Adolescentes y redes sociales, los riesgos de una «epidemia silenciosa»
Todos los padres y madres afrontan, tarde o temprano, la exigencia de sus vástagos de un smartphone. Un aparato al que resulta fácil engancharse y una poderosa herramienta que abre la puerta a aplicaciones, redes sociales y contenidos que muchas veces los jóvenes no pueden gestionar.
Entre los interesantes temas que se trataron en el reciente Curso de Verano de la UPV-EHU titulado ‘Las adicciones en la realidad’, el catedrático de Psicología Clínica Enrique Echeburúa abordó uno que preocupa especialmente a padres y madres, la adicción de los y las adolescentes a las nuevas tecnologías, los smartphones y las redes sociales.
Un tipo de adicción de la que ofreció tres pinceladas a modo de características. La primera, que se trata de una «epidemia silenciosa que no genera rechazo social», a diferencia de otras como por ejemplo el alcoholismo o el consumo de algunas drogas. La segunda, que en nuestra sociedad actual es complicada, casi imposible, la abstinencia, ya que estamos abocados a su uso por estudios, en el caso de los más jóvenes; por trabajo, los mayores; y por relaciones sociales, la mayoría de las personas
Y la tercera la laxitud de los controles, puesto que cualquiera puede mentir sobre su edad para crearse un perfil y no se exige una identificación, como sucede para entrar en un casino, abrir una cuenta corriente o votar en unas elecciones.
Echeburúa expuso algunos de los problemas que causa esta adicción. Uno es la expansión de la «multitarea», el ser incapaz de aparcar las redes sociales mientras se llevan a cabo otras acciones, lo que «dificulta el grado de concentración y aumenta el estrés». Y en situaciones concretas puede ser causa de graves riesgos, por ejemplo conduciendo.
Los usos «bastardos» de Whatsapp
Otros problemas son la «pérdida de intimidad» o la «nomofobia», que es «el miedo a quedarse sin cobertura, sin batería, a olvidarse el móvil, a perderse algo importante». Y ya más centrado en una aplicación en particular, Whatsapp, alertó sobre los malentendidos en la comunicación –a pesar del empleo de emoticonos–, los usos «bastardos» como dejar a la pareja o despedir a una persona a distancia, el sexting –difusión de fotos de contenido sexual– o las conductas controladoras. «A veces nos acerca a quienes tenemos lejos, pero nos aleja de quienes tenemos cerca», sentenció.
Enrique Echeburúa enumeró asimismo contenidos inapropiados y de fácil acceso que empujan a los y las adolescentes a trastornos alimentarios como la anorexia y la bulimia, la vigorexia, las conductas violentas y de acoso, los impulsos suicidas, la adicción al juego o a las compras online…
La sobreexposición a las pantallas también acarrea problemas físicos como el sedentarismo y la obesidad por una mala alimentación –a lo que se suma el hábito de comer o cenar al margen del núcleo familiar–, alteraciones del sueño o sobrecargas cervicales.
Este reputado psicólogo apuntó que existen factores que pueden predisponer a un joven a ‘engancharse’ a las redes sociales, como el narcisismo, la autoestima baja, las dificultades para hacer frente a las adversidades de la vida cotidiana, la depresión, la falta de afecto –recordó que «en la adolescencia las rupturas amorosas se viven como tormentas»– o una cohesión familiar débil.
¿Edad recomendada?
Utilizar el móvil en lugares inadecuados y a destiempo, la obsesión por conectarse y la incapacidad para parar, la falta de rendimiento escolar o la reducción de otras actividades de ocio y relaciones sociales son algunas de las señales de alerta, que pueden ser prevenidas con medidas como limitar los tiempos de conexión, silenciar las alarmas y los avisos, no dejar que el menor tenga el móvil en su cuarto por la noche o fomentar otros tipos de ocio más clásicos.
En la recta final de su exposición, Echeburúa abordó una de las cuestiones a las que deben enfrentarse todos los padres y madres: ‘¿Con cuántos años le compro su primer teléfono?’. A día de hoy se está llegando a regalar un smartphone como obsequio de primera comunión, unos 9 años, pero a su juicio «no parece razonable» poner una máquina tan poderosa en unas manos tan jóvenes.
Su edad «recomendable» es «entre 12 y 14 años, cuanto más tarde mejor, aunque depende también de la madurez». Porque la realidad es que, a pesar de todos los riesgos, no deja de ser una importante herramienta de «socialización con sus iguales».