En pleno proceso de paz irlandés, y bajo la pregunta «¿Lo de Irlanda es válido para Euskal Herria?», 'Egin' abrió en 1997 una tribuna abierta en la que un gran número de personalidades políticas, sociales y sindicales hicieron su aportación. Entre ellas, Margarita Robles, entonces ex secretaria de Estado de Interior, y hoy ministra de Defensa en el Ejecutivo español.
En un extenso artículo, la magistrada y política leonesa, que en la actualidad pasa por ser exponente de las posiciones más derechistas del gabinete de Pedro Sánchez, hacía un encendido elogio de la política de diálogo del primer ministro británico Tony Blair en Irlanda, y alababa, asimismo, la «valentía y sabiduría política» del Sinn Féin e incluso del IRA.
Aunque sin desprenderse de su papel de ex secretaria de Estado, y reprochando también a la izquierda abertzale que no siguiera la senda del movimiento republicano irlandés, Robles sostenía, haciendo referencia al Gobierno liderado entonces por José María Aznar, que «después de treinta años de sufrimiento ya no resulta suficiente una política antiterrorista basada en la mera retórica, después de cada atentado, pidiendo lo que obviamente es necesario: serenidad, firmeza y unidad de los demócratas. Es preciso algo más, como en Irlanda, sin complejos».
Una década más tarde fue la izquierda abertzale la que protagonizó, sin complejos, un debate y un proceso que desembocó en el escenario que vivimos en este momento, mientras desde el partido de Robles personajes como Alfredo Pérez Rubalcaba trataban de empedrar el camino. Pero para entonces ella ya estaba a otras cosas, como ahora.
Este es el artículo publicado en 'Egin' el 23 de noviembre de 1997:
El ejemplo irlandés
Margarita ROBLES (ex secretaria de Estado de Interior):
El mundo entero se encuentra pendiente estos días de las conversaciones de paz para Irlanda que, con la participación del Sinn Féin, se iniciaron el día 15 de setiembre en el Castillo de Stormont, en las proximidades de Belfast.
Aun cuando se es consciente de que el proceso de paz no será fácil, que habrá obstáculos en el camino y que, desgraciadamente, no faltarán los interesados en su fracaso, lo cierto es que se ha abierto una esperanza, hasta hace poco insospechada, que se traduce en gestos históricos, como el primer encuentro desde 1921 entre un primer ministro británico y el máximo dirigente del Sinn Féin. Ante el proceso iniciado, después de tantos años de violencia estéril, nadie niega, ni al Gobierno británico encabezado por Tony Blair, ni al propio Sinn Féin, valentía y sabiduría política suficiente para abordar el largo y difícil proceso en busca de la paz. Sólo una minoría en el Reino Unido, perfectamente identificada, ha criticado el paso dado.
Por el contrario, la inmensa mayoría de la población, sin distinción entre católicos o protestantes, apoya tal medida.
Ninguna voz ha osado decir que Tony Blair «haya cedido al chantaje terrorista», por el contrario, éste aparece con unos porcentajes de aprobación de su gestión de un 90 por ciento, porcentaje difícilmente igualable entre cualquiera de los políticos de los países democráticos, lo que le configura como el político más valorado y respetado del momento actual. Por razones que no aciertan a comprenderse, lo que está ocurriendo en Irlanda no es suficientemente analizado ni abordado en España, en donde sólo de forma muy tangencial se dan noticias concretas de lo que ocurre en Stormont, poniendo fundamentalmente de relieve los aspectos más conflictivos (como si cualquier proceso de paz no los tuviere) y sin hacer un profundo estudio de lo que allí ocurre, ni extraer consecuencias que nos pudieran servir de ejemplo.
Y ello pese a que el proceso de paz para Irlanda no puede, desde el rigor político, pasar desapercibido ni ser ignorado a la hora de abordar la pacificación de Euskadi. No faltan los que, enrocados en posturas de dureza, en ocasiones presidida sin duda por una buena voluntad, pero en otras guiadas por propósitos menos confesables, estiman que no cabe hacer ningún paralelismo entre Euskadi e Irlanda del Norte.
