Kanga Gnianze, punto crucial en la macabra ruta de los esclavos
Millones de personas fueron secuestradas en sus propias tierras para utilizarlas como mano de obra gratuita, ser tratadas como animales, o peor aún, maltratadas y abusadas hasta más allá del dolor y la muerte. Costa de Marfil no olvida que fue uno de los sitios de paso de esta ruta macabra.
La esclavitud, esa abominable práctica en la que una persona es propiedad de otra, tuvo en África un auténtico «vivero». No hay consenso sobre las cifras de la esclavitud en la época moderna, aunque según Wikipedia podrían ser «hasta 60 millones de secuestrados, de los cuales 24 millones fueron a parar a América, 12 millones a Asia y 7 millones a Europa», mientras que los 17 millones que completan esa cifra fallecieron en las travesías. El comercio negrero fue un lucrativo negocio en el que las personas atrapadas trabajaban gratis y sufrían explotación y continuos malos tratos.
Lo saben bien en Kanga Gnianze, una aldea rural de Costa de Marfil que se encuentra a unos 100 kilómetros al norte de Abiyán, la actual capital comercial y principal centro financiero del país.
Kanga Gnianze lleva en el nombre un pasado que sus habitantes se han propuesto recordar. Kanga significa esclavo y Gnianze es agua, porque este pueblo era un punto de tránsito para los cautivos del norte y el este que fueron enviados lejos de sus casas. Allí se practicaba una ceremonia de purificación que volvió a repetirse hace tres años, coincidiendo con la inauguración de un monumento que deje constancia de cuáles fueron los puntos significativos por donde transcurría esta caravana macabra.
El lugar se incluye en el Proyecto de la Ruta del Esclavo, lanzado por la UNESCO en 1994 cuando decidió en Ouidah (Benín) secundar un plan que tiene entre sus objetivos no solo el recuerdo de los itinerarios de la inhumanidad, sino también evitar el silencio sobre la esclavitud, además de identificar y preservar los datos que se puedan investigar al respecto e intentar contribuir así a una cultura de paz.
Esta aldea, que ni siquiera aparece en algunos de los mapas del territorio, recibió a políticos, estrellas deportivas o expertos en la materia. El exfutbolista francés Lilian Thuram –que militó en el Monaco, Parma, Juventus y Barcelona– totalmente vestido de blanco, caminó entre dos hileras de hombres ataviados con pañuelos rojos y ropa de guerrero y armados con palos. Al final de la fila le esperaba un curandero, al que el defensa central, campeón mundial en 1998, le entregó un huevo a modo de ofrenda.
Thuram, militante antirracista desde que colgó las botas, recibió del hechicero marfileño un pequeño guijarro y una rama de paz, mientras el «brujo» le pintaba un círculo de fina arcilla blanca en su frente.
La ceremonia tiene un halo de misterio y de cierta confusión: algunos le ven su parte buena y otros no. A los habitantes de Kanga Gnianze les gusta pensar que es positiva. «Los esclavos llegaron aquí cansados y esta purificación les dio la energía, la resistencia para seguir adelante», opina uno de ellos, que responde al nombre de Aubin Kouassi Yapi.
Yapi, de 34 años, sostiene que «este monumento es bueno para que recordemos» y dice que recibió la historia de su abuelo y un día se la contará a su hijo de 18 meses sentado sobre sus rodillas.
Pero para el historiador Aka Kouame, presente en esta ceremonia donde no hace tanto los cautivos tomaban su último baño en el río Bodo antes de afrontar la travesía en bote, pudo haber sido, «aunque esto está por demostrar como en otros lugares de Togo..., una forma de domesticar a los esclavos para hacerlos más dóciles antes de dejar atrás África para siempre».
Kouame evoca el tratado europeo de esclavos que llevó a la muerte a miles de africanos y la deportación en condiciones espantosas de millones de hombres, mujeres, niñas y niños rumbo a las Américas.
«Incluso cuando la esclavitud fue abolida en el oeste, los pactos en el comercio entre africanos se cumplieron», mantiene este historiador de la biblioteca Felix Houphouët-Boigny. «Todavía hay mucho por hacer en este país y en otras partes del mundo en relación con la esclavitud», opina Kouame, que encabeza un equipo multidisciplinal encargado de realizar un censo de sitios marfileños relacionados con la trata de esclavos.
Al acto asistió también su homólogo Elikia M’Bokolo, de la República Democrática del Congo o el expresidente de Benín Nicéphore Soglo (1991-96) y el vicepresidente de Costa de Marfil, Daniel Kablan Duncan.
La representación de la crueldad. Los actores del Centro Nacional de Artes y Cultura realizaron una recreación del trato a los esclavos que no quisieron perderse una pequeña delegación de afroamericanos. Entre ellos estaba Kelly Page Jibrell, nacida en Washington, que ha pasado dos años trabajando en el negocio de la manteca de karité del país marfileño.
Estos estadounidenses fueron sometidos a pruebas de ADN y se enteraron de que sus antepasados provenían de Costa de Marfil. «Es fantástico, he estado trabajando aquí durante dos años antes de saber que tenía el ADN conectándome al mismo lugar», cuenta Jibrell. Reconoce que en un principio rechazó las pruebas porque «creía en una identidad panafricana», pero la curiosidad pudo más en busca de sus raíces. «Después de todos estos siglos, nuestra sangre, nuestro espíritu todavía están conectados, y estamos celebrando eso. Es todo un honor», explica tras pasar por el agua.