El aciago resultado de las últimas elecciones en Europa vuelve a insuflar fantasías separatistas, porque da miedo. Independizarnos de los dos Estados que nos oprimen, obvio, ¿pero qué hacemos con Iparralde donde, para nuestro espanto, acaba de ganar por vez primera la ultraderecha? Nos gusta mirarnos en los espejos que nos devuelven una imagen excelente... Durante un siglo se nos negó el voto a las mujeres; desde la izquierda la excusa era que nosotras, cabezahuecas, votaríamos a la reacción. Ja. Ahora que queda demostrado país a país que son los hombres quienes están volviendo a elegir y a alzar el fascismo, ¿retiramos el sufragio masculino por un tiempecito? Como broma para destensar la angustia política, está bien.

A menudo atribuimos el encabronamiento facha actual de los hombres a nuestra emergencia feminista de los últimos tiempos. Es decir, nosotras avanzamos hacia la despatriarcalización, y ellos reaccionan repatriarcalizándose. ¿Y si estamos errando en el análisis y haciéndole el juego de paso a la extrema derecha? Clara Serra, siempre iluminada, apunta en otra dirección. «¿A qué tipo de fracasos están hoy abocados quienes han sido educados para ser padres de familia que proveen de protección y estabilidad a los suyos? ¿Es posible seguir siendo un hombre de verdad en un contexto de empobrecimiento generalizado de la población, desempleo y permanente amenaza de pérdida de estatus social? Las nuevas extremas derechas americanas, preludio del triunfo de Trump, supieron politizar esa frustración masculina, propia de nuestras sociedades capitalistas tardías, orientándola contra chivos expiatorios: las mujeres feministas, las personas LGTB o las personas migrantes». La rabia de clase ya no dirigida hacia arriba, sino hacia los lados y hacia abajo, otra vez.

Concluyo con el himno del gran Franco Battiato, buscando un centro de gravedad permanente que no me haga cambiar mi idea sobre las cosas, sobre la gente... y menos empeorarla.