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Vrindavan o la condena de ser viuda

En los sectores más conservadores del hinduismo, cuando una mujer enviuda es desposeída de todo y expulsada de su hogar por su familia política o incluso por sus hijos. Son consideradas una carga que no quiere asumir nadie. Es lo que les ha ocurrido a miles de viudas que han emigrado a Vrindavan.

Miles de viudas que han emigrado a Vrindavan.

Vrindavan es también conocida como «La ciudad de las viudas». Alberga a miles de mujeres que han perdido a sus maridos y que suponen un tercio de su población total. Esta pequeña localidad sagrada del norte de India, sembrada de templos y situada a 140 kilómetros de Delhi, recibe anualmente a miles de peregrinos y santones en busca de iluminación divina.

Por sus calles, además de un tráfico infernal, campan a sus anchas cerdos, perros, vacas y cientos de monos, que no dudan en dar un tirón al bolso cuando se presta la ocasión. Un caos ordenado donde hoy está trabajando el equipo de SOS Mujer, que han instalado un dispensario itinerante en un portal por unas horas para brindar consulta médica y medicinas gratuitas a las viudas que deambulan por el centro histórico de Vrindavan. Supervisando todo se encuentra Diana Ros, la fundadora de esta ONG. Ella inició su andadura solidaria en India como voluntaria de la Madre Teresa de Calcuta, cuando era muy joven.

Desde que conoció de primera mano la realidad de las viudas, no dudó ni un instante en implicarse: «No me podía quedar con los brazos cruzados, quería hacer algo. Ver cómo vivían estas mujeres era una pesadilla, y no quería despertar de ella y hacer como si nunca hubiera existido». Para un segundo para coger aire, mira fijamente y añade: «Ser viuda en India significa estar muerta en vida. En el instante que muere el marido empieza una terrible condena: les raparán el pelo, las vestirán siempre de blanco, no llevarán joyas, les despojarán de todas sus posesiones, de su estatus social, serán repudiadas por toda su familia, se cree que traen mala suerte, incluso su sombra da mal augurio, son una maldición... y todo este calvario por el simple hecho de haberse quedado viudas».

A pesar de que la India mantiene un crecimiento económico notable, que se traduce en una transformación de su sociedad, las costumbres siguen manteniéndose firmemente arraigadas en amplios sectores de la población, que siguen oprimiendo física y psicológica a la mujer desde que nace, debido a una tradición patriarcal muy agresiva. Los hijos son más valorados y deseados que las hijas debido a que la familia de una mujer debe desembolsar una dote para que pueda casarse (en torno al sueldo de dos años del cabeza de familia). Y cuanto mayor es la mujer, mayor es la dote a pagar, lo que genera que las chicas se casen a edades muy tempranas con hombres más mayores que ellas, lo que favorece las posibilidades de enviudar antes.

A pesar de que la dote fue abolida hace más de cincuenta años, es una práctica muy común en todo el país. Desde el momento en el que se casa, una mujer pasa a formar parte de su familia política junto a la dote pagada para que se hagan cargo de ella, desvinculándose de su hogar de nacimiento.

Cuando las mujeres pierden el esposo, su estatus en la casa pasa al nivel cero y las relaciones con el entorno más cercano se tornan hostiles. Sobre ellas se genera una gran presión para desvalijarlas de todo lo material y lo inmaterial.

Peor en la ciudades que en las aldeas

Según Mohini Giri, histórica luchadora por los derechos de la mujer en India que dirige Guild for Service y fue nominada en 2005 al Nobel de la Paz, «las tradiciones sociales han evolucionado y han mejorado en los últimos veinte años. Las mujeres gozan de más independencia económica, tienen trabajo, cursan estudios y también han aparecido nuevas activistas. Cuando enviudan, algunas empiezan a pedir asesoría legal respecto a los derechos de propiedad. Pero esto solo ocurre en el caso de ciertas jóvenes, porque la mayoría se quedan sin nada y tiene que recurrir a la mendicidad. Incluso sus mismos hijos e hijas se quedan con las propiedades y las echan a la calle».

Giri apostilla: «El entorno rural es mejor, porque las mujeres tienen casa, comida y conviven con la familia, pero en la ciudad, donde los pisos son muy pequeños, no las quieren y las expulsan de la vivienda. La sociedad contemporánea está muy ocupada y no desea este tipo de cargas. Las viudas llegan a Vrindavan porque algunas de ellas prefieren irse del hogar, debido a las presiones que reciben, y a otras la familia las expulsa directamente. Les dan un poco de dinero diciendo ‘Mamá toma esto y vete’ y, en otros casos, las echan sin nada».

El concepto de raíz es que una mujer debe estar siempre bajo la protección de un hombre: su padre, al principio y su marido, más tarde. Cuando enviuda, sobre todo si es joven, se convierte en un peligro de orden social. El luto bien llevado –debe ser pura en cuerpo, pensamiento y alma hasta que muera– es la solución que aporta el hinduismo más conservador. Lucirán una marca de ceniza en la frente y se les considera culpables de la muerte del marido.

