JUL. 05 2021 - 14:24h Tíbet: aliento turístico que pone en peligro su cultura y costumbres El Tíbet es uno de los destinos más atractivos del panorama internacional. El Gobierno chino invierte ahora en aldeas locales para que sus habitantes entren en el negocio hotelero. Es un aliento turístico, sí, pero su población se arriesga a poner en peligro su cultura y costumbres. Con la nueva política, la población tibetana se arriesga a poner en peligro su cultura. (H. Retamal/ AFP) Gurutze Anduