Destinos en rojo
Puentes, trenes, mares, atardeceres, templos, desiertos, plazas, playas, faros... Hay puntos en el mapa que destacan en rojo. Podrían ser de otro color, pero son rojos. Y quizás por eso los conocemos, precisamente porque son rojos. Este reportaje es una invitación a viajar entre tonalidades rojizas.
Curioseamos en el interior de una antigua cabina telefónica de Londres reconvertida en librería de revista, atravesamos el Golden Gate, recorremos los Alpes suizos en el Bernina Expres, buceamos entre corales en el Mar Rojo y caminamos hasta alcanzar el faro islandés de Stykkisholmur. Además, disfrutamos de la magia de un atardecer en Masai Mara, de un otoño frente al Fiji, del Antelope Canyon, del Wady Rum y del desierto australiano de Simpson. También descubrimos las curiosidades que rodean a la migración del cangrejo rojo y a la playa roja de Panjin, después de pasear por las terrazas de la pagoda Hsinbyume, por la Plaza Roja de Moscú y por las calles de la Habana en un clásico Chevrolet. Y, al final del trayecto, descansamos en un rincón secreto mientras observamos el mar desde una solitaria silla que nos espera. Y que, qué casualidad, también es roja.
Bernina Expres. Es rojo, lo que contrasta con el blanco paisaje por el que serpentea. El Bernina Express atraviesa los Alpes Suizos y llega hasta St Moritz, ‘La Cumbre del Mundo’, tras atravesar 55 túneles y deslizarse sobre 196 puentes. Un total de 122 kilómetros, en cuatro horas, lo que lo convierte en uno de los trayectos ferroviarios más fascinantes del mundo. El viaje es aún más atractivo porque el diseño especial de algunos vagones facilitan la visibilidad. La visibilidad de una inmensidad blanca.
Roubuer, la cabaña noruega. Las islas noruegas de Lofoten están salpicadas por pequeñas cabañas de colores alineadas a lo largo de las orillas. Son los rorbuer, pintados habitualmente en rojo o naranja. Inicialmente, sus dueños eran empresarios que las alquilaban a los pescadores, pero, actualmente, aunque algunas aún mantienen su utilidad original, están habilitadas como atractivos alojamientos para turistas.
Golden Gate. Llaman la atención sus gruesos cables y sus dos altas torres, que alcanzan los 227 metros. Construido entre 1933 y 1937, este puente colgante, que con sus casi 2,7 kilómetros de longitud cruza la bahía de San Francisco, en Nueva York, fue considerado en su día un hito en la historia de la ingeniería. Curiosamente, aunque hay quien cree lo contrario, decidieron pintarlo de rojo no por un simple capricho, sino como protección contra el óxido. En más de una ocasión ha sido catalogado como el puente más fotografiado del mundo.
Faro Stykkisholmur. Es rojo y rechoncho. No compite con los faros más altos ni con los más estilizados, pero, aun así, ejerce una atracción especial y se incluye entre los más curiosos del mundo. Ubicado en el extremo del Parque Nacional Snæfellsjökull, en Islandia, la lava del volcán del mismo nombre llega hasta los pies del faro.
Antelope Canyon. Localizado en el norte del estado de Arizona, en una reserva de indígenas navajos, sus impresionantes tonalidades rojizas lo han convertido en uno de los cañones más fotografiados del mundo. Se trata de una fascinante formación geológica que durante miles de años ha sufrido una erosión provocada por el paso de corrientes de agua. En algunos puntos sus paredes alcazan los 40 metros de altura. Las lluvias torrenciales pueden provocar la inundación del cañón en cuestión de minutos, por lo que únicamente se puede visitar con expertos guías.
Playa roja de Panjin. Es un lugar curioso. Ubicado en las marismas del delta del río Liao en Panjin, China, es una reserva natural que se convierte en hábitat imprescindible para miles de aves migratorias en su ruta entre Asia y Australia. Se han contabilizado 236 especies de aves –30 de ellas especies protegidas– que buscan refugio en esta «playa roja» que debe su tonalidad a una especie local de alga marina, la suaeda.
