En agosto, Jesús Núñez, analista en cuestiones de Oriente Medio y codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, escribió un artículo cuyo título era muy sencillo y muy claro, “Israel mata a quien quiere y cuando quiere”. Detrás de esa contundente frase se esconde una estrategia de guerra, basada en los intereses económicos y políticos de Israel, pero también de los gobiernos europeos y, por supuesto, de EEUU, colaborador incondicional de Netanyahu. Por las razones de unos y otros, con el silencio y la pasividad de todos, incluso con las condenas institucionales que no van más allá de un discurso buenista, estos actores de la política internacional dan a los ataques sionistas una legitimidad criminal que está acelerando el conflicto en Oriente Medio hacia un escenario bélico de consecuencias imprevisibles. La excusa de que Israel mata a la población civil en Palestina, en Cisjordania y ahora en Líbano, para defenderse del «terrorismo» de los grupos armados Hamás y Hezbolá, es una excusa provocadora en un plan de control geoestratégico más ambicioso, una recurrente astucia para tranquilizar las conciencias de esta maltrecha democracia y, si se puede, borrar de la opinión pública y mediática el derecho de Palestina a existir, a organizarse y a resistir.