Mustang, el último reino perdido JAN. 18 2021 - 00:00h David Rengel El antiguo Reino Prohibido del Himalaya, el más alto del planeta, conserva su enigmática magia. Exporar sus rincones y profundos cañones invitan a agitar la imaginación y trasladarse hasta un pasado que se intuye legendario. La primera vez que se contemplan las puertas del Reino de Lo, la imagen resulta inolvidable. Con sus rocas de colores anaranjados, rojizos, amarillos, azulados o plateados, que le dan un aspecto lunar a su paisaje, este antiguo Reino Prohibido del Himalaya, el más alto del planeta, sigue manteniendo su enigmática magia. Mientras se exploran sus rincones y profundos cañones, los temibles vientos que han transformado las colinas milenarias en valles desérticos azotan sin descanso, y sus limpios y brillantes horizontes hacen imaginar un pasado legendario. Los nepalíes hablan de la meseta tibetana como Tierra de Dioses, los únicos que pueden sobrevivir alimentándose solo de piedras. Mustang, como se conoce al Reino de Lo, era un mundo perdido, olvidado y, como dijo Michel Peissel en su libro ‘Mustang, Reino Prohibido en el Himalaya’, «un baluarte, levantado por el mismo ser humano contra la mutación de esta sociedad fría y sin escrúpulos, donde, cada vez más que nunca, ser es tener». Peissel fue el primer occidental que consiguió, en 1964, un permiso especial del Gobierno de Nepal para entrar en la región y documentarla. La leyenda relata que fue un soldado feroz llamado Ame Pal quien fundó el Reino de Lo (Mustang) en 1350. Estaba de peregrinación desde el Tíbet a la India cuando un anciano tuvo un sueño profético: al mediodía del día siguiente llegaría desde el norte el futuro gobernante de aquellas tierras. Así, tras ser persuadido por los habitantes de la región, decidió quedarse y construyó la fortaleza de Ketcher Dzong, desde la que inició sus ataques para unificar la región de Mustang y a las distintas tribus. Ame Pal convirtió a ese lugar en el centro del arte y erudición budistas. Más tarde, en el siglo XVIII, Mustang cayó bajo el dominio de los reinos vecinos y llegó su declive económico. Las grandes estatuas y los mandalas de vivos colores de los distintos templos empezaron a deslucirse, y pronto la región cayó en el olvido, perdida más allá de las grandes montañas. La historia moderna no ayudó mucho a que saliera del olvido y la pobreza. El conflicto entre Tíbet y China en los años 50 interrumpió el comercio entre los tibetanos y los lobas, habitantes de Mustang, que ya no podían llevar su ganado a los pastos vecinos. El Gobierno de Nepal declaró entonces el reino como área prohibida, censurando toda comunicación y cerrándolo a todos los extranjeros. Esta situación repercutió en la agricultura e hizo peligrar la tradicional forma de vida nómada. Prohibición hasta 1992 Un grupo elegido de turistas, unos mil al año, han vuelto desde entonces a transitar sus montañas y llanuras. Pero siempre cumpliendo ciertos requisitos: un permiso de trekking de la ACAP (Annapuerna Conservation Area Project), el pago de un costoso permiso especial de 50 dólares por persona y día de permanencia en el interior de la Upper Mustang Restricted Area, la obligatoriedad de contratar a los guías y porteadores con una agencia nepalí y, salvo que haya una justificación especial, hay un cupo con un número de días de permanencia en el interior de Mustang. Una vez que se han resuelto estos trámites en Kathmandú (Nepal), se vuela hasta la ciudad de Pokhara, a unos 884 metros de altitud y desde allí se coge el breve pero sobrecogedor vuelo al pueblo de Jomsom (2.720 metros). En 20 minutos, la avioneta pasa por la garganta más profunda del mundo, entre los Annapurna y el Dhaulaghiri. Desde Jomsom comienza un viaje que es una auténtica inmersión en la Edad Media. La primera parada obligatoria es Kagbeni, la auténtica puerta de este reino. El paisaje ha cambiado mucho desde las orillas del lago Phewa (Pokhara): del verde de los campos de arrozales, cereales y árboles frutales se ha pasado a un paisaje donde la vegetación se ha ido tornando escasa y el terreno más árido. Anclados en el pasado El extinto Reino de Mustang lo constituyen la capital, Lo Manthang, y las villas menores, además de monasterios. Se estima que tiene unos 10.000 habitantes y su forma de vida sigue siendo feudal en su mayor parte. La mayoría de la población de Mustang vive rodeada por un rocoso desierto y cerca del río Kali Gandaki. La presencia de agua, que proviene del deshielo de las grandes montañas y de las lluvias monzónicas del verano, hace posible el sustento de la agricultura. Hombres y mujeres labran los campos y cuidan de los animales por igual. Con la llegada del invierno, parte de la población realiza una gran migración rumbo a las regiones