Hasta el ashram Maa Dham, que gestiona Guild for Service, llegó hace menos de un año Bindha con un hijo y embarazada: «Tenía problemas, soy de una familia muy pobre, nadie se quiso hacer responsable de nosotros. Mi madre me recomendó venir a Vrindavan, ella es muy mayor y no podía ayudarme». Con solo 35 años Bindha fue expulsada de su casa. Gracias a las indicaciones de un policía en la estación de tren llegó hasta Maa Dham, donde por sus circunstancias fue admitida inmediatamente.

Aquí se atiende a unas cien mujeres, proporcionándoles hogar, comida, atención médica, cursos de informática para las más jóvenes, clases de yoga y talleres de belleza, donde se les invita a que cuiden su imagen y vistan ropa de colores. Parvathy, una compañera de Bindha, luce un sari rojo espectacular y argumenta razones similares a su compañera respecto a las causas que le condujeron hasta Vrindavan: «Nadie quiere hacerse responsable de esta situación. En mi familia son muy pobres y tienen muchos problemas económicos. Tengo un hermano, pero no quiere ayudarme».

Liberarse de la mala suerte

Existe la creencia de que quien muere en Vrindavan se libera del eterno ciclo de la reencarnación debido a su carácter sagrado. Por ese motivo, es el destino predilecto de las viudas que quieren liberarse de su mala suerte. Aquí se encomiendan a Krisna hasta el día de su muerte y lo toman como esposo espiritual. Para Ros, «esta ciudad es la última parada para las viudas, porque han sido repudiadas por sus familias y solo les queda venir a Vindravan, donde su único modo de vida puede ser rezar Krisna ocho horas a cambio de un puñado de rupias en un ashram (un centro religioso gobernado por un gurú) o bien mendigar por las calles.

Este es el lugar de donde ya nadie las puede echar». Debido al gran número de mujeres que llegan a la ciudad, el principal problema que deben afrontar es el alojamiento. Muchas duermen en la calle o comparten con otras un cuarto insalubre, sin agua ni luz. En India existen unos 40 millones de viudas. Y a pesar que las condiciones en Vrindravan son muy duras para ellas, no son las peores ya que muchas viven en aldeas o ambientes urbanos deprimidos donde son víctimas de marginación y abusos terribles.

Jankee –que tiene 34 años y enviudó con 18– es la primera viuda con la que Ros entabló contacto en el año 2008. Es todo un ejemplo de superación. Su evolución ha sido tan buena que ha empezado a desempeñar labores dentro del equipo de SOS Mujer, con el fin de empatizar mucho mejor con estas mujeres en los talleres de nutrición, higiene y de costura que realiza la ONG. Jankee ha sido capaz de perder el miedo cuando habla con un hombre, ha incorporado colores a su vestuario, se pinta las uñas e incluso ha construido una modesta casa de adobe donde vive con tres perros. Aún recuerda Ros las primeras palabras que le espetó el primer día que entraron en contacto: «No sex». La frase evidencia el principal problema con el que deben lidiar las jóvenes: los proxenetas que las acosan continuamente para introducirlas en la prostitución.

Aunque no es algo que la mayoría de la población conozca, las viudas en la India tienen derecho a una pensión, aunque les suele ser inaccesible en muchos casos porque las trabas burocráticas y sus escasos estudios la convierten en una misión casi imposible. Ros les ayuda a realizar la solicitud, pero son múltiples los obstáculos con los que se encuentra en unas tramitaciones tortuosas que se dilatan en el tiempo.

Ejemplo de ello es el caso de Shakti Mandal Devi, quien llegó a Vrindavan hace 35 años por su propio pie, después de caminar 1.200 kilómetros desde una aldea en las proximidades de Calcuta. Tras morir su marido, la despojaron de sus alhajas, le raparon al cero la cabeza, la enfundaron en unos ropajes blancos, la obligaron a firmar la renuncia de la herencia y la echaron de su casa. No sabe la edad que tiene y carece de papeles, un requisito indispensable para acceder a una pensión gubernamental. Ante la lucha diaria que libra por conseguir subsistir mendigando en una ciudad donde hay muchísimas mujeres en su misma situación, dice que «la envidia y la disputa forman parte de la condición humana: a quien le han despojado de todo carece de compasión, no respeta al prójimo y se alimenta en el mal ajeno».

Ante la discriminación que sufren las viudas, el camino para superarla pasa por mejorar la educación en general y empoderar a la mujer. Ros señala que «estamos hablando de una cuestión cultural y religiosa muy arraigada, donde el peso de la tradición es muy grande, y una cosa así es difícil de solventar: solo se puede arreglar con educación y, para ello, aún creo que tienen que pasar unas cuantas generaciones.

Sin embargo, si nos referimos a la actualidad, nosotros a través de la atención médica es la manera con la que estamos llegando a ellas y desde ahí lograr integrarlas en grupos de costura para que, en un futuro próximo, nazca una fábrica y puedan valerse por sí mismas». Una línea de actuación que también apoya Giri: «La mujer tiene que ser capaz de subsistir por sí misma y manejarse en la sociedad, para conseguir eliminar el patriarcado de la India. La idea es transmitir que no debe haber desigualdad de género, que no somos inferiores». Tal y como afima, «las viudas tienen que adquirir conocimientos legales para saber cómo pueden ser independientes, comprar propiedades o encontrar un empleo». Esta es la vía, en su opinión, para «combatir el patriarcado y para que la mujer fortalezca su rol en la sociedad india».