A poco más de cuarenta días de la cita electoral en Estados Unidos, la balanza de las encuestas no se decanta con claridad por ninguno de los dos aspirantes a la presidencia. En los resultados de este ámbito predictivo publicados la semana pasada, Kamala Harris se situaba ligeramente por delante de Donald Trump, como consecuencia de su victoria en el debate electoral. Sin embargo, los sondeos se realizaron de forma previa al «aparente» intento de magnicidio contra Trump.
Como ya ocurriera en julio tras el atentado en Pensilvania, han rebrotado con fuerza las teorías que sitúan a Trump vestido de mártir como objetivo de las más variopintas conspiraciones. Es más, en cada una de sus comparecencias, él mismo señala sin ambages los demócratas como responsables del tiroteo de una forma u otra. Para una parte considerable de la sociedad americana, Trump es algo más que un candidato presidencial, es la encarnación de la lucha contra el establishment, el azote del Deep State, ese «estado profundo» que se identifica con las «cloacas del Estado». Y en ese contexto enmarcan el pretendido intento por eliminarlo de forma física de la carrera presidencial.
Y en ese contexto, Trump abona de forma abierta un discurso que atenta directamente contra el sistema electoral estadounidense: «si gano, América me quiere. Si pierdo, me han robado las elecciones». Una encuesta realizada este verano por Issue One y Citizen Data desvelaba que solo el 44% de los votantes de Trump confiarán en los resultados si su candidato pierde. Inquietante.
Y uno de los más valiosos baluartes de Trump en la difusión de este discurso de deslegitimación es su «amigo» y multimillonario Elon Musk, propietario de X (antes Twitter). Para una parte considerable de la sociedad americana, X es el medio preferido para nutrirse de información, por encima incluso de los medios de comunicación tradicionales. El problema es que, en realidad, Musk hace tiempo que ha convertido esta red social en su particular medio de desinformación al servicio de sus intereses económicos y, ahora también, políticos.