Iker Bizkarguenaga
Aktualitateko erredaktorea / redactor de actualidad
Interview
Joan-Ramón Laporte
Catedrático de Farmacología

«Hay que acotar el número de fármacos prescriptibles»

‘Crónica de una sociedad intoxicada’ es el elocuente título del último libro de Joan-Ramón Laporte (Barcelona, 1948), que fue jefe del servicio de farmacología clínica del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona y es fundador del Institut Catalá de Farmacología.

Joan-Ramón Laporte.
Joan-Ramón Laporte. (Umami Brands)

Apunta en el libro que «la polimedicación es la norma» en nuestra sociedad. ¿Por qué se recetan tantos fármacos?

Hay una presión de marketing que llega a un terreno determinado, en el que por esa misma presión, y la más invisible es la ejercida a través de líderes de opinión, sociedades médicas, y demás, se ha modificado bastante la práctica de la medicina. Antes, el trabajo del médico consistía en apreciar las características de cada persona para individualizar el proceso de seguimiento y, eventualmente, los tratamientos. Ahora, la medicina tiende a aplicar protocolos iguales para todo el mundo.

Es muy crítico con las farmacéuticas y con los sistemas sanitarios públicos, pero tampoco quedan en buen lugar los médicos. ¿Acaso no saben lo que están recetando?

Creo que el marketing farmacéutico, que no se ejerce solo a través de visitadores médicos, sino a través de expertos y redes especializadas que parecen internas, de la profesión, incluso internas del sistema sanitario, es tan potente que no solo influye, sino que la persona influida no se da cuenta de ello. Es influyente y anestesiante a la vez.

Por ejemplo, entre el temor a que te digan algo por no haber prescrito una estatina a alguien que tiene el colesterol alto, y los posibles efectos adversos de la estatina, y creo que los médicos no son muy conscientes de la magnitud de los efectos adversos de las estatinas, optan por la comodidad.

Por otro lado, hablando con médicos de Atención Primaria, una cosa que notas que es importante, aunque no lo cuenten explícitamente, es la hora en la que están visitando. Si el turno es de mañana, a las nueve están muy bien, a las dos y media están cansados, no están para discutir ni pensar; quedan tres visitas por realizar y solo media hora... En estos casos la conversación es fácilmente sustituida por una prescripción de un medicamento.

Es muy llamativo el apartado dedicado en el libro a las cascadas iatrogénicas y a su impacto. ¿Son algo común?

 Es muy común. Ocurren cada día miles de casos. Una de las deformaciones de la práctica de la medicina consiste en hacer un diagnóstico pero no preguntarse por qué el paciente ha llegado a ese diagnóstico.

En las facultades de Medicina, desde los años 50, hay una especie de adoración intelectual por el diagnóstico diferencial, un buen médico es el que hace un buen diagnóstico diferencial. Pero una vez hecho el diagnóstico, lo que hace el médico para tratar es considerado más secundario en la escala de valores intelectuales de la medicina.

Un nuevo medicamento, señala, no significa necesariamente que sea mejor.

Esto es algo habitual y a mi juicio empieza a ser preocupante. En la OMS y en la mayoría de los tratados de farmacología clínica se dice que un medicamento se valora en cuatro dimensiones; dos que quizá son más importantes, eficacia y seguridad, y además la comodidad o conveniencia y el coste, entendido no como el precio sino como coste del tratamiento. La eficacia se mide sobre todo en ensayos clínicos controlados, pero esto es cada vez más objeto de fraude, y es imposible en la práctica comprobar que lo que nos cuentan sean los verdaderos resultados de los ensayos clínicos.

Por otra parte, la difusión de las señales de inseguridad de un medicamento se retrasan por razones comerciales, muy a menudo con la colaboración de los reguladores. Si la eficacia y la seguridad, los principales parámetros, no son fiables, tenemos un problema.

Creo que debe entrar un quinto elemento en las dimensiones de evaluación de los medicamentos, que sería la experiencia. Entre un nuevo medicamento y uno antiguo para una misma indicación, si no hay datos muy evidentes que muestren que el nuevo es mejor, prefiero quedarme con el antiguo. Porque los datos de eficacia y seguridad de los nuevos medicamentos son poco fiables y son hechos públicos de manera selectiva, y con los antiguos sabemos de qué estamos hablando.

Si nos ofrecen un nuevo antiinflamatorio, yo me fiaría más del ibuprofeno, que tiene más de cuarenta años de experiencia clínica y pública, y aunque hubieran escondido algo en aquel momento, hoy lo sabemos prácticamente todo.

«Entre un nuevo medicamento y uno antiguo para una misma indicación, si no hay datos muy evidentes que muestren que el nuevo es mejor, prefiero el antiguo»

Subraya la importancia del microbioma.

Subrayo la importancia del microbioma un poco para señalar que no tenemos ni idea de nada, que existe una arrogancia intelectual de la medicina. Los mecanismos de la producción de la enfermedad son muy complejos, multicausales, intervienen varios mecanismos que se entrelazan entre sí. Dicho de manera muy simple, hay condiciones necesarias pero no siempre suficientes para causar una enfermedad.

