La salida de Kepa Arrizabalaga del Athletic supone la culminación de una ruptura anunciada, dividida en varios capítulos y un destino final diferente, situando al portero de Ondarroa fuera del club. Para ello, ha abonado los 80 millones que le convierten en el portero más caro de la historia y pasará a engrosar las filas de un Chelsea que afronta un nuevo proyecto de la mano del italiano Maurizio Sarri.
Escribía Joseba Vivanco hoy en las páginas de GARA que el entorno rojiblanco había tenido tiempo para ir haciendo la digestión después de que Zinedine Zidane bloquease la llegada de Kepa al Real Madrid en enero. Sin embargo, tras la renovación firmada en invierno, no eran pocos los que no esperaban movimiento alguno durante el mercado de verano. No obstante, la entidad de Roman Abramovich decidió poner en marcha la operación y la agencia Bahía movió todos los hilos para ejecutarla lo antes posible.
Los aficionados del Athletic se mueven a medio camino entre la desafección, el hastío y la decepción. Esperaban otra cosa y la herida supura. Con tal de mitigar el malestar se esgrimen los 80 millones de beneficio derivados de la venta, la capacidad de los porteros que el club tiene actualmente en nómina, los posibles nuevos fichajes que se podrían acometer o las hipotéticas inversiones en mejorar las infraestructuras y medios de los que dispone el Athletic. Pero, la herida supura, porque no es la primera vez que ocurre, porque se cerró con puntos de sutura frágiles en enero y porque más allá de lo particular en el caso de Kepa, la entidad rojiblanca se enfrenta a una de las realidades más complejas de su historia.
El tiempo da y quita razones. El paso de las hojas del calendario le ha dado la razón a Josu Urrutia en la decisión adoptada con Fernando Llorente. Medida que, por cierto, fue aplaudida por buena parte de los presidentes de La Liga durante sus conversaciones con el mandatario rojiblanco. Casi nadie le respaldó en público, pero la mayoría han querido seguir su camino. La decisión adoptada con Llorente obligó al Bayern de Múnich, con Bahía como agencia y Margarita Garay moviendo los hilos, a Javi Martínez a salir por la puerta de atrás camino de Baviera y con la entidad germana pagando prácticamente el doble de su precio de mercado.
El navarro es el único jugador de los cuatro que han ejecutado su cláusula que abandonó el club consagrado internacionalmente. El de Aiegi era un habitual de las listas de Del Bosque y aunque con escasa participación fue parte del equipo que ganó el Mundial de 2010 y la Euro de 2012. En total, el Athletic ha ingresado 221 millones de euros, cerca de 37000 millones de las antiguas pesetas, por Martínez, Herrera, Laporte y Kepa Arrizabalaga. Los tres últimos apenas suman internacionalidades de momento -aunque nadie duda del potencial del central y el portero- y el club ha conseguido unas cifras a la altura de muy pocos. Nadie había vendido a dos canteranos por más de 50 millones cada uno, el de Ondarroa se ha convertido en el meta más caro de la historia y Laporte es el segundo central por el que más se ha pagado nunca tras el holandés Van Dijk.
Salvo Martínez, todos se han ido a la Premier League, competición que trata de ser una especie de NBA a la europea merced a su poderío económico. Una competición en la que además de los 80 millones de Kepa, se han visto gastos como los 67 por Mahrez, 59 por Fred, 62 por Alisson, 60 por Keita, 57 por Jorginho, 45 por Fabinho, 39 por Richarlison o 38 por Felipe Anderson. Todos los equipos están en disposición de hacer fichajes de 20 millones de euros, viendo casos como los del Leicester, que ha desembolsado 25 kilos por Maddison, un jugador procedente del Norwich de la Championship. Junto al Athletic, durante este verano, Leganés y Levante han realizado las mayores ventas de su historia en el mercado inglés, con los casos de Diego Rico y Jefferson Lerma, el Celta podría seguir el mismo camino. Conjuntos de la zona baja de la Premier como el Brighton han superado los 60 millones en contrataciones y un recién ascendido como el Fulham ya va por los 77 kilos.