Atardecer en Masai Mara. Las tonalidades rojizas con las que se tiñe el cielo al atardecer en Africa en general y en Kenia en particular es mágico. Y quien tenga opción de disfrutar de la caída del día desde la reserva natural Masai Mara, probablemente, no lo olvidará nunca. Dicen que es uno de los mejores lugares del mundo para contemplar un atardecer limpio.
Desierto de Simpson. 176 500 kilómetros cuadrados. Esa es la extensión de este desierto de Australia central que se caracteriza por su color rojizo pero también por otra curiosa peculiaridad: sus dunas de arena paralelas –orientadas de norte a sur y estáticas gracias a la vegetación– son las más largas del mundo. Entre ellas destaca la duna Nappanerica, conocida popularmente como Big Red (Gran Roja), que llega a alcanzar hasta los 40 metros de altura.
Plaza Roja de Moscú. El nombre de Plaza Roja no obedece al color de los ladrillos que la rodean, ni tampoco tiene relación con el comunismo, sino con la traducción de una palabra rusa, Krásnaya, que en ruso antiguo tenía dos significados: rojo y hermoso. Al parecer, el nombre inicial era Plaza hermosa, pero su segundo significado –rojo– ha provocado después confusión. Eso sí, desde 1990 esta plaza –con una superficie de 23.100 metros cuadrados– fue incluida, con el conjunto del Kremlin, en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Mar Rojo. Se llama así, pero no es rojo y, además, son variadas las teorías sobre su calificativo. Algunos lo atribuyen a las estacionales floraciones de la cyanobacteria Trichodesmium erythraeum cerca de la superficie del agua y otros, sin embargo, a las cercanas montañas rubí, ricas en minerales rojos. También hay quien afirma que el nombre proviene de los himaritas, una tribu local cuyo nombre significa «rojo» y quien defiende la teoría que lo relaciona con la dirección geográfica: en este caso «rojo» serviría para referirse al «sur» mientras que el mar Negro correspondería a «norte». Esta teoría se basa en el hecho de que algunos idiomas asiáticos usan los colores para referirse a las orientaciones de unas cantidades impresionantes de brújulas.
Lo que sí está demostrado es que, al mirar el mar desde la parte alta del costado occidental en la frontera entre Israel y Egipto, cuando el sol se está ocultando, el mar se ve de color rojo. Y también es cierto que quien bucee en sus aguas descubrirá un paraíso de colores en el que predominan los corales de tonalidades rojas.
Coches clásicos en La Habana. Chevrolets, Fords, Pontiacs, Cadillac, Buicks, Dodges, Plymouths, Studebakers... Hay de todos los colores, pero los rojos tienen un encanto especial. Pasear por las calles de Cuba entre «carros» americanos de las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado que ya no se ven en ningún otro lugar se convierte en un auténtico espectáculo repleto de tesoros y reliquias. Algunos, por falta de repuestos, se encuentran ya destartalados, pero otros lucen impresionantes gracias a la imaginación de ingeniosos mecánicos cubanos que han demostrado ser unos genios del motor.
El «tercer ojo». Es un lunar de color rojo. Lo llevan algunas mujeres hindús entre las cejas. Elaboran la pintura con diversos materiales, entre ellos el carbón o el sándalo. Tilaka, kumkum, bindi... lo llaman de diversas formas, pero siempre simboliza el «tercer ojo», ese que observa el interior. Además, informa sobre el estado civil de las hindúes. Las que llevan el lunar rojo están casadas; si estuvieran solteras, llevarían negro. El amarillo es el color habitual de los hombres de negocios, porque simboliza la prosperidad y la fortuna, mientras que el blanco y el azul representan, respectivamente, la purificación espiritual y la sabiduría.
