Arturo Puente
Arturo Puente

La democracia en Europa

La mitad de los electores con DNI español prefirieron no ir a votar en los últimos comicios europeos, y eso pese a que estos se propusieron en clave estatal. Había que decidir si Feijóo superaba a Sánchez, si se paraba a Vox y no sé cuántas otras grandes gestas; todas ellas condenadas a la irrelevancia a partir del día que se constituye el Parlamento Europeo. La realidad de lo que se dirimía allá solo la hemos visto un mes después de votar. Y no hay nada más insípido ni menos ilusionante.

La candidata de los conservadores tenía todos los boletos para garantizarse la reelección. La cosa era si lo hacía junto a la ultraderecha pro-OTAN que lidera Meloni, convenientemente blanqueada por la UE durante meses, o si, en cambio, era capaz de formar una coalición centrista que sumase también a los verdes con socialistas, liberales y conservadores. Acabó materializándose algo parecido a esa segunda vía.

Claro que elegir una u otra opción supone ciertas diferencias en las políticas que acabará impulsando Von der Leyen desde la Comisión. Pero, ¿realmente son tantas diferencias? Y, sobre todo, ¿son diferencias suficientes para que el elector considere que la UE es una institución que merece la pena batallar? No existe un pueblo europeo, pero, si existiera, el abanico de políticas que se le ofrece en la práctica es tan estrecho que apenas podría decirse que rige su propio destino.

Las instituciones de la UE tienen un problema democrático de primer orden, que tiene que ver con la dificultad, prácticamente la imposibilidad, de plantear alternativas al menú preestablecido. Tiende a cero la cantidad de soberanía popular que la UE es capaz de asumir, albergar y canalizar. En un continente que presume de ser la avanzadilla democrática del mundo, casi da risa el trato que se dispensa a los votantes y la absoluta carencia de debate, de programas, de personas, de contenidos. Si no hay alternativas realistas a la UE, pero tampoco diversidad de opciones dentro de la política comunitaria al alcance de la decisión de sus ciudadanos, ¿quién puede esperar algo diferente a la desafección?

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