De vez en cuando los periodistas mostramos un lado sentimental que transciende a nuestro oficio. Y eso es bueno, porque quiere decir que la realidad sobre la que informamos ha tocado alguna fibra interior y ha llegado más allá de la «actualidad informativa». El «criterio periodístico» se vuelve menos rígido y entonces aparece la gota humana y hasta literaria que humaniza lo que solo sería la información de un hecho. Se trata de reportajes, artículos o textos que nos cuentan cosas y cuya lectura, además de informar, nos sorprende, emociona, nos rebela contra la verdad oficial o, sencillamente, remueve el dolor de una injusticia colectiva. Son como los instantes «mágicos» de un periodismo comprometido del que Ryszard Kapuściński, periodista polaco, fue un maestro. Leyendo la noticia del derribo de las instalaciones de "Egin", me acordé de la pequeña emisora de "Egin Irratia", de la ilusión de hacer una radio diferente, implicada en los anhelos de un país que se empeñaba en existir. Joseba, Koldo, Ramón, Xabier, Maribi, Mariam, Kitxu... Algunos ya no están, pero los demás, igual que todo este país, saben muy bien que, con el derribo, se «extingue el caso 'Egin', pero su injusticia perdura entre quienes fundaron, sostuvieron y trabajaron en aquel periódico, y en los herederos de ese legado».