Ese es parte del contexto, la otra es la que nos lleva a alrededor de 15-20 potencias futbolísticas que se han convertido en multinacionales deportivas. Las mismas que desean que el resto del entramado futbolístico se convierta en su particular sumidero. Lo hacen en base a varias razones, pero la primera es evidente: Su poderío económico. La mayoría con propietarios o presididos por oligarcas que invierten, buscan visibilidad o satisfacen sus deseos ególatras mediante el balón. Magnates rusos, fondos de inversiones estadounidenses, dueños chinos, jeques árabes o poderosos empresarios de la construcción. Unido al dinero de las televisiones, los patrocinios y una exposición global que les sitúan en una posición de privilegio. En la antesala de un coto cerrado, de lo que sería su particular sueño, emulando a la Euroliga de baloncesto o, a mayor gloria, la NBA. Una alegoría perfecta del capitalismo, sin las particulares medidas correctivas del deporte estadounidense. Nada de topes salariales, límites o repartos más igualitarios.
El contexto, obviamente, les favorece. La globalización y la interconectividad, las referencias son cada vez más amplias y efímeras. En un mundo basado en los likes, el me gusta, lo líquido, nadie quiere ser un “loser”. No obstante, cabe preguntarse ¿qué es ganar y qué es perder? ¿Cómo se deja huella y cómo se pasa inadvertido? Las preguntas son muchas, más aún cuando hablamos de gente que tiene la cartera llena y la vida resuelta. Los retos son perfectamente humanos, sentir la sensación de querer ganar títulos, aspirar “a lo máximo”, querer trabajar y jugar con los mejores, vivir en grandes urbes, tener todo a disposición. Son focos que llaman mucho la atención, pero no son las únicas formas de ganar, aunque quizá sean la línea más recta.
En cualquier lugar del mundo, incluso en los conflictos bélicos más cruentos del mundo, acompañados de un AK47 y unas sandalias, podemos ver a gente con las camisetas de Barcelona, Real Madrid, Manchester United, Manchester City, Juventus, Bayern, PSG, Chelsea, Arsenal, Atlético o Liverpool. Ellos forman el club más selecto de la actualidad, jueguen o no en la Champions, junto a un segundo escalón que podrían formar Tottenham, Borussia Dortmund, Roma, Milan, Zenit, Benfica o Bayer Leverkusen, por citar algunos ejemplos. Sus camisetas se pueden comprar con un solo click desde cualquier lugar del mundo. Eso, las oficiales, porque las réplicas están a 20 euros en cualquier esquina de cualquier calle. Desde casa, además de ver todos sus partidos, conocer sus alineaciones al dedillo, se puede fantasear con ellos jugando al PES o al FIFA. Aficionados globales, más cerca del perfil del consumidor que del hincha clásico. Un proceso de gentrificación en el estadio, un modelo de seguimiento impersonal y un escaparate mediático basado en la pleitesía, el clickbait o las relaciones públicas.
Ante ello, clubes que históricamente han sido emblemas del trabajo de cantera viven una realidad compleja. Se enfrentan a un sistema que te obliga a competir con los mejores para subsistir y fidelizar, a la par que dicha capacidad competitiva provoca que las multinacionales deportivas te despojen de tus mejores elementos. Por tanto, muchas entidades se ven obligadas a replicar el esquema en una escala más pequeña fichando de otros clubes, o a sobrevivir deportivamente alejados de la parte noble de la clasificación a la espera de que una nueva hornada de futbolistas despunte. Es una paradoja inmensa.
