Paco Ibáñez Gorostidi nació en València y vivió, como consecuencia del exilio, en Barcelona, Perpinyà y París, pero siempre ha dejado claro su amor por Euskal Herria. El cantautor pasó también parte de su infancia y adolescencia en Aduna, pueblo de su madre, en el caserío familiar. En uno de sus regresos a las raíces, durante el año 1979, 'Egin' pudo hablar con Ibáñez sobre la canción protesta, el arte, el oficio de cantar y sus proyectos en euskara.
De hecho, Ibáñez explica por qué no había cantado antes de esa fecha en la lengua de su madre: «Cuando volví en el 68 cantaba en castellano. Era una época en que en Euskadi se estaba tomando conciencia nacional y si yo hubiese cantado también en euskara habría representado un papel ambiguo, el del buen cantante símbolo de una convivencia armoniosa entre las dos lenguas. No quise jugar a esto, hice de tripas corazón y me aguanté». Finalmente, aunque con un poco de espera, acabó cantando en euskara en el disco 'Oroitzen', publicado en 1998.
Esa fue la primera vez que Paco Ibáñez habló para un periódico vasco, pero no la última. Paco Ibáñez ha sido entrevistado en diversas ocasiones para NAIZ y GARA, aprovechando sus conciertos en Euskal Herria.
Paco Ibáñez o el reencuentro con un tiempo que no perdió
J.P.B.
Paco Ibáñez gure artean dabil berriz ere. Parisen bizi da arraina itsasoan bezain ongi. Orain, azkeneko egunak, Adunako Apakintza baserrian eman ditu «Gipuzkoa eta honen inguruetako herririk onenean!». Duela hilabete batzuk egin zion Penintsulan zehar jira emateari, hain zuzen ere Arrasaten hasita. Berak dioenez, ez zen izan kasualitatea Arrasaten ekitea, «honela nire eskerrona agertu nahi nien Euskal Herriaren alde borrokatu diren eta borrokatzea direnei, baserrietan euskara salbatu dutenei, honen guztiaren bidez nire herriak berriz eskuratuko baitu bere nortasuna».
Frankismoaren ondoren lehenago zergatik ez den etorri galdeturik, zera erantzun du, berrogei urteko tunel ilunaren ondoren demagogia asko emango zela ziur zela eta ekaitza pasa zai egon dela. Oraindik ez du euskaraz grabatu eta honen frustrazioa berekin daramala dio. Badu grabatzeko asmoa.
Aita valentziarra eta ama euskalduna ditu –emigrazioaren fruitu– eta nahiz haurtzaroa Adunan pasa, gaztelania izan da bere hizkuntza. Jendeak egun dion harreraz pozik agertzen da, garai batean abeslari militante bezala ibiltzen zirenez gero, beti ongi hartuak izaten baziren ere, gaur kalitatezko lanak dagoela eman beharra dio eta dirudienez hau dela bere kasua, egindako harrera kontuan hartzen bada.
Está en París como un pez en el agua y disfruta de esa misma identificación con el medio en el caserío Apakintza, donde transcurrieron sus diez primeros años de vida. Allí, en Aduna, –«el mejor pueblo de Guipúzcoa y alrededores», según dice–, ha pasado los últimos días como un reencuentro del tiempo que nunca perdió, acompañado de su madre, sus dos músicos (Jean Luc Merechal, 'El bretón'; y Maximiliano Ibáñez, sobrino suyo) y su técnico de sonido, Manolo Iradier.
En ese paisaje recuperado rindió un homenaje a un viejo amigo, ha jugado unas cuantas partidas de mus y pala, se ha corrido dos o tres juergas y ha respondido, a la media tarde, casi con el último bocado en el gaznate, a la pregunta sobre su tardanza en volver.
–Pretendía dejar pasar la ola demagógica que previsiblemente se iba a producir después de los cuarenta años en la oscuridad del franquismo. Durante todo ese tiempo, nadie se fijaba si cantabas en plan profesional o en plan militante. Cualquier actitud estaba condicionada por el lógico antifranquismo en un frente en el que yo participaba, pero que tenía que dejar de existir desde el momento en que se legalizaban los partidos, se implantaba eso que llaman democracia y existían plataformas reales de expresión. A partir de esta realidad, mi opinión era que nuestro papel tenía que cambiar, limitándose a sensibilizar con nuestro trabajo, desde la profesión. Me oponía a ser una marioneta a la que llevan de un lado para otro, no quería que los partidos, o quienes fueran, se aprovecharan y me utilizaran como gancho. Me llamaron, me ofrecieron plazas de toros, estadios de fútbol y el copón, pero de haber aceptado, hubiera traicionado una serie de valores y creencias personales. Eres como un limón al que exprimen bien, y después te dejan tirado, se despreocupan de ti. Te tratan sin consideración, de forma salvaje y despiadada.
