La diabetes, una condición de sobra conocida y reconocida, parece estar en boca de todos. Así que este será el primero de una pequeña serie de artículos sobre esta enfermedad. Empecemos hablando de algo real, la diabulimia. Aunque no es un trastorno de la conducta alimentaria (TCA) reconocido como tal, es un término que se utiliza para referirse a la condición en la que una persona con diabetes, omite intencionadamente o usa menos insulina de la que necesita con el fin de perder peso o para prevenir su aumento de forma similar a cómo una persona con un TCA maneja o utiliza métodos compensatorios (actividad física, restricción alimentaria, purgas...) para el mismo fin tras las ingestas.
En general, los diversos estudios que han analizado este fenómeno han encontrado que, entre un 11,5% y un 27,5% de adolescentes con diabetes, cumplen además criterios de bulimia y trastorno por atracón. Asimismo, la prevalencia general de diabulimia entre población diabética es de hasta el 30-40%, siendo más habitual en mujeres (88,6%) que en hombres (10,8%). Además, entre población adulta, la diabulimia se relaciona con niveles más elevados de hemoglobina glicosilada (medición del nivel promedio de glucosa en la sangre durante los últimos tres meses), tasas más altas de visitas a urgencias u hospitalización en relación con la diabetes y mayor prevalencia de trastorno depresivo mayor.
Pero, ¿cuál es la razón o causa por la que algunos pacientes diabéticos desarrollan este trastorno? Parece que, por un lado, el ‘obligatorio’ control de la dieta contribuye a que se tenga un cierto riesgo de adquirir diferentes comportamientos alimentarios inadecuados. En segundo lugar, algunos expertos creen que se debe al estrés psicosocial del manejo de esta enfermedad crónica, que se denomina angustia diabética, y que hace referencia al gran reto que representa para estos enfermos el tener un control adecuado de la enfermedad, de las comorbilidades y/o complicaciones frecuentemente asociadas.
En este sentido, estas personas que se encuentran en un contexto en el que diariamente y de por vida deben calcular y controlar el uso de insulina, sienten la presión por lograr un buen control glucémico, a lo que se añade la constante evaluación de lo que la persona come y de su peso corporal, por lo que pueden acabar desarrollando conductas alimentarias de riesgo.
Es importante tener en cuenta algunas señales de alarma que nos hagan sospechar de esta situación como, por ejemplo, pérdida o ganancia de peso no explicada, múltiples y precoces ingresos por mal control metabólico, ‘olvidos’ de la dosis de insulina y de los controles glucémicos, infecciones de orina frecuentes, controles glucémicos que no son coherentes con otros datos de control o dejar de monitorizar las cifras de glucemia… Por todo ello, el manejo de la diabetes no debería ir alejado del cuidado de la salud mental para abordar y prevenir conductas alimentarias de riesgo y otras complicaciones.