Tan grande como el hecho de que Kepa Arrizabalaga, con 54 partidos en la élite, sin ninguna participación en competición europeas como titular, no habiendo disputado ninguna final y apenas haber debutado en un amistoso con la selección española, salga del Athletic menos de 200 días después de haber renovado su contrato por 7 años y siendo uno de los futbolistas mejor pagados de la plantilla. Y no lo hace de cualquier manera, no, se marcha siendo el portero más caro de la historia del fútbol. Quiere ser el mejor del mundo y está en su derecho, no entendió su cesión a Pucela y cree que lo mejor para su desarrollo es salir del Athletic. Para el entorno del club, ver como alguien destinado a hacer historia en el club, que encajaba como un guante en el imaginario colectivo de la entidad, deja de formar parte del conjunto rojiblanco es algo muy doloroso.
Al Athletic no le queda otra que ser fiel a si mismo. Una afirmación que tampoco puede convertirse en una frase hecha revestida de postureo, quedar bien o limpiar conciencias. El club no puede ser una suerte de hámster dando vueltas a la ruedita mientras espera que tiempos pasados regresen. Porque eso no va a ocurrir. Ahora bien, se puede preparar para el futuro. Y debe hablar claro, ser del Athletic es una experiencia vital maravillosa, que no siempre va a estar recompensada con títulos o clasificaciones brillantes, pero que te va a permitir posicionarte ante el mundo en una posición de orgullo, sentido de pertenencia y capacidad competitiva.
Ser del Athletic, ahora mismo, requiere una militancia y no engañarse, ni engañar a nadie con panaceas que únicamente sirven para vender humo. Y mucho menos ser palmero de esos 15 o 20, siendo su amigo majo en busca de migajas. Ser del Athletic supone querer mirar al mundo del fast food futbolero desde la comida y delicatessen del KM0, supone mirar a la globalización salvaje desde una defensa de la identidad propia. Más allá del carné de socio, el abono televisivo, la compra de la camiseta o la visita a Lezama. Son parte del todo, suman, pero hace falta algo más. Es necesaria una reflexión colectiva, que incluya a socios, aficionados, dirigentes, técnicos profesionales, futbolistas y exfutbolistas, medios de comunicación e incluso agentes sociales sobre cómo construir el Athletic del futuro. Cómo ser fiel a una política deportiva única y cómo reforzar unos valores colectivos, incluyendo un mejor proceso de fidelización. Y eso pasa por reforzar los canales propios con medidas rápidas, efectivas y que aporten plusvalías.
Porque de nada vale decir que somos diferentes y aceptar el contexto con resignación. De poco vale emocionarse con Uruguay o Eslovenia en el fútbol o el baloncesto y luego aceptar como inevitable que el Athletic se convierta en un sumidero de multinacionales, de poco vale aplaudir a los ciclistas vascos tras haber dejado caer al equipo, de poco vale proyectarse al exterior en inglés si no se refuerza la conciencia nacional.
La responsabilidad es compartida y toca salir de la zona de confort y no instalarse en la cultura de la derrota o la resignación. Eso ya ocurrió en 1986 tras vender, entonces contra su voluntad, y convertido también en el portero más caro del mundo a Andoni Zubizarreta al Barcelona, el club se introdujo en una larga noche de mediocridad deportiva, gestión endogámica, luchas intestinas e inestabilidad institucional. Ahora, es el momento de encontrar nuevas respuestas en un contexto tan cambiante como fugaz pero siendo fiel a aquello que hace fuerte al Athletic: Su identidad, sentimiento de pertenencia, comunidad y trabajo en Lezama.
Co Adriaanse, antiguo entrenador del Ajax o del Oporto, definió al Athletic señalando que “ustedes de la debilidad hacen fortaleza”, Ernesto Valverde lo sintetizó diciendo que “nosotros tenemos una ventaja sobre el resto, somos el Athletic”. Es hora de volver a aplicar, como antídoto contra la cultura de la derrota y de la resignación. Rebeldía, identidad, imaginación y desarrollo.
Beñat Zarrabeitia
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