GAIAK

Jugar al ajedrez con Dios desde una silla de ruedas

Si al final resultase que algo parecido a Dios existe, ayer respiró aliviado. Stephen Hawking, uno de los más ilustres primates de este planeta menor inserto en una estrella ordinaria –la definición es suya– murió ayer a los 76 años tras una vida improbable dedicada, si se permite la reducción, a demostrar que «no es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo».


Si al final resultase que algo parecido a Dios existe, ayer respiró aliviado. Stephen Hawking, uno de los más ilustres primates de este planeta menor inserto en una estrella ordinaria –la definición es suya– murió ayer a los 76 años tras una vida improbable dedicada, si se permite la reducción, a demostrar que «no es necesario invocar a Dios como el que encendió la mecha y creó el Universo».

Una partida de ajedrez jugada en desventaja –«Dios no solo juega a los dados con el universo: a veces los arroja donde no podemos verlos»–, a la que, sin embargo, pudo dedicar cinco décadas más de las previstas por los médicos que, a los 21 años, le recetaron entre dos y tres años de vida tras diagnosticarle una esclerosis lateral amiotrófica (ELA).

Decir que la vida de Hawking es un ejemplo de superación es un lugar común en el que nos podemos permitir la licencia de caer al hablar de una persona que no calló ni cuando perdió el habla tras una neumonía en 1985, ni cuando todo su cuerpo se paralizó excepto algunos de sus músculos faciales. Incluso entonces siguió hablando, dictando con su mejilla al ordenador que hablaba por él con una voz metálica procedente de un sintetizador de 1986 «Todavía no he escuchado una voz que me guste más, a estas alturas ya me identifico con ella», dijo en una ocasión

Fue un provocador nato. Solo así se explica que, habiendo nacido en Oxford, desarrollase su partida de ajedrez divina en Cambridge. «Debe ser aburrido ser Dios y no tener nada que descubrir», le espetó un día, quizá tras un mal movimiento de peón. Junto a un intelecto privilegiado –glosado en la página contigua– el humor y la ironía fueron la medicina vital con la que contrarrestó una vida en silla de ruedas. Doble mérito, pues a la enfermedad cabe sumar una aburridísima familia de intelectuales que comía en silencio mientras cada uno leía su libro. «La vida sería trágica si no fuera graciosa», dijo este científico que se casó dos veces, tuvo tres hijos y requirió del cuidado de cinco asistentes en los últimos años de su vida. No está de más recordarlo.

Del ánimo jocoso de Hawking dan fe sus cameos en la serie “The Big Bang Theory”, de la que se declaró ferviente admirador y en la que se dejó vacilar por Sheldon: «¿Cómo es que no coges el teléfono?». También apareció en series como “Los Simpson”, donde amenazó a Homer con plagiar su teoría del universo en forma de rosquilla, o en la mítica “Star Trek”, en la que juega al póker con Albert Einstein e Isaac Newton, de quien se burla a cuenta de la manzana gracias a la que, dicen, descubrió la Ley de la gravedad.

El homenaje también le llegó a través de la gran pantalla, con la película “La teoría del todo”, cuyo protagonista, Eddie Redmayne, ganó el Óscar al mejor actor gracias a su interpretación de Hawking.

Entre la tierra y las estrellas

Una de las citas del físico que con mayor fruición circuló ayer fue la recomendación de no mirar hacia los pies, sino a las estrellas. Con todo, y sin despistar la vista, Hawking dio muestras de tener los pies en la tierra a lo largo de toda su vida, desde la juvenil oposición a la guerra de Vietnam a su oposición manifiesta, cuatro décadas más tarde, a la ofensiva en Irak.

Criticó abiertamente aspectos del Reino Unido como el sistema sanitario o la política de ayudas a la investigación científica, rechazó el nombramiento de caballero por parte de Isabel II y participó en el boicot académico a Israel, negándose a participar en una conferencia en 2013 debido a la política sionista en los territorios palestinos ocupados.

De hecho, Hawking no escondió tampoco su pavor ante el futuro de una humanidad en manos de la versión más salvaje del capitalismo. «Los dueños de las máquinas se posicionarán como la burguesía de una nueva era, en la cual sus corporaciones no proveerán de puestos de trabajo a las personas», profetizó en un cercano 2015. Quizá sea verdad, pero uno prefiere quedarse con otras palabras, algo más lejanas, del propio Hawking, utilizadas por Pink Floyd en la canción “Keep Talking”. Suenan mejor: «Por millones de años, la humanidad vivía igual que los animales. Entonces sucedió algo que desató el poder de nuestra imaginación, aprendimos a hablar, aprendimos a escuchar. (...) Los grandes logros de la humanidad se han alcanzado hablando, y los grandes errores, por no hablar. Esto no tiene por qué ser así».