Hasta el mayor desconocedor de la praxis diplomática intuye que Irán e Israel han intercambiando mensajes, vía intermediarios, que van más allá de sus respectivas diatribas públicas. Viene esto a colación de lo que algunos interpretan -o quieren hacerlo- como un freno o por lo menos retraso en la anunciada represalia israelí por el ataque con misiles de Irán, que no pocos esperaban para el aniversario el lunes del 7-O. Los tiempos de la guerra obedecen a otras lógicas. Pero es cierto que todo apunta a que Tel Aviv estaría, esta vez directamente, negociando con EEUU su alcance. Que Israel ataque refinerías petrolíferas del sexto, o incluso cuarto, productor mundial, no es la mejor tarjeta electoral en vísperas de las elecciones de su aliado estadounidense. Que tenga como objetivo centrales nucleares o incluso solo laboratorios puede comprometer el tráfico mundial por el estrecho de Ormuz y reactivar su programa atómico, anatema para Israel. En ese contexto, circulan rumores sobre el paradero del sucesor al frente de las fuerzas al-Quds del general Qassem Soleimany, muerto en un bombardeo estadounidense en enero de 2020 en Bagdad. La ausencia del general Ismail Ghaani en el rezo deafiante el viernes pasado del ayatollah Jamenei junto a toda la cúpula política y militar iraní y la confirmación de que el día anterior estaba en Líbano han alimentado los rumores de que habría ido a visitar al sucesor de Nasrallah al frente de Hizbulah, su primo Sayyed Safieddine, y que habría resultado muerto o herido junto a él en un bombardeo desde el que la organización chií reconoce no saber nada del paradero de su nuevo líder (por de pronto, Hizbulah ha anunciado una dirección colegiada). Si fuera cierto, extremo que Teherán desmiente, estaríamos ante la venganza sobrevenida de Israel por la respuesta de Irán a sus provocaciones.