bajas de Nepal para escapar de las duras condiciones. A lo largo del camino por el Reino de Mustang se encuentran construcciones semiderruidas enclavadas en promontorios que fueron castillos para la defensa, así como numerosos chortens o stupas, monumentos funerarios o conmemorativos decorados con mandalas y pinturas iconográficas. Una construcción que llama especialmente la atención es un muro de unos 400 metros con colores rojos, amarillos, azules... y que forma parte de una de las leyendas más importantes de Mustang y de la historia de la región. Este muro representa el intestino de un demonio y hace alusión a una época remota en la que una invasión de demonios amedrentaba a los lobas en cada rincón del reino, hasta que en el siglo VIII, Padmasambhava, conocido como gurú Rinponche y fundador de la escuela tibetana de budismo Nyingma, tras una cruenta lucha con el más poderoso de los demonios, consiguió matarlo y expulsar al resto de espíritus. Después de esto, Padmasambhava convirtió a toda la población de Mustang a la religión budista. Chuksang, Gheling o Tsarang son algunos de los pueblos que aparecen en el camino. En el monasterio de Gheling, una mano cortada y momificada se erige como una clara advertencia para quien maquine entrar a robar, o para las mujeres que no respeten la regla que prohibe su visita a este monasterio. Tsarang, franqueada por su imponente Palacio Real y el monasterio, fue hace siglos uno de los centros neurálgicos del Reino de Mustang; hoy en día, su palacio se cae a pedazos debido a la falta de recursos y pone en peligro la biblioteca que alberga en su interior un auténtico tesoro de la cultura tibetana, con libros únicos de incalculable valor. A más de 4.000 metros de altitud, un conjunto de caballos de vientos de colores o Lung ta (banderas de plegarias con imágenes y mantras que se cuelgan en caminos, casas, templos...) recuerda un pasado de relaciones, a veces hostiles, con los reinos vecinos: tibetanos, chinos, nepalíes y mongoles. Estas banderas de plegaria franquean el paso desde dos promontorios y señalan la llegada a Lo Manthang, el último paso que se divisaba desde lo alto de la montaña antes de la capital del Reino de Mustang. Aunque las calles de Lo Manthang parecen ancladas en el pasado, sobre los muros de la ciudad empiezan a aparecer nuevas tiendas, que poco a poco se preparan para los nuevos visitantes y turistas que van llegando desde que se abolió el acceso restringido. Y a pesar de que la mayoría de las casas son de techo plano, construidas con adobe, madera y piedra, crudamente enyesadas y aparentemente en ruinas, las construcciones de hormigón auguran la llegada de la modernidad. Mientras, los cuernos de oveja y carneros colocados en las puertas alejan a los malos espíritus. El gran misterio arqueológico Pero el gran secreto de Mustang, lo que intriga a todos los viajeros, es un gran misterio arqueológico que se encuentra oculto en esta tierra, en la que numerosas cuevas excavadas por el ser humano –rondan las 10.000– han horadado sus montañas. Algunas están aisladas, una cavidad solitaria en la pared de roca erosionada; otras aparecen en grupo, un enorme conjunto de boquetes, formando a veces ocho o nueve hileras superpuestas. Algunas se excavaron directamente en el risco; otras se abrieron desde arriba. Nadie sabe de quién son obra, ni a qué obedecen. Ni siquiera cómo se accedía a ellas: ¿con cuerdas?, ¿andamiajes?, ¿escaleras talladas en la propia roca? Apenas se conservan pruebas en ningún sentido. Además, la continua erosión del terreno ha borrado cualquier huella posible. Los arqueólogos y estudiosos distinguen tres fases en el uso de las cuevas de Mustang. Hace unos 3.000 años, eran cámaras funerarias y más tarde, hace unos mil años, pasaron a ser principalmente viviendas. En pocos siglos, el valle del Kali Gandaki, la angosta arteria que conecta las tierras altas y las bajas de Asia, debió de convertirse en un escenario de frecuentes disputas. La gente tenía miedo y, para garantizar su seguridad, las familias se instalaron en las cuevas. Finalmente, y llegado el siglo XV, casi toda la población se había mudado a las aldeas tradicionales. Las cuevas seguirían siendo utilizadas, pero como cámaras de meditación, atalayas militares o espacios de almacén. Pese a todo, aún hoy hay familias que viven en ellas. A mediados de la década de 1990, arqueólogos de la Universidad de Colonia y de Nepal lograron entrar en algunas de las cuevas más accesibles. Encontraron varias decenas de cadáveres, de al menos 2.000 años de antigüedad, alineados sobre lechos de madera y adornados con joyas de cobre y cuentas de vidrio, artículos de importación que confirman el papel de Mustang como encrucijada comercial. Varias expediciones posteriores encontraron