Tesalónica, cabeza del Egeo
Portuaria e industriosa, Tesalónica se encuentra en un lugar encantador al este de los ríos Axios, Ludias, Galikós y Haliacmón, donde el Mediterráneo homérico roba una bahía para formar el golfo de Termaico. Segunda metrópoli del país helénico, es vibrante y juvenil.
El mismo día en que Filipo II de Macedonia derrotaba a los tesalios, llegó la noticia de que era padre de nuevo, una niña. La coincidencia hizo que el rey llamara a su hija Thesalonike, “victoria sobre Tesalia”. La princesa se casó con Casandro de Macedonia, quien, en honor a su esposa, bautizó con su nombre a la localidad que acababa de fundar. Desde aquel lejano 315 a. C., Tesalónica se ha convertido en una tranquila y atractiva ciudad portuaria repleta de universitarios, cuya historia y patrimonio cultural se sumergen en el azul septentrional del Egeo.
Es mediodía y luce un sol espléndido. Estoy sentado en una terraza delante de una ensalada griega a la que he decidido acompañar con tzatziki. Me llega el fresco aroma mixturado de pepino, yogur cremoso, ajo, aceite, limón y hierbabuena. Pero decido comenzar con un bocado de la milagrosa combinación de aceituna negra kalamata, tomate, cebolla, pimiento, también pepino, orégano y, por supuesto, queso feta en tacos generosos. No es un inicio de almuerzo muy original pero sí muy propio. Además, la visita madrugadora a los mercados de Kapani y Modiano me han despertado las ganas de probar los productos de la huerta.
Hoy, como casi todos los días, el Egeo nos regala uno de sus días luminosos. La peatonal Aristoteleous está muy animada, como de costumbre. Las y los paseantes flaquean los parterres en sus quehaceres cotidianos, y los soportales reciben gente que entra en los comercios o prefiere caminar al abrigo de Helios. Se cruzan dos clérigos. No sé si serán popes o leromonachos, hieromonjes. Su juventud descarta que sean higúmenos o archimandritas, pero se trata de “clero negro”, el clero célibe monacal. Verlos aquí, en Grecia, es más común que ver un cura con sotana en nuestra tierra pero, aún así, llama la atención.
Su presencia nos retrotrae a tiempos pasados, al 27 de febrero de 380, cuando fue decretado el Edicto de Tesalónica por Teodosio I el Grande: «Cunctos populos, quos clementiae nostrae regit temperamentum, in tali volumus religione versari, quam divinum Petrum apostolum tradidisse Romanis religió (…)». Así comenzaba la orden real, instando a todos los pueblos bajo la “clemencia” del augusto, a abrazar la fe que «el divino apóstol Pedro transmitió a los romanos».
De este modo, el cristianismo, en su versión nicena, se encumbraba como religión oficial del Imperio Romano. Y la historia cambió. Y fue en Tesalónica. Pero la skufia plana sobre sus cabezas nos remite a otro año quizás incluso más importante, 1054, cuando la iglesia de Roma y la iglesia ortodoxa deciden seguir caminos separados. Para unos fue el Cisma de Oriente, para otros el Cisma de los Latinos. En cualquier caso, definió su carácter.
Moderna, romana y bizantina
Tesalónica es la segunda metrópoli del país helénico. Su conurbación supera el millón de habitantes y es la capital de la Macedonia Central. Portuaria e industriosa, se encuentra en un lugar encantador al este de los ríos Axios, Ludias, Galikós y Haliacmón, donde el Mediterráneo homérico roba una bahía para formar el golfo de Termaico.
Sus dos universidades y su temperamento extrovertido hacen de ella una ciudad vibrante y juvenil. Basta abordar la noche por los barrios de Valaoritou o Ladadika para comprobar que no falta animación ni un lugar para tomar una copa. Pero a la vez es tranquila y amable. De hecho, si en algún momento hemos sufrido un improbable atisbo de estrés, el atardecer nos invitará a pintar nuestra mirada de ocres por el largo paseo marítimo, entre el Palió Limáni, el Puerto Viejo, y el Kípos tis Mousikis, el Jardín de la Música. A medio camino, los Paraguas de Zongolopoulos nos dan reposo colgados del aire como capricho artístico.
Pero no se puede decir que sea bella. Pululan por sus calles algunas discordancias estéticas que nos alejan del canon. Es entonces cuando su pasado surge con fuerza, ese carácter que mencionábamos ligado a su caudal histórico, y que reparte un fabuloso legado romano y bizantino regándola de ruinas, palacios e iglesias. La Unesco lo vio claro y en 1988 declaró Patrimonio de la Humanidad a parte de esta herencia bajo el nombre de “Monumentos paleocristianos y bizantinos de Tesalónica”.
