Iratxe Fresneda / Hay dos libros que marcaron mi adolescencia y supongo que la vida y aventuras de muchos. Uno de ellos llegó hasta mi buzón desde la cárcel de Daroca. Un amigo escalador que estaba allí preso reunió algo de dinero y me lo regaló. El ejemplar, con ilustraciones enormes y tapas duras, era “Escaladas en Yosemite” y estaba prologado por George Meyers. Abrirlo era sumergirse directamente en alguna de esas aventuras locas protagonizadas por tipos escuálidos, fibrosos y de pelo largo que trepaban como arañas agazapados a las paredes de Yosemite. Ese libro me descubrió a mujeres como Molly Higgins o Barb Eastam.
Ellas realizaron la primera cordada femenina a la Nose y nos llevaron a mí y a muchas otras chicas a desear colgarnos con nuestras cuerdas, o con las compartidas, por las paredes de todo el mundo. Algunas llegaron lejos. Otras se quedaron en el camino. Pioneras como aquellas locas americanas que revoloteaban por el Camp 4 son ya historia y su forma de ver la escalada, la vida, es hoy ciencia ficción.
El otro libro, que aún conservo amarilleado y desgastado, es “Bájame una estrella” regalo de otro amigo que ya se fue y que dejó escrito en su primera página toda una declaración de intenciones de una generación: “Haxeik ez bada errema ein biko da”. Eso era lo que algunos hacíamos a finales de los ochenta, remábamos algo perdidos, de acá para allá, al son de las letras de La Polla Records o Los Clash, a contracorriente y con poco viento. Miriam García Pascual, su autora, fue otra de esas grandes influencias que a una le llevan por el camino de los sueños. Alguien salvaje, vital. Jamás la conocí pero su libro hablaba de esas aventuras que todas estábamos ansiosas por protagonizar. Ella puso sobre el papel todo aquello nos llevaba a escalar, a no tenerle miedo a las caídas, a no temerle a nada y a vivir de un modo salvaje. No había mañana.
Recuerdo abrir sus páginas al sol en los descansos que hacia mientras entrenaba en uno de los rocódromos improvisados de mi pueblo. Pocas líneas le bastaban para trazar una historia. Los lugares de los que ella hablaba, Yosemite o La Patagonia quedaban lejos de mis bolsillos y mis posibilidades, casi como tener unos pies de gato. Aún así sabía que cerca estaban las canteras de Areta, el Pagasarri o Atxarte y mas allá el Pirineo, Riglos o el Naranjo de Bulnes. En El Naranjo realicé una de mis últimas escaladas, La Oeste. Poco después, como les ha sucedido a muchas otras chicas, deje de escalar.
Pd: Esker bereziak Iratxe Fresnedari Marakana Txikiari egindako ekarpenarengatik, Beñat Zarrabeitia