Naturalmente que cada uno de los conflictos que a lo largo de la Historia se han producido en el mundo son diferentes, pero queda acreditado históricamente y así lo atestiguan personas e instituciones que han intervenido como mediadores en aquellos, que, aun dentro de las características propias de cada uno, hay siempre unas claves comunes que permiten avanzar cuando efectivamente hay una voluntad de diálogo y de terminar con la violencia. Desde la inequívoca voluntad que los demócratas hemos demostrado en innumerables ocasiones de querer acabar con la violencia, es hora de sacar conclusiones.
¿Por qué lo que son elogios y admiración hacia el primer ministro británico al abordar decididamente el proceso de paz en el Ulster iba a suponer, por el contrario, una «cesión al chantaje» del Gobierno español si procediera como aquel ha hecho? Nadie está en absoluto legitimado para capitalizar, instrumentar, o interpretar el «Espíritu de Ermua».
Pero lo cierto es que en Euskadi y en el resto del Estado la población ha gritado «basta ya» a la violencia como respuesta adecuada a ello, emprendiendo, como se ha hecho en Irlanda, el trabajoso camino hacia la paz. Después de treinta años de sufrimiento ya no resulta suficiente una política antiterrorista basada en la mera retórica, después de cada atentado, pidiendo lo que obviamente es necesario: serenidad, firmeza y unidad de los demócratas.
Es preciso algo más, como en Irlanda, sin complejos, con la absoluta legitimidad que para ello tienen los que respetan las reglas del Estado democrático y la autoridad moral que de ello se deriva frente a los que justifican la violencia. También el mundo del MLNV debería aprender del coraje del Sinn Féin y del propio IRA al declarar una tregua, lo que no les hace menos patriotas, ni menos defensores de sus principios.
Resulta difícil creer que de verdad se quiere el diálogo y la Alternativa Democrática cuando los pronunciamientos se acompañan de atentados, en contra de la voluntad mayoritaria del pueblo vasco, en cuyo nombre ellos dicen actuar. ETA debe demostrar con hechos lo que dice con palabras, sin embargo parece faltarles la audacia y la sabiduría política de que ha hecho gala el IRA al declarar una tregua efectiva.
Recientemente, el Papa Juan Pablo II decía a los obispos vascos que era necesario una mayor implicación de la Iglesia para acabar con el terrorismo en este país. Tal pronunciamiento en modo alguno debe entenderse como una crítica al papel de aquellos, muchas veces injustamente incomprendidos en su papel pastoral, condenatorio siempre de cualquier género de violencia.
Al contrario, dicho llamamiento debe entenderse como la exigencia de una mayor profundización en la búsqueda de caminos para la paz, dirigida no sólo a la Iglesia, sino a todos los que tienen cualquier género de responsabilidad y mucho más si ésta es de carácter político. Difícilmente se va a caminar hacia la paz en cualquier proceso si, con carácter exclusivo o básicamente prioritario, se pretende el aniquilamiento del enemigo, posicionamiento éste, por lo demás, contrario a los principios que siempre han sustentado a la Iglesia católica.
La sociedad española ha dado en innumerables ocasiones muestras de una enorme madurez, demostrando abiertamente que no acepta atajos contra el terrorismo, ya que frente a éste únicamente se puede combatir con el imperio de la Ley. Jaime Mayor Oreja, de quien los que le conocemos podemos destacar su honestidad y rigor político, tiene ante sí una oportunidad histórica.
Cuenta con unos Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado absolutamente ejemplares, con verdadera voluntad de servicio a la sociedad y donde no hay hueco para el rencor, pese a los bárbaros atentados de que han sido objeto.
Felizmente, los partidos de la oposición, demostrando un sentido de Estado del que se hizo gala en tiempos pasados, no van a hacer de la política antiterrorista un instrumento de la lucha partidista.
Su clarividencia ha de ponerle de manifiesto que más allá de los puntuales «triunfos» que pueda haber en este campo, la verdadera «sabiduría política» está en trabajar abriendo nuevos caminos a la paz. El modelo está muy próximo.
Tony Blair, con su audacia, ha conseguido lo que hace unos meses nadie creía posible y los más criticaban.
Por ello está siendo recompensado, ha abierto una nueva página en la Historia, cosa que no todos pueden realizar, y lo ha hecho con ese inmenso apoyo popular que sólo los honestos y los audaces pueden conseguir. Frente al silencio que hoy en día constatamos, hay mucho que hablar, mucho que aprender y, por qué no, mucho que imitar del proceso de paz puesto en marcha en Irlanda.
Nuestro país merece mirar al futuro con una verdadera y no puramente retórica esperanza.