De la quincena que componen el grupo, el más destacado es la pareja formada por el Arco y la Rotonda del emperador Galerio. El arco canta en mármol las hazañas del tetrarca del s. IV; el edificio, circular, no se sabe si nació como templo pagano o mausoleo, pero fue transformado en iglesia por Constantino I y en mezquita por los otomanos, de ahí el estilizado minarete que lo acompaña. Ambos formaban parte del complejo palaciego cuyo recuerdo puede verse en la plaza Navarinou. Y todos juntos son, a su vez, parte de los vestigios de la antigua urbs, la ciudad romana, cuyas piedras aún sobreviven también en puntos como los restos del hipódromo, el Foro Romano o la plaza Kiprion Agoniston.
A partir de ahora, será Bizancio quien tome el relevo a Roma, con su pléyade de iglesias de rito ortodoxo oriental y su despliegue de iconos y mosaicos. Siempre dentro del antaño amurallado centro histórico, se irán sucediendo San Demetrio, Santa Sofía, Acheiropoietos, Sta. Catalina, Profeta Elías, Santos Apóstoles, San Pantaleón, San Nicolás Huérfano, Cristo Salvador, Ntra. Sra. Chalkeon, San Pantaleón y los monasterios de Latomos y de Vlatadón. Y en lo alto, en el barrio de Ano Poli, en la acrópolis, nos espera la fortaleza bizantino-otomana Heptapirgión. Desde aquí vuelan las mejores vistas de la ciudad, rodeados de nostalgias y del desenfado de las y los jóvenes en Pirovoleio, sobre los Baños Bizantinos y la torre de Trigonion.
Más allá de la Unesco
Salónica no se agota aquí. De hecho, junto al mar se yergue la imagen más emblemática de la ciudad: Lefkós Pýrgos, la Torre Blanca. Fue construida en el s. XVI por Solimán el Magnífico sobre una anterior. Su contundente cilindro fue parte de las murallas y hoy es como un faro que ilumina con su sola presencia. A sus pies, las estatuas de Filipo II y de su hijo Alejandro.
Entre los templos modernos podemos destacar Panagia Deksia, neobizantina con influencias neoclásicas. Y entre los edificios islámicos, sobresalen varios de la larga etapa en que los turcos dominaron la zona y que se extendió entre 1430 y 1912. Son especialmente interesantes los pertenecientes al estilo otomano temprano, del s. XV. Así, descubrimos mezquitas tipo Bursa o de planta en T como Alaca Imaret, baños como Bey Hamam –conocidos como los Baños del Paraíso–, o bazares como el Beziste, que, como su nombre delata, es de tipo bedesten, es decir, cerrado, rectangular y techado con cúpulas.
Son imprescindibles museos como el Arqueológico y el de la Cultura Bizantina, pero merece mención especial el Museo Judío. La expulsión del pueblo hebreo de los reinos ibéricos a finales del s. XV, provocó una masiva llegada de sefardíes a Tesalónica. Hasta tal punto prosperaron que llegó a ser única la ciudad europea con mayoría judía. Se la conocía como la Jerusalén de los Balcanes.
Por diversas causas, las primeras décadas del s. XX trajeron un decrecimiento paulatino del colectivo. Pero la debacle llegó con la ocupación nazi de Grecia, cuando 49.000 de las 56.000 personas de la población judía aún residente en Tesalónica fueron deportadas. Prácticamente todas murieron en los campos de concentración. El Museo hace un recorrido por la historia de las y los judíos tesalonicenses desde el s III a. C. hasta la II Guerra Mundial, con especial atención a la comunidad de lengua djudezma. De hecho, es la sede del Centro de Estudios Sefardíes.
Acabo de terminar con la carne, un apetitoso plato de païdakia. Son chuletillas de cordero marinadas en una mezcla de aceite de oliva, orégano, tomillo, limón, romero, granos de pimienta, semillas de mostaza… y luego a la brasa. Acompañadas, claro, de patatas fritas. Y de postre espero una degustación de galaktoboureko, bougatsa con pistachos y loukoumades.
La gastronomía griega es una experiencia mediterránea y multicultural que comparte muchas características con los países de su ámbito geográfico, desde los Balcanes hasta Oriente Medio. Tesalónica es también así, griega, por supuesto, pero con muchas improntas, con muchas combinaciones, incluso muchas fusiones. Aún esperaré un rato aquí sentado, viendo pasar el tiempo y la vida. Queda toda la tarde para seguir encontrándolas.