manuscritos y murales nunca vistos. El hallazgo más importante se produjo en una pequeña aldea llamada Sam Dzong, justo al sur de la frontera con China. En una tumba del tamaño de un armario apareció una máscara funeraria de oro y plata, de unos 1.500 años de antigüedad, con los rasgos faciales en altorrelieve y que cubría el rostro de un hombre adulto. Siglos atrás, era común en esta región colocar máscaras a los muertos de alto rango. Casi todas las piezas halladas en la cueva eran importadas: cuentas de vidrio, dagas de hierro, una tacita de bambú, una pulsera de cobre, un pequeño espejo de bronce, una olla de cobre, un cucharón y un trébede de hierro, hasta la madera del ataúd procedía de latitudes tropicales. ¿Cómo es posible que una persona de este lugar perdido (hoy tan privado de recursos que juntar un simple haz de leña exige horas de trabajo) acumulase semejante riqueza? Probablemente gracias a la sal. En aquellos tiempos, controlar un eslabón del comercio de sal debía de ser equivalente a poseer hoy en día un oleoducto. Actualmente, miles de cuevas siguen custodiando secretos aún por revelar, dormidos, en silencio, perdidos hasta que alguien los encuentre quizás inevitablemente. Carretera hacia la modernidad Inevitables son, sin duda, los cambios debidos al progreso. Crece la influencia del mundo exterior, especialmente China por su proximidad a la región, y contribuye a una rápida transformación en las vidas de los habitantes de esta zona. Un ambicioso proyecto para unir Lo Manthang con Nepal y China por carretera está llegando a su conclusión: tras años de trabajo, las excavadoras están terminando de abrir las pistas de acceso y los primeros 4x4 empiezan a llegar a Lo Manthang. Mientras el Gobierno de Nepal espera grandes beneficios económicos de la carretera, los críticos con el proyecto temen que pueda destruir uno de los últimos lugares donde la cultura tibetana sigue creciendo. El monarca de Mustang mantiene que la carretera sería muy útil para la población local debido a que todos sus suministros provienen de Tíbet. La carretera, de 460 kilómetros y que recorrerá algunos de los terrenos más inhóspitos del planeta que unen China y la India a través de Nepal, ha sido construida por secciones. En 2001, los primeros 20 kilómetros de la frontera con China a Mustang abrieron el comercio a los productos chinos, en su mayoría materiales de construcción y alimentación. Durante los últimos dos años, las autoridades de Nepal han ido completando los restantes cien kilómetros de una ruta que hasta la actualidad solo era transitable a pie o a caballo. El Gobierno nepalí dice que la carretera dará la oportunidad de facilitar el comercio entre India y China, y les reportará beneficios. Bijaya Shrestha, profesor de Economía en la Universidad de Tribhuvan de Nepal, señala que «Mustang es una zona muy atrasada y gran parte de la generación más joven ha emigrado a otras regiones para buscar empleo y estudiar, así que la carretera traerá más oportunidades, tanto para la educación como el empleo; y también podría promover el turismo en la región, ya que actualmente es complicado llegar hasta Mustang». Para algunos, sin embargo, la carretera puede traer solo malas noticias. La gente quiere internet y el acceso a la medicina occidental, y los ancianos de la comunidad temen que las tradiciones y el patrimonio de su pueblo desaparezcan. Lo cierto es que su lengua ya no se enseña en las escuelas y las tradiciones se pierden a medida que más y más personas se marchan de la comunidad. La Fundación Americana del Himalaya, que trabaja para restaurar muchos de los antiguos tesoros budistas de Mustang, ve el reino como uno de los últimos depositarios de una cultura que hasta hace relativamente poco dominaba el Himalaya. Teme también que el aumento en el tránsito de viajeros facilite el comercio ilegal de objetos de un valor incalculable que forman parte del patrimonio cultural de Mustang, como las pinturas rupestres de 800 años de antigüedad. El actual Gobierno nepalí es políticamente débil y fácilmente influenciable por China, lo que preocupa a los habitantes de Mustang. La leyenda del Reino de Lo, que ha sido confundida muchas veces con la mítica Shangri La, se ha creado a través de los pasos de los caminantes, de las caravanas, de los peregrinos que durante miles de años han cruzado este reino para comerciar o buscar el camino de la iluminación. Una ruta muy alejada de la nueva carretera construida por las máquinas de los hombres, que facilitará la llegada hasta Lo Manthang. ¿Será un camino, el mismo que creó y dio vida a Mustang, el que haga desaparecer su pasado y leyenda, el que transforme inevitablemente su cultura y acabe con la diversidad, fuente de la sabiduría y la belleza del mundo?