La reciente caída del Gobierno sirio me sorprendió, sinceramente. No me lo esperaba, no tenía la impresión de que algo así estuviera a punto de ocurrir. Conforme pasa el tiempo, vamos conociendo más datos y tenemos, en teoría, más posibilidades de interpretar los hechos, pero el escenario de esa parte del mundo es tan endiabladamente complejo que cualquier simplificación resulta muy arriesgada. Esto invita a la prudencia: no parece buena idea extraer conclusiones antes de tiempo, porque los acontecimientos pueden evolucionar en direcciones muy diferentes.
Sin embargo, mientras uno intenta a duras penas orientarse, ya hay quien nos ofrece una explicación que lo abarca y le da sentido a todo en unas pocas palabras. Por supuesto, sin desmelenarse, sin reconocer que los sucesos históricos han triturado la explicación, igualmente rotunda, que nos ofrecían hace unos meses. Así, hay quien pasa del «Israel se ha enfrentado a Irán, ahora se van a enterar» a «Israel ha vuelto a ganar la partida» como si tal cosa. Siempre, eso sí, los perfiles son unívocos, la maldad está en un lado, luego lo plausible y deseable debe estar en el otro. Ni por un momento se contempla la posibilidad de que varios de los agentes implicados en un conflicto tengan intereses y planes supremacistas, represores, belicistas o expansionistas. Eso no casa bien con el enfoque señoro, que no deja de ser una pretensión de tenerlo todo bajo control, aunque sea simbólicamente, jugando a experto en geopolítica.
El mundo tiende a desbordar estos enfoques simplistas y creo que no seremos capaces de descifrar sus claves con trasnochados juegos de estrategia. Hoy en día, una izquierda transformadora es una izquierda que intenta situar intereses, comprender estrategias, captar los matices y las contradicciones, una izquierda que sabe que no sabe, no una que cree que lo sabe todo.