El 27 de septiembre de 1975 se producían las últimas ejecuciones del franquismo. Los militantes de ETA (pm) Jon Paredes Manot 'Txiki' y Ángel Otaegi Etxebarria eran fusilados en Cerdanyola del Vallès y Burgos, respectivamente. También los militantes del FRAP José Luis Sánchez Bravo, Ramón García Sanz y Humberto Baena fueron ejecutados ese mismo día en la población madrileña de Hoyo de Manzanares.
Desde aquel año, cada 27 de septiembre se conmemora en Euskal Herria el Gudari Eguna, que recuerda las muertes de 'Txiki' y Otaegi, así como las del resto de militantes fallecidos en el transcurso del conflicto político y la guerra sucia. Y tanto 'Egin' como GARA han recordado en numerosas ocasiones esta efeméride en sus páginas.
Muestra de ello es el cuadernillo especial que 'Egin' publicó en 1995 con motivo del 20º aniversario de los fusilamientos de los dos militantes vascos. Bajo el título «Gudari Eguna. Veinte años después», hace un repaso al «desarrollo de las luchas populares y el trabajo político de la Izquierda Abertzale» desde 1975 hasta la fecha.
De ello se encargan los textos redactados por Martín Garitano e Iñaki Egaña. El primero de ellos, además, es el autor de las entrevistas al histórico dirigente abertzale Jokin Gorostidi, al miembro de la Mesa Nacional de HB Joxe Mari Olarra, al coportavoz de la Mesa Nacional de la coalición abertzale Jon Idigoras, y al coordinador general de LAB, Rafa Díez, que completan el cuadernillo.
Compuesto de cuatro apartados, relativos a los años 1975 («Franco mató hasta la víspera de su muerte»), 1975-1982 («De la restauración monárquica al Gobierno del PSOE»), 1983-1992 («La década del PSOE») y 1993-1995 («La descomposición del Estado»), el amplio reportaje ofrece una visión detallada de la actualidad sociopolítica vasca de la época.
A continuación, uno de los reportajes del suplemento especial:
Franco mató hasta la víspera de su muerte
Martín GARITANO
En la madrugada del 27 de setiembre de 1975, hace hoy 20 años, cinco pelotones de voluntarios de la Guardia Civil y la Policía Armada rubricaban con la sangre de 'Txiki', Otegi, Baena, Sánchez Bravo y García Sanz el último y casi postrero servicio que Francisco Franco quiso rendirse a sí mismo y al régimen que le acompañó durante los 38 años de dictadura.
En víspera de su propia agonía, el dictador quiso mostrar a propios y extraños su particular forma de entender el «Todo por la Patria hasta sus últimas consecuencias», y recuperó su decrépito pulso para firmar las últimas penas de muerte de su vida. Luego caerían más, víctimas todos ellos de una feroz represión que combinaba la desesperación de las fuerzas policiales que adivinaban tiempos duros, la impunidad en los acuartelamientos presididos por la rojigualda y el odio a una sociedad que empezaba a moverse con una decisión que hacía temblar a los menos insensatos del régimen.
La respuesta popular al último delirio del franquismo, el protagonismo alcanzado por la lucha armada de ETA y un contexto internacional en el que la autocracia de Franco resultaba ya impresentable definieron el panorama político en que nació, aquel verano del 75, la izquierda abertzale, de la mano de ETA y las organizaciones políticas que habían surgido en su entorno.
Aquel verano, en vísperas del juicio contra Garmendia y Otaegi, surgió la primera iniciativa para coordinar la acción anti-represiva de las organizaciones que, desde presupuestos abertzales, se ubicaban en el campo de la izquierda.
Había nacido KAS, con la participación de milis y polimilis y las organizaciones EAS, EHAS, LAIA, LAB y LAK. Nació la Koordinadora Abertzale Sozialista como un elemento de coordinación de las luchas anti-represivas, pero apenas unas semanas después de su creación redefinía públicamente su propia naturaleza para consolidarse como «coordinadora permanente para la acción, que será, al mismo tiempo, una mesa de debate».
El año en que sucedía todo esto comenzó con el sexto estado de excepción en Gipuzkoa y Bizkaia, en el transcurso del cual murieron ocho personas y se registraron más de tres mil detenciones. La brutalidad de los métodos policiales y los periodos legales de detención no parecían suficientes para satisfacer las necesidades represivas de los aparatos del Estado y fueron numerosos los casos de detenidos en Nafarroa o Araba trasladados a los otros dos herrialdes para poder así aplicarles las medidas de excepción. La intensidad de la movilización represiva llegó al punto de que en mayo era tal la saturación de comisarías, cuartelillos y centros de detención que hubo una noche en la que casi cuatrocientos detenidos tuvieron que pernoctar en la plaza de toros de Vista Alegre, mientras los policías paseaban por los tendidos para elegir, al azar, a algunos y conducirlos a la enfermería donde tenían lugar –paradojas de la vida– los «hábiles» interrogatorios.
