Terapia en Brasil con reptiles para relajarse y aliviar trastornos
Una serpiente de piel amarilla con círculos marrones se enrosca alrededor del cuello del brasileño David de Oliveira Gomes, que la sujeta con suavidad: «Es una boa», dice, pero «no tengo miedo». David de Oliveira Gomes asiste a una sesión de terapia con reptiles en una clínica en Sao Paulo.
La escena del brasileño David de Oliveira Gomes, un adolescente de 15 años con autismo, transcurre en un centro terapéutico en Sao Paulo, donde pacientes con trastornos de ese tipo reciben un atípico tratamiento con reptiles que les ayuda a relajarse y mejorar capacidades como la comunicación.
«Se llama Gold, está fría, come ratones», dice David, desafiado por la terapeuta Andrea Ribeiro a describir la boa constrictora que se arrastra por su campera con estampa de camuflaje. David «está trabajando la elaboración del discurso y la memoria», explica Ribeiro, especialista en terapia con animales y fonoaudióloga, sentada a la mesa con él.
La original terapia desarrollada hace una década en ese centro paulista, donde ya fueron atendidas unas 160 personas, transcurre en un espacio abierto junto a un corral donde otros hacen sesiones con caballos.
A un costado se alinean más de una decena de contenedores de plástico con diferentes tipos de serpientes, lagartos, tortugas y hasta un yacaré, una especie de caimán que vive en Brasil y otros países de América Latina. Dependiendo de las necesidades y el interés del paciente, se utiliza uno u otro animal, explica Ribeiro.
«Está comprobado por la Medicina que (...) durante el contacto con un animal, hay una liberación de neurotransmisores como serotonina, beta-endorfina, que dan sensación de placer y bienestar», explica Ribeiro. Además, añade, los animales «abren los canales de comunicación» con los pacientes.
Por ello, permiten «mayor efectividad y resultados más rápidos» que el trabajo en un consultorio, afirma sobre esta terapia que no tiene validación científica.
Los pacientes llegan asimismo «sin prejuicios» sobre las boas, yacarés u otros, a los que la mayoría de las personas temen.
Otra ventaja de estas especies, según Ribeiro, es que «se mantienen indiferentes: no van hacia uno, a diferencia de mamíferos como los perros, que pueden incomodar a personas con autismo».
Canción para yacaré
“Ya-ca-ré. Abriendo tres veces la boca”. Gabriel Pinheiro, de 10 años, intenta imitar a Ribeiro mientras acaricia el lomo de un ejemplar pequeño.
«Es su favorito», dice la terapeuta, quien aprovecha la curiosidad del niño para enfocar su atención y ejercitar su comunicación. «Está mojado», acierta Gabriel, acercando el rostro al animal y mirándolo con los ojos fijos detrás de sus anteojos.
Después de describir las escamas «duras» y la barriga «blanda», aprovechando las texturas del animal para destacar los opuestos, los dos cantan una canción sobre el yacaré que pone a prueba la memoria auditiva de Gabriel.
En cuatro años de terapia, el acompañamiento contribuyó a mejorar la «comprensión, comunicación y habilidades» motoras de Gabriel, dice su madre, Cristina de Oliveira Pinheiro, quien enfatiza el disfrute: «Viene feliz y sale de aquí de buen humor».
Control de estrés animal
Distinto es el caso de Paulo Palacio Santos, de 34 años, quien quedó sin posibilidad de comunicarse ni caminar tras sufrir un grave traumatismo craneoencefálico en un accidente.
Ribeiro le rodea el rostro con una serpiente gruesa que con su presión activa el reflejo de deglución. El cuello le queda frío, como la piel del animal. Después, desliza una boa más delgada por el rostro de Santos para activar los músculos que rodean la boca.
Junto a Ribeiro siempre está Beatriz Araujo, una bióloga de 24 años, para minimizar los riesgos. Es la encargada de cuidar y evaluar el estrés de los animales, cuya posesión es regulada por el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de Recursos Naturales Renovables.
«Los peligros son los del contacto con cualquier animal. Son criados aquí y no usamos serpientes venenosas, sino constrictoras (que matan por presión), pero siempre estoy junto a ellos porque pueden tener alguna reacción», dice Araujo.
Según Ribeiro, no se han registrado accidentes en una década de funcionamiento.