Paco ha ido subiendo de tono conforme avanzaba su explicación y, al final, ha soltado un contundente «que les den por el…», marcando con nitidez apabullante sus distancias frente a esa instrumentalización.
El agradecimiento a los luchadores
–¿Cuáles son esos valores personales que hubieras traicionado? ¿Te opones a la explotación partidista de tu imagen por convicciones ácratas?
–Eso no tiene nada que ver. No se trata de valores políticos, ni militantes, sino artísticos y culturales. Si yo estoy no sé cuánto tiempo estudiando guitarra y haciendo canciones, es para que la gente me escuche. Y para que pueda presentar mi trabajo se tienen que dar unas condiciones mínimas. Nadie es capaz de imaginar un concierto de Andrés Segovia interpretando 'La chacona' de Bach a las seis de la tarde en la Plaza de la Concorde, ¿verdad?
Paco Ibáñez dejó pasar el tiempo, esperó a que amainaran los vientos de entusiasmo, las mitificaciones fáciles y volvió, iniciando su gira por la península en Mondragón, un punto de partida en absoluto condicionado por la casualidad.
–Escogí Mondragón por una promesa. Quería demostrar mi agradecimiento a todos aquellos que han luchado y siguen luchando por Euskadi. Su sacrificio y su valentía –y la conservación del euskara en los caseríos– ha hecho posible que el pueblo vasco recupere su identidad perdida poco a poco a lo largo de los siglos.
–Y, además, tu vuelta a los escenarios fue un 14 de abril…
–Eso no fue premeditado, se debió a una mera coincidencia. No nos vayamos a pasar de listos.
«Cuando voy por el mundo y oigo un txistu, se me revuelve la sangre»
Paco Ibáñez no parece un tipo de aquellos siempre dispuestos a pasarse de listos. Es un hombre que tiene necesidad de ser sincero, de expresar en cualquier momento sus emociones, su estado de ánimo o de su particular visión del cosmos. Alternativamente, da impresión de fragilidad y de fortaleza, de timidez y de atrevimiento, de entusiasmo y de desidia. Y si alguien intentara reducir todos esos Paco Ibáñez a uno solo, se enfrentaría con una tarea imposible porque todos son igual de convincentes.
Un encuentro más verdadero
–¿Cómo te ha recibido el público después de ocho años de ausencia?
–Muy bien, a pesar de que temía que hubiera una pequeña fisura, porque llegaba con un nuevo repertorio que se tenía que recibir a nivel sensible y no por su relación con eslóganes o posiciones políticas. Ha sido un encuentro más verdadero. Esta vez no había el tipo de consideraciones de «quién eres, de dónde vienes, a quién representas». Era como un ebanista al que antes se compraba sus productos porque era pobre y tenía diez hijos y ahora se le compra por la calidad de su trabajo. Yo he vivido con mis cajitas y me las han comprado porque gustaban como objeto en sí.
–En algún recital tuviste tus más y tus menos con un grupo de feministas por la incursión en el repertorio de una canción basada en unos versos del Arcipreste de Hita…
–Cuando actúo, estoy siempre en estado de alerta, no dejo a nadie que diga nada porque una o dos personas pueden echarte todo por el suelo. Bueno, si alguien dice algo que tiene peso, con razón, entonces sería el primero en reconocer su postura, aunque esto es muy subjetivo, cuesta ser imparcial cuando esa razón supone una piedra que te va a caer encima. Yo hago un trabajo serio, no engaño a nadie y desde el momento en que termino una canción y la canto, me siento tan fuerte como el granito y capaz de enfrentarme con yo sé qué, con el cosmos entero.
–En el caso que nos ocupa, la postura de las feministas parecía una «pasada» porque, al fin y al cabo, tu canción se remitía a un texto poético escrito siglos antes.
–Demostraron falta de humor, evidenciaron falta de cultura y ni siquiera dejaron el tiempo necesario para esperar al final y ver cómo terminaba la canción. Era una reacción con impulsos determinados, típica de la gente que tiene la cabeza llena de pegatinas.
