Cual simio albino neurótico con dos revólveres, Donald Trump se ha puesto a disparar a diestra y a siniestra, al cielo y al infierno, hasta pegarse un tiro en ese mismo pie que plantó sobre la frontera de su país, desafiante, como si esa línea de puntos sobre el mapa significara algo para él, un tipo que no tiene más patria que su cuenta corriente ni más dios que su propio ego, capaz, al parecer, de dinamitar el libre mercado sobre el que se fundamenta ese mismo capitalismo que le endiosó. Y mientras, a este otro lado de esa línea, las eurodemocracias siguen defendiendo unas fronteras abiertas al comercio, pero cerradas a las personas, como la del Bidasoa, a donde llegó el otro día el Bruno Retailleau para anunciar la creación de una célula especializada en inmigración cuya finalidad es disparar a diestra y a siniestra, al cielo y al infierno, no balas, sino el mensaje populista de que los extranjeros pobres son en realidad delincuentes que llegan a la cristianísima y blanca Francia a robar la tierra, corromper la lengua e implantar sus costumbres, algo que bien conoce la República, cuya experiencia en usurpar tierras, reprimir lenguas e imponer costumbres es de sobra conocida no solo en lugares recónditos de Asia y de África, sino también en este lado del Bidasoa donde unas líneas de puntos escriben, a nuestro pesar, Douane.