Cada vez veo más peligrosa nuestra glorificación del Me Too como año cero del triunfo del feminismo. Antes me parecía tan pija y banal como nos hemos vuelto las blancas peninsulares a medida que ascendíamos a la cima del Norte Global, a costa de la inmensa mayoría de nuestras congéneras, obvio. Que pertinaces feministas de largo recorrido activista babeásemos tanto con la revuelta de las actrices de Hollywood, ¡como si por fin sucediera algo!, lo dice todo de nuestro despiste. Al verlas derribar a Weinstein vestidas de Gucci desde las alfombras rojas, se nos olvidaron de pronto los inmensos movimientos de mujeres contra la violencia machista que logramos activar en los últimos años, bastante antes que el Me Too, aquí, en Argentina, en México, en India...
De todas las mierdas no nuestras que se nos cuelan por doblegarnos al imperialismo cultural estadounidense, probablemente la más dañina sea su severísimo sistema carcelario, donde encerrar a pobres de por vida es considerado un derecho de la sociedad vengativa y de las víctimas. Nuestro sistema penal (me refiero al español, sorry) se decidió tras una interminable atroz dictadura: busca la rehabilitación aunque no se cumpla, pero no dicta condenas tan largas a la ligera. A no ser que te levantes en armas contra el Estado, se sabe. Para las artífices de ese Me Too que tanto nos emboban, que Harvey Weinstein no pisará nunca más la calle es un triunfo feminista, el único posible. Así que, nosotras, o, mejor dicho, esa voz única que se autoerige desde las redes como glorioso avance contra el machismo, obviando nuestras genealogías no punitivas y que a las feministas siempre nos gusta más debatir que el color violeta, parecemos el pueblo de París exigiendo que rueden cabezas. Pero no lo somos. Qué alivio las voces que se están pronunciando para recordar que no hay nada más patriarcal que confundir delito con pecado, que un tío puede ser un cenutrio disociado en la cama y no ser un violador. Y contra el linchamiento como arma feminista. Fui linchada por otras feministas con saña y cobardía, te arrastran al abismo. No, nunca, a nadie.