos, independientemente de que uno sabe que los paraísos perdidos se perdieron definitivamente y hace ya muchos días. Cuando vengo aquí, yo no busco paraísos perdidos, ni pretendo resucitar infancias muertas. Busco seguir encontrándome a mi mismo y seguir creciendo en lo que soy y en lo que son mis amigos. Ellos también han pasado la edad de los 60 años y también son abuelos, pero hemos podido seguir creciendo juntos con independencia de cuestiones sociales, económicas, políticas, lingüísticas, artísticas..., con independencia de que yo sea un cantante famoso y el otro un albañil. Seguimos siendo el uno del otro y ello nos indica que no mantenemos distancia alguna porque sabemos que lo más importante está en otro lugar y en ese lugar coincidimos y coincidiremos.

En un hipotético viaje a través del tiempo y mirando más allá de estas murallas, ¿qué nos encontramos?

Queda el reencuentro con mi madre, que era de Belchite. La sombra viva de mi abuelo, que ejercía como secretario del juzgado y al que mataron durante la Guerra Civil. Lo mataron las tropas nacionales a él, a mi abuela y a treinta familiares más. Rememoro aquel primer día que fui Belchite, con cinco o seis años, aferrado a la mano de mi madre.

Viajamos en el tren desde Urillas en cuanto ella creyó superado el dolor. Caminamos desde la estación al pueblo viejo y nos veo cruzándolo, atravesando los restos de una iglesia derruida y lo que quedó de varias calles más. Recuerdo la frescura de la acequia y el trayecto que derivaba en la tahona, a donde iba a por el pan. Cuando compuse 'Canço de breçol', quise darle, a mi manera, el beso a aquella mujer luchadora que siempre soñó con su pueblo y con la idea de haber sido bailarina.

¿Y qué recuerdos guarda de su padre?

Su gran capacidad para fabricar y diseñar todo tipo de utensilios domésticos utilizando los recursos más básicos. Era un hombre sabio y muy mañoso. Le recuerdo en las horas que compartíamos pescando, enseñándome a poner el gusano en el anzuelo...

¿Queda en la evocación de su infancia el poso de la felicidad?

Sin duda alguna. De todas formas, siempre me he considerado una persona muy afortunada. La niñez nos devuelve los sabores de la fruta, el aroma del campo y la luminosidad del verano. Relaciono mi niñez con la felicidad, con el paso previo a los grandes descubrimientos que la vida me ha ofrecido progresivamente.

Y si miramos hacia el norte, hacia Euskal Herria, ¿qué recuerdos legó su encuentro con otros cantautores?

Sigo siendo un ferviente seguidor de Mikel Laboa. Para mí, es uno de los grandes genios de la canción. Es increíble su capacidad de romper los ritmos y reconstruirlos. He tenido la suerte de haber sido amigo de Gorka Knorr o de conocer a Benito Lertxundi. Especialmente he tenido una gran relación con muchos artistas de mi generación, que son aquellos con los que nos han pasado las cosas, gente con la que he compartido todo tipo de situaciones, con la que hemos crecido juntos en el bien y en el mal, en la salud y en la enfermedad (ríe)... como en los matrimonios.

¿Se encuentra inmerso en algún nuevo proyecto?

Yo creo que cualquier artista está haciendo cosas; hay que obviar la dictadura del tiempo. No es cuestión de que lo haga tarde más o menos tiempo en concluirlo. Busco espacios largos de tiempo para escribir, para pensar, y con independencia de que escriba o no. Pero, sobre todo, busco espacios para seguir subiéndome a un escenario. Es un lugar muy reconfortante y un lugar para el reencuentro. Para otros artistas, puede ser el lugar donde definen lo que hacen. Para mí, el escenario es, en sí mismo, una definición. He tenido la suerte de viajar por muchos países y de pisar escenarios diferentes. El escenario forma parte de mí, es una necesidad y me exige –no la gente, sino 'ese' que llevo dentro– tener que salir muy a menudo porque no quiere perder la relación que comparte con muy buena parte del mundo, y si esa relación no se mantiene, termina por oxidarse y se estropea.

¿Joan Manuel Serrat es de distancias cortas?

No me importan las distancias. Depende de lo que tenga alrededor y, por encima de todo, de la gente. Un concierto en un gran espacio con un público fervoroso y atento puede ser de una emoción absoluta. Tocar en la Plaza de los Congresos en Buenos Aires ante más de 200.000 personas en silencio absoluto... eso acojona que no veas; mucho más que en un ámbito pequeño. De cualquier manera, pienso que el artista siempre mide su distancia ideal y, para mí, esa distancia es aquella en la que no se pierde el gesto, en la que el detalle no es comido por la distancia que separa al artista del que está sentado en la butaca.