Migración del cangrejo rojo. Originario de la Isla Navidad de Australia, su nombre oficial es Gecarcoidea natalis. Son únicos en el planeta por el importante papel que juegan en el ecosistema y porque todos los años protagonizan una de las migraciones más curiosas que se conocen: al inicio de la temporada lluviosa, en octubre o noviembre, estos crustáceos, únicos en el mundo, salen de sus escondites bajo tierra y comienzan una travesía que tiene como meta el agua y que se prolonga durante una semana, hasta que, finalmente, llegan a la zona de apareamiento. Lo curioso es que, mientras dura la migración, la isla se paraliza para no obstaculizarles el paso; incluso los túneles están diseñados para facilitarles el camino. Tras la reproducción –estrechamente vinculado a los ciclos lunares–, incian el viaje de vuelta al bosque con cientos de crías, volviendo a provocar un impresionante espectáculo de color rojo sobre la superficie de gran parte de la isla.
Fiji en otoño. Cuando llega el otoño, la imagen de Fiji se tiñe de tonalidades rojizas si se contempla su silueta desde el lago Kawaguchiko, punto de comienzo ideal para acercarse al monte. De todos modos, hay quien rechaza esta opción y prefiere disfrutar de una impresionante panorámica tanto del lago como de Fiji desde el funicular Kachi Kachi. En cualquier caso, aconsejan elegir la visita durante el momiji, nombre que recibe el proceso de enrojecimiento que experimentan en esas fechas las hojas de los árboles.
Cabinas rojas de Londres. Siguen ahí y siguen siendo rojas, pero ya no cumplen su original función. Ahora ya solo son un recuerdo de lo que un día representaron, aunque, inequívocamente, siguen siendo iconos universalmente reconocidos. Aquellas míticas cabinas telefónicas londinenses diseñedas en 1924 por Giles Gilbert Scott se han recliclado y hoy acogen pequeños negocios de libros, cafés, souvenirs o ensaladas. ¿Y por qué son rojas si Gilbert Scott las diseñó plateadas y con un tono azulado en el interior? Fue la compañía de Correos la que tomó la decisión por marcar un color vistoso que fuera identificable allá donde estuvieran colocadas.
Pagoda de Hsinbyume o Myatheindan. No es rojo; es más, su impoluto color blanco es lo que más llama la atención en esta pagoda de Mingón, en Mandalai. Pero su color destaca aún más cuando pasean entre sus escalinadas los monjes, sempre vestidos de rojo. Construida en 1816, pero reconstruida en 1879 tras el terremoto en 1836, las siete terrazas onduladas que la rodean representan las siete cordilleras montañosas que rodean al monte Meru. Eso sí, para pasear por esos pasillos hay que descalzarse.
Wady Rum. Ubicado en el sudoeste de Jordania, lo llaman también «el desierto rojo», porque su arena refleja unas tonalidades rojizas que lo hacen muy especial. También es conocido por ser escenario de ‘Lawrence de Arabia’. Entre sus caprichosas formaciones rocosas –entre ellas la denominada ‘Los siete pilares de la sabiduría’– han vivido desde hace más de 12.000 años diversas culturas, entre ellos los ingeniosos nabateos.
Red Regatta. En junio se celebra en Venecia una regata especial denominada Red Regatta, una cita que reúne más de medio centenar de barcos tradicionales venecianos con velas rojas de 52 tonalidades diferentes. El evento tiene como objetivo rememorar la antigua tradición marítima veneciana y concienciar sobre el delicado equilibrio entre la ciudad y el mar.
Mirando al mar. Casitas de pescadores, puentes, trenes, corales, atardeceres, templos, desiertos, lagos, plazas, coches, playas, faros... Rojos o de cualquier otro color. Hay momentos y lugares con ubicación concreta en el mapa que se recomiendan por motivos muy variados. Pero hay también rincones –rojos o de cualquier otro color– que invitan a disfrutar, a pasear, a evadirse, a descubrir... y que no aparecen destacados en las guías. Solo hay que tropezar con ellos, a veces por casualidad, y dejarse fascinar. Siempre hay un lugar esperando.