A menudo, los profesionales de la salud en general y los dietistas-nutricionistas en particular, nos enfrentamos tanto durante nuestra actividad profesional como en la vida cotidiana a tener que sobreargumentar ciertas cuestiones, como por ejemplo que el azúcar de la fruta no es nocivo. Algunos nos enfrentamos diariamente a las creencias de los pacientes y personas en general. Pero, ¿qué es exactamente una creencia? Es una premisa o idea que se toma como cierta, aun cuando no se haya comprobado o no se pueda comprobar con los métodos científicos conocidos e, incluso, se haya comprobado que no es cierta.
Las creencias son ideas que se estructuran y se integran (consciente e inconscientemente) formando las convicciones de las personas y, a menudo, son duraderas, no admiten discusión e influyen en la conducta general.
Frecuentemente, las creencias provienen o son aprendidas de personas importantes de las que nos rodeamos como son los familiares o docentes, pero también pueden provenir de la cultura a la cual se pertenece y a la religión, siendo así como se generan creencias respecto al mundo en general y, por supuesto, respecto a la alimentación.
De este modo, las experiencias iniciales con la alimentación, con el acto de comer en sí mismo y con las personas que intervienen en ellos durante nuestra infancia, generan creencias que organizan y rigen nuestra conducta alimentaria.
En este sentido, cuando rigen nuestra conducta alimentaria, es importante tener en cuenta las creencias, ya que, muchas veces, están inexorablemente ligadas a factores como la dieta que se consume, si se consume o no alcohol, si se tiende a restringir o no... Esto es, nuestras creencias sobre alimentación correlacionan directamente con ciertos parámetros o factores de salud-enfermedad.
Y, ¿por qué es tan difícil cambiar las creencias sobre salud y alimentación de alguien?
Recuerden el covid-19: el uso de la asepsia quirúrgica (lavado de manos, etc.) tardó en implementarse a pesar de su evidente eficacia, en comparación con el uso de la anestesia que ocurrió por primera vez en 1846 generalizándose rápidamente en Europa y un año después en Estados Unidos. Los investigadores determinan que la diferencia es que el efecto de la anestesia es inmediato y se asocia directamente al acto quirúrgico; la asepsia, en cambio, puede no asociarse al acto médico, ya que la infección por contaminación suele aparecer tras la intervención quirúrgica.
De todo ello se deduce que, si los problemas son invisibles para la población, el cambio de creencias y, por ende, de conducta, tarda en aparecer y, claro, en nutrición el efecto de una dieta saludable no se observa directa y rápidamente como sí lo hace, por ejemplo, la restricción y otras tantas conductas de riesgo basadas en simples creencias.