Transcurridos dos meses sin respuesta desde que Israel mató al líder de Hamas, Ismail Haniyeh, el descabezamiento de Hizbullah y magnicidio de su máximo dirigente Hassan Nasrallah, y la muerte a su lado del general iraní Hasan Abbas Nilforushan ha forzado a Irán a reaccionar.
Lo hizo con el mayor ataque contra Israel en la historia de la República Islámica. Todo un salto cualitativo respecto al anterior, que lanzó en abril tras la muerte del también alto comandante de la Guardia Revolucionaria Mohamed Reza Zahedi en un bombardeo israelí contra el consulado iraní en Damasco.
Esta vez no avisó previamente a EEUU ni a ninguno de sus aliados en la zona (Jordania), utilizó casi exclusivamente misiles balísticos, entre ellos el modelo supersónico Fatah, y no misiles de crucero y drones, y logró así superar las tres líneas de defensas antiaéreas (la propia Cúpula de Hierro, la Honda de David y el sistema antimisiles Arrow).
Más allá de las reivindicaciones y desmentidos sobre el grado de acierto de los ataques contra los objetivos previstos -lo que forma parte de la guerra de propaganda entre ambos bandos- es indudable que Irán muestra músculo con su arma más preciada, consiguiendo llegar incluso a Tel Aviv y Jerusalén.
Pero no es menos cierto que podría haber hecho mucho más daño y habría encendido todas las alarmas si hubiera lanzado más misiles –dispone de miles- y sobre todo si los hubiera acompasado con lanzamientos de cohetes desde Líbano.
Irán ha medido, otra vez, su respuesta y se ha apresurado asimismo a darla por concluida si no hay reacción israelí.
Sortea así el dilema entre el riesgo de afrontar una guerra abierta de resultado incierto y exponer su debilidad en caso de no haber dado respuesta alguna. De paso, satiface el orgullo herido de sus aliados en la región, desde Hamas a Hizbullah.
El primer ministro israelí no tardó ni una hora desde que dejaron de sonar las sirenas que llamaban a acudir a los refugios en las ciudades y pueblos de Israel para advertir a Irán que «ha cometido un gran error y pagará por ello».
En abril, el Ejército israelí «limitó» su réplica a un ataque medido contra Ispahan, ciudad iraní que alberga instalaciones nucleares.
Los rumores apuntan a que estas últimas, e incluso refinerías o instalaciones económicamente vitales para Irán, podrían estar ahora entre los objetivos que Israel estaría «negociando» con EEUU como respuesta.
Israel asegura que será su respuesta. No es cierto. Respuesta en sentido técnico, al margen de justificaciones, fue la de Irán, que ha visto cómo Israel lleva años violando su territorio con ataques y bombardeos.
Si Israel cumple su amenaza, estaremos ante otra provocación que conllevará a otra respuesta. Y confirmará a Teherán en su convicción de que nada puede esperar de Occidente aunque la postergara no dos meses sino dos años.