Para muchas personas, pesarse a menudo es una rutina habitual. No es de extrañar. Desde que nacemos, la cifra de nuestro peso nos acompaña como dato de salud y desde que nacemos también supone, en un primer momento para nuestros padres y madres, un número que puede angustiar. Así que, primero se realiza un seguimiento en el pediatra a lo largo de 14 años y, posteriormente, ya depende de la relevancia o importancia que le demos o hayamos aprendido a darle al peso. Es un dato que nos marca.
Por ejemplo, si se está a dieta para ganar o perder peso, o se está embarazada, o cumpliendo un tratamiento médico que así lo indique, subirse a la báscula es parte necesaria del proceso. Sin embargo, en el resto de áreas, e incluso en las anteriormente mencionadas, los kilos, en contra de lo que se creía antes, no son el mejor indicador de salud, más bien, lo son los tejidos corporales (grasa, músculo etc.) que componen dicho peso total.
Además de no ser un dato relevante de nuestra salud, obsesionarse con el peso puede ser contraproducente para lograr un bienestar integral, como ocurre en la gran mayoría de las dietas destinadas a la pérdida de peso. Y es que, teniendo en cuenta esta única cifra, perdemos la perspectiva real de que, por ejemplo, las personas no pesamos siempre lo mismo. Nuestro peso aumenta o disminuye de un día para otro, incluso en cuestión de horas, y tiene que ver en la mayoría de los casos con cuestiones alejadas de lo que comemos o no comemos.
Asimismo, los seres humanos tenemos un paquete genético individual; es decir, igual que hay personas más altas o más bajas, con una complexión mayor o menor, las hay que pesan más o menos. En el caso del peso también influyen nuestros hábitos de vida, lo que comemos o cuánto nos movemos, por supuesto, pero menos de lo que pensamos. En otras palabras: las personas venimos con unas ‘condiciones’ de serie que admiten unas modificaciones muy pequeñas cuando se trata del peso.
De modo que, ¿pesarse o no pesarse? He ahí la cuestión. Pesarse o no, el acto en sí, no va a influir directamente sobre la evolución de nuestro peso, salvo que su lectura condicione nuestros hábitos y salud mental.
Por lo tanto, hay que tener todo esto en cuenta pero, si decidimos hacerlo, también hay que tener presentes varias premisas, como por ejemplo que, según la ropa, el peso puede fluctuar entre 500 gr y 1 kg. En el caso de las mujeres, en la semana premenstrual el peso puede aumentar incluso más de 1 kg. También que hay que realizar esta actividad en las mismas condiciones de ropa, ingesta, hora etc.
Y, por último, ¿qué báscula es la mejor? Hoy en día existen un sinfín de aparatos altamente evolucionados y muy de moda como las básculas inteligentes que dicen ser útiles para tener bien controlado nuestro cuerpo. Las básculas inteligentes son dispositivos que informan de varias características, como el peso, el IMC (índice de masa corporal), el porcentaje de grasa corporal, el de músculo o el de agua corporal.
Sin embargo, tenemos que tener en cuenta que una de estas básculas domésticas inteligentes cuestan alrededor de los veintipocos euros hasta los 70 euros. Pero este tipo de básculas que se utilizan en consultas de nutrición especializadas, así como en equipos de investigación biomédicos y que ofrecen estos datos corporales también, oscilan entre los 2.000 y los 6.000 euros y, a pesar de ello, los datos obtenidos pueden ser erróneos si no se dan una serie de premisas de uso. Con esto me refiero a que los datos de composición corporal de estas básculas domésticas de moda no son muy fiables y que hay que saber, sobre todo, interpretarlos. Que podamos hacernos a nosotros mismos un test de antígenos no nos convierte en enfermeros.
Así que, para acabar y resolver el dilema de pesarse sí o no o, incluso, está báscula o la otra, mi conclusión es que la mejor báscula es la que no se usa y que, si del control del peso se trata, el objetivo trasciende los kilos que marque la báscula: tanto si el peso cambia, como si no, el cambio de hábitos ha de ser la única meta.