En junio, cuando el estado de excepción llevaba dos meses en vigor, la mayoría de las organizaciones de la oposición, con las escandalosas excepciones del PCE y PNV, convocaban una jornada de lucha que en Gipuzkoa adquirió forma de huelga y tuvo su parangón más dramático en la acción de Jacques Andreu, un joven de 27 años que se inmoló a lo bonzo frente al consulado español de Pau en solidaridad con los vascos y para llamar la atención sobre los juicios a Garmendia y Otaegi.
Los meses de verano fueron especialmente intensos en Madrid y Euskal Herria. Al tiempo que el Gobierno hacía público el decreto-ley sobre «prevención del terrorismo» y la fecha del primero de los juicios sumarísimos, en las calles de Euskadi se repetían las protestas y hasta Amnistía Internacional tuvo que hacer público un informe extraordinario sobre la práctica de la tortura en los centros policiales. Decenas de heridos, un muerto –Jesús García Ripalda– y centenares de detenidos precedieron a las escasas cinco horas que duró la vista oral contra los militantes abertzales acusados de dar muerte al guardia civil Posadas.
Ningún familiar de los procesados pudo acceder a la sala de vistas. Ni uno solo de los observadores internacionales pudo ser testigo de la farsa jurídica allí representada. Y ninguno de los testigos oculares del atentado reconoció a 'Tupa' Garmendia ni a Ángel Otaegi. A pesar de todo, las dos penas capitales se harían públicas al día siguiente.
La respuesta en la calle se fortaleció tras estas primeras sentencias y también se recrudeció la actuación policial. En vísperas de la huelga general de los días 28 y 29 de agosto, seis manifestantes resultaron heridos de bala, mientras el Gobierno aceleraba su enloquecida carrera hacia el desastre con el anuncio de más juicios y peticiones de muerte.
El juicio contra 'Txiki' Paredes lanzó a los vascos a una nueva huelga general que, también en esta ocasión, contó con la negativa expresa de un PNV que alertaba sobre la crisis industrial y los perniciosos efectos de las huelgas. A 'Txiki' le juzgaron en Barcelona unos militares que, en apenas unas horas, decidieron darle muerte después de una sesión que cerró el militante zarauztarra proclamando que «este juicio se celebra contra el pueblo vasco y contra todos los pueblos del Estado español. Gora Euskadi Askatuta!».
En aquellas fechas tuvieron lugar otros dos consejos de guerra en el campamento de El Goloso, a resulta de los cuales fueron sentenciados al paredón diez militantes del FRAP. El último de estos juicios resultaría dantesco, al no poder contar los procesados ni siquiera con sus abogados, expulsados por orden del coronel que presidía el Tribunal.
La reacción popular, acompañada de centenares de intervenciones de personalidades, gobiernos y organizaciones de todo el mundo, frenó sólo en parte el delirio ejecutor de Franco y su Gobierno. Varios reos fueron indultados y se concretaron cinco ejecuciones. En Madrid, voluntarios de la Guardia Civil y la Policía Armada fusilaron a Sánchez Bravo, Baena y García Sanz. A Ángel Otaegi le dieron muerte una docena de policías en el presidio de Villalón, en Burgos, y a 'Txiki' lo ejecutaron los voluntarios de la Guardia Civil cerca del cementerio de Sardanyola.
Ángel Otaegi murió solo. Nadie entre sus allegados y compañeros pudo acompañarle en sus últimas horas y, cuando se dirigía al escenario elegido para darle muerte, proclamó: «Euskadirengatik hil behar naute. Ez nago damutua, oso konsziente naiz ene egoeraz. Gora Euskadi Askatuta eta Sozialista! Euskal Iraultza ala hil!».
A 'Txiki' lo acompañaron «en capilla» su hermano Mikel y los abogados catalanes que le habían asistido. Murió cantando el 'Eusko Gudariak' y, por orden del capitán general de Barcelona, se impidió su enterramiento en Zarautz.
La reacción internacional, la retirada de embajadores y la tormenta de condenas no hicieron mella en la moral del dictador y su corte que, para mostrar la bizarría hispana, convocaban un acto de adhesión inquebrantable en la Plaza de Oriente. Allí, junto al príncipe Juan Carlos y ante miles de incondicionales, Franco hizo su último discurso, tan clarividente como el primero: «Todo obedece a una conspiración masónica izquierdista en la clase política, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social».
Franco murió mes y medio más tarde. Juan Carlos de Borbón le sucedió, a título de Rey, hasta la fecha.