Con la vuelta a la rutina y tras los excesos, muchas personas que retomen rutinas alimentarias, estrés laboral, familiar etc. puede que identifiquen algún síntoma que les haga pensar que sufren algún tipo de intolerancia, y la que tiene más papeletas de ser la acusada es, sin duda, la maldecida lactosa. Sin embargo, se estima que en el Estado español solo entre el 19% y el 28% de la población ha sido diagnosticada de esta patología. No es que sea poco, pero no es tanto como las personas que restringen la lactosa.
Una de las dificultades para su correcto diagnóstico es que la intolerancia a la lactosa puede presentar los típicos síntomas (hinchazón abdominal, diarrea, gases, náuseas, dolor abdominal y vómitos), o, por el contrario, síntomas más inespecíficos provocados por ciertas sustancias generadas en el colon durante la digestión (dolor de cabeza, dolor muscular y articular etc.).
La dificultad de diagnóstico también radica en el grado de ‘virulencia’ con el que se presentan estos síntomas en las distintas personas, dependiendo de la cantidad ingerida, el grado de intolerancia o de si su ingesta ha sido aislada o junto con otros alimentos.
En general, esta intolerancia, que puede describirse como la causada por la mala absorción de lactosa a causa de tener poca lactasa (enzima que digiere la lactosa), no tiene por qué tener el mismo origen. Así, otra de las dificultades de diagnóstico es que existen 4 formas de dicha patología: 1) Lactasa no persistente: aquella en la que el intestino delgado produce menos lactasa después de la infancia, es decir, que perdemos capacidad de digerirla a medida que cumplimos años y es la causa más común de esta intolerancia. 2) Secundaria a otras patologías: Las infecciones, enfermedades, tratamientos (medicamentos, cirugías o radioterapia) que lesionan al intestino delgado pueden hacer que este produzca menos lactasa. 3) Nacimiento prematuro: En bebés prematuros, es posible que el intestino delgado no maduro produzca poca lactasa por un periodo corto después del nacimiento. 4) Déficit congénito de lactasa: Se trata de un trastorno genético muy poco frecuente en el que el intestino delgado produce poca o ninguna cantidad de lactasa desde el nacimiento, por lo que los síntomas se manifiestan en el recién nacido con la ingesta de la leche materna o de fórmula.
Entonces, con tanta dificultad, ¿cómo se detecta correctamente la intolerancia a la lactosa? Pues a la luz de lo comentado, vemos que no es tan sencillo con que nos digan que probemos a dejar de tomar lactosa y ya… si no que nuestro médico debe solicitarnos la prueba del aliento, que es la prueba diagnóstica más utilizada por ser la más sencilla y no invasiva y, tampoco está de más recordar que tan importante como un buen diagnóstico es no autodiagnosticarse.