Joseba Salbador Goikoetxea

Arrizala celebra el día de San Juan con un rito que podría tener su origen hace 3.500 años

En la mañana de San Juan, un grupo de mujeres de Arrizala (Agurain) recibe a la corporación municipal tocando grandes panderos adornados con cintas y cascabeles. A solo 400 metros del dolmen de Sorginetxe, donde hace más de 3.500 años se reunían las mujeres en los solsticios. ¿Simple casualidad?

Los ediles de Agurain, montados a caballo, son despedidos con cánticos intepretados con el acompañamiento de grandes panderos.
Los ediles de Agurain, montados a caballo, son despedidos con cánticos intepretados con el acompañamiento de grandes panderos. (J.S.)

Alguien podría considerar demasiado aventurado tratar de establecer una linea de continuidad entre las celebraciones que se realizaban en lugares sagrados como los monumentos megalíticos de finales del Neolítico y la pequeña fiesta que hoy día se sigue celebrando en Arrizala en la mañana de San Juan.

Pero la coincidencia de espacios geográficos, de fechas señaladas, de nombres de lugares y de ritos de origen desconocido resulta demasiado sugerente como para considerarla una simple casualidad.

Es por ello que la mañana del 24 de junio de 2022 acudimos a este pequeño pueblo perteneciente al municipio de Agurain –que cuenta con una población de alrededor de veinte habitantes–, con la finalidad de conocer in situ una de las tradiciones más singulares de Euskal Herria.

Para empezar, en muy pocos lugares encontraremos a toda una corporación municipal montada a caballo para acudir a escuchar misa a un barrio situado a cuatro kilómetros de distancia. Pues en Agurain lo siguen haciendo. En la mañana de San Juan, a eso de las siete de la mañana, se suben a lomos de los caballos y acuden a escuchar misa a la iglesia de San Esteban de Arrizala.

A la entrada del pueblo, un grupo de mujeres les recibe tocando grandes panderos adornados con cintas de colores y cascabeles, y entonando un estribillo que dice: «Gracias a Dios que ha llegado la mañana de San Juan. Gracias a Dios que ha llegado la justicia principal. Ya viene el señor alcalde en el sillón. Ya viene al pueblo de Arrizala a tomarlo en posesión».

Finalizado el oficio religioso, se ofrece un tentempié a los presentes a base de chocolate y galletas, tras lo cual la corporación vuelve a montar a caballo para regresar a Agurain. Antes de emprender la marcha, los ediles son agasajados uno a uno con ramos de flores y despedidos de nuevo con más cánticos.

Los panderos están adornados con cintas y cascabeles con formas geométricas cargadas de simbolismo.


Se trata de una tradición que se ha transmitido en el seno de las familias de Arrizala, de madres a hijas, desde tiempos inmemoriables. Estas mujeres recuerdan haber escuchado a sus madres y abuelas que los ramos de flores que obsequian a los ediles los preparaban a primera hora de la mañana, después de caminar descalzas por los prados para cumplir con el rito purificador de recibir el rocío en la mañana de San Juan. La encargada de tocar después el pandero era la moza mayor, la chica casadera con más edad del pueblo.

Pero, ¿qué sabemos del origen de esta tradición? Según explica el historiador local Kepa Ruiz de Egino, una de las personas que más ha investigado sobre el tema, «desde la más remota antigüedad» y aproximadamente hasta el siglo XVII, la corporación municipal giraba la visita del 24 de junio a la ermita de Andra Mari Arana, ubicada a las afueras de Arrizala y actualmente desaparecida. Y eran las beatas de ese lugar las que se encargaban de recibir con cánticos a las autoridades. Pero, ¿quiénes eran las beatas?

Eran mujeres que vivían en las ermitas o junto a ellas. Vestían hábito y se dedicaban a la oración, al trabajo y a ejercer tareas de asistencia social. Sin embargo, no pertenecían a ninguna orden religiosa ni profesaban votos como las religiosas. No estaban sujetas a ninguna regla, por lo que en el siglo XVI las autoridades eclesiásticas decidieron intervenir, con el objetivo de controlar las expresiones populares de la religiosidad y más aún si eran protagonizadas por mujeres libres. Así,y después de numerosos intentos por desacreditar su reputación –no faltó quien llegó a relacionar a estas beatas con la hechicería y el pecado–, el Concilio de Trento (1545-1563) estableció la obligatoriedad de la clausura para todas las comunidades religiosas femeninas.

En el caso que nos ocupa, las beatas de Arrizala residían en la casa-beaterío construida junto a la ermita de Andra Mari Arana, templo que desapareció en el siglo XVII (un siglo después de la prohibición de las comunidades de beatas). A partir de entonces, la visita municipal tuvo como destino la iglesia de San Esteban, ubicada en el casco urbano.

Foto tomada a mediados del siglo XX.


Se da la circunstancia de que la ermita de Andra Mari Arana se encontraba situada muy cerca del dolmen de Sorginetxe, monumento megalítico levantado a finales del Neolítico, hace unos 4.500 años. Como es de sobra conocido, el cristianismo hizo erigir ermitas en los lugares que anteriormente se utilizaban para realizar ritos paganos. Asimismo, adaptó su calendario al que seguía la población local, descendiente de los pobladores que construyeron aquellos monumentos megalíticos, de tal forma, que el solsticio de verano pasó a convertirse en la festividad de San Juan. ¿Sería tan aventurado pensar que se mantuvieron también los ritos que se celebraban en fechas tan señaladas?

Según los expertos en la materia, los dólmenes constituían la puerta de acceso al mundo de los muertos, motivo por el que en los prados donde se encuentran ubicados se reunían las mujeres o sorgiñak, encargadas de cuidar tanto del mundo de los vivos como de los muertos. Eran lugares sagrados donde se celebraban ritos paganos o akelarres, seguramente sin las connotaciones añadidas con posterioridad por el cristianismo, y que desembocaron en numerosos procesos de brujería, como el protagonizado por Pedro Ruiz de Eguino, comisario de la inquisición, en esta misma Llanada alavesa a principios del siglo XVII.

Hay estudios que demuestran asimismo que estos megalitos tenían una connotación astral. En Sorginetxe se da esta circunstancia, ya que está perfectamente alineado con el ocaso del sol en el solsticio de verano. Asimismo, la entrada a la cámara del dolmen está orientada justo con la salida del sol en el solsticio de invierno. Por tanto, es muy probable que aquellas gentes se reunieran en esos lugares sagrados en fechas tan señaladas.

El dolmen de Arrizala se alza majestuoso en la mañana del 24 de junio.



También existen indicios que apuntan que en aquellas reuniones se cantaba, se bailaba y se tocaban grandes panderos de piel de cabra, un instrumento utilizado en la antigüedad en celebraciones religiosas. Resulta llamativo que el pandero que utilizan actualmente en Arrizala está adornado con cintas de colores dispuestas en forma hexagonal, con una flor en el centro. Se trata de una forma geométrica cargada de simbolismo, con referencias astrales y que aparece en numerosos elementos utilizados por los celtas hace 3.000 años en forma de rosetas hexapétalas. Y qué decir también de los cascabeles, utilizados desde tiempos inmemorables para ahuyentar los malos espíritus.

Así pues, no parece demasiado aventurado afirmar que estas mujeres que, el mismo día del solsticio de verano y en el mismo lugar donde se encuentra el dolmen de Sorginetxe, siguen tocando grandes panderos adornados con símbolos astrales y hasta hace no mucho mantenían ritos paganos como caminar descalzas por los prados, perfectamente podrían ser continuadoras de una tradición de más de 3.500 años de antigüedad.