 «A la industria le interesa sobre todo el mercado de los medicamentos para toda la vida». ¿Esto afecta a la fabricación de nuevos fármacos?

Por ejemplo, los antibióticos. Hay un interés muy escaso de la industria farmacéutica en desarrollar antibióticos, porque la mayoría de los tratamientos con antibióticos son cortos.

Recuerdo una reunión hace 20-25 años de los centros nacionales de salud de EEUU, para hablar del desarrollo de fármacos antiepilépticos, y ahí había representantes de laboratorios farmacéuticos que dijeron que no tenían interés en desarrollar medicamentos nuevos para la epilepsia. Entendían que los medicamentos disponibles en aquel momento tenían inconvenientes y que convendría tener algún medicamento más, y que había algunas formas de epilepsia que respondían muy pobremente al tratamiento con antiepilépticos, pero decían «señores, el mercado de la epilepsia es muy limitado».

«Hay un interés muy escaso de la industria farmacéutica en desarrollar antibióticos»

Expone que nuestra salud depende sobre todo de las relaciones sociales, la alimentación, la vivienda, el medio ambiente, la exposición a tóxicos alimentarios o ambientales... Los factores socioeconómicos determinan el grado de medicación, por tanto.

Sí. Hace diez años vi un trabajo que hizo el médico Juan Simó sobre consumo de medicamentos en función de los quintiles de clase social, y ahí se veía que la clase más pobre consumía más medicamentos para la diabetes, para la hipertensión, también más antiinflamatorios, fármacos para el dolor... Los psicofármacos se concentran en pobres, pero también en mujeres, en gente desocupada, etc. En la pandemia de covid se vio asimismo que cuanto más pobre la clase social, más ingresos hospitalarios, y también más muertes.

«Profesionales y pacientes deberían ser escépticos con los medicamentos. No incrédulos, solo escépticos». ¿Considera que esa es la clave?

Sí. Aunque todo fuera muy honrado, aunque no hubiera fraude en la investigación, no hubiera ocultación de los datos de seguridad y de eficacia, hay que ser escéptico. Porque tomar un medicamento no es una garantía de que vaya a ocurrir algo bueno. La toma de un medicamento genera una hipótesis; cuando un médico receta un medicamento a un paciente puede que le haga el efecto esperado, esperamos que eso sea en la mayoría de los casos, puede que no haga nada, o puede que cause efectos adversos. Esto es una hipótesis, y es curioso que cuando uno observa la manera en que los médicos prescriben los medicamentos parece que no sean conscientes de esto.

Me parece razonable que un médico prescriba un omeoprazol para una dispepsia, y que cite al paciente dos meses después. Es muy difícil que el omeprazol te haga daño en dos meses. Pero se prescribe tramadol, fentanil y no los ven hasta tres meses después. Dar fentanil a una señora mayor y decirle «venga dentro de tres meses»... son situaciones de altísimo riesgo. No solo es que deben ver a la señora para descartar que el fentanil le haya hecho algo malo, sino para asegurarse que tiene alguna eficacia. Porque, si no, retíralo.

Por otro lado, tenemos a gente que es totalmente renuente a aceptar lo que le dicen los médicos, a los medicamentos, a las vacunas... ¿Le preocupa?

Sí. Y creo que el extremismo de la medicina oficial ha hecho aumentar la desconfianza.

Hubo gente que en la pandemia bebió lejía...

Trump, ¿no? El dogmatismo crea monstruos, desconfianza, crea un poco de pensamiento mágico y no permite que avancemos en el debate social. Y sin discusión y debate no hay avance y no hay progreso.

Califica la sobremedicación de «pandemia silenciosa». ¿Es posible revertirla? ¿Qué pasos habría que dar?

Lo veo muy difícil, pero se podrían hacer cosas. Está demostrado que todos estos medicamentos no son necesarios, e incluso hay datos que indican que cuanto más haya, peor, porque imagina que la agencia del medicamento tenga que controlar la calidad de 30.000 especialidades farmacéuticas pudiendo controlar dos mil. Además, es un error creer que un médico puede saber de las 16.000 especialidades farmacéuticas que puede prescribir.

Por tanto, un paso sería seleccionar el número de medicamentos prescriptibles, elegir los más adecuados, porque así se concentra el conocimiento sobre los verdaderamente necesarios. Por otro lado, asegurarse de que a los médicos les llega una información que no sea la de los laboratorios. Todo el mundo entiende que cualquier bien de consumo el fabricante te lo venderá como si fuera el mejor. Que se prohíban los visitadores médicos en los centros de salud. En tercer lugar, la formación continuada, que ahora son cursos que da la industria, tiene que darla el propio sistema sanitario.

Es un reto, pero es que ahora tenemos un sistema sanitario que se come todo lo que echen, que compra humo a precio de oro, sin preocuparse siquiera de que no sea humo.