Entre el taller y los discos
El cantante, después de contar una anécdota al respecto, arremete contra «esos tipos más revolucionarios que nadie, esos hipnotizados y fanatizados para los que sólo tienen importancia las fórmulas determinadas, esos que únicamente miran de frente como los brutos». Y, al preguntarle sobre su posición ante el tinglado de la industria del disco, da muestras de posibilismo.
–A partir del momento en que grabas, tienes que funcionar por criterios de eficacia. Las casas discográficas te distribuyen los discos tanto en Aduna como en Algeciras o Calatañazor. No deja de ser una concesión, pero ¿qué alternativa hay? Si quieres evitar la integración, puedes pensar en formar tu propia casa de discos, pero eso supone también pasar por el aro.
«Quise dejar pasar la ola demagógica que se iba a producir después de los cuarenta años en la oscuridad del franquismo»
El caso es que Paco Ibáñez, con cinco discos a cuestas, graba ahora para Ariola. Están lejanos sus inicios en el mundo de la música bajo el padrinazgo creador de Brassens y a estas alturas tiene claro que «nací para vivir por la canción y si puedo, de la canción». A la par ha montado, junto con su hermano, un taller en el que desengrasar posibles ínfulas seudoartísticas.
–El taller responde a una necesidad de volver a mis fuentes. Mi padre era ebanista y nos enseñó a los hermanos el oficio; Rogelio es un ebanista de primera. Yo no sé cómo explicar el porqué de la necesidad de tocar algo concreto, pero la tengo. Es una forma de crear –coger un pedazo de madera y darle un alma– y además todo un placer sensual. Hay maderas tan bellas: el ébano, el cerezo…
Grabar en euskara
–¿Tu proyecto de grabar un disco en euskara también es un retorno a las fuentes?
–Durante años me he sentido frustrado por no hacerlo. Yo soy hijo de padre valenciano y madre vasca, hijo de la guerra, refugiado. Después de pasar toda mi infancia en Aduna, me tocó vivir en Perpignan y en París. El castellano se me fue imponiendo como mi principal lengua vehicular, fue una planta que creció así y cuando volví en el 68 cantaba en castellano. Era una época en que en Euskadi se estaba tomando conciencia nacional y si yo hubiese cantado también en euskara habría representado un papel ambiguo, el del buen cantante símbolo de una convivencia armoniosa entre las dos lenguas. No quise jugar a esto, hice de tripas corazón y me aguanté. Ahora que no hay esta pega, voy a preparar un disco.
– ¿Con textos tuyos?
–Será a base de canciones tradicionales, de poesía antigua o de poesía de hoy, ya veremos. Pienso pedir la ayuda de Imanol, Lete, Laboa… No te puedes imaginar la ilusión que tengo. Yo, cuando voy por el mundo y oigo un txistu, se me revuelve la sangre.
–¿Usas el euskara cotidianamente?
–Con mi familia sólo. ¿Si no, con quién? Una vez iba en el metro en París con Rogelio y nos sentamos al lado de dos chicas. Estaban hablando francés, pero se pasaron al castellano. Nosotros hablamos en castellano, y ellas se pasaron al euskara. Nos hicimos los locos y cuando se iban les dijimos «agur, nola gaude?». Se quedaron completamente cortadas.
–¿Y no tienes ganas de volver definitivamente, de abandonar esa especie de exilio parisino?
–No me siento exiliado. He vuelto y no tengo ningún impedimento para hacerlo cuantas veces quiera. Estoy en un medio al que me he identificado a fuerza de años. En París me siento, como diría Mao, como «un poisson dans l’eau». Lo que voy a hacer es venir más a menudo, pero para cantar y vivir en el país más profundamente. La segunda parte de la gira no va a ser como ésta, que parecía la vuelta a España o la vuelta a Francia. Hemos dado 27 recitales en mes y medio y eso no son formas.
Paco y sus tres mosqueteros están deseando que se acaben las preguntas. Ha salido entre las nubes un tímido sol y quieren aprovecharlo para ir a jugar a pala. Antes de la despedida hablamos del recital del último sábado en Aduna en homenaje a Quevedo: «Como llovía lo tuvimos que hacer en la iglesia y hubo gente que no pudo entrar; aunque el tío Ramón dice que la iglesia se llenó porque era gratis y que si hubieran tenido que pagar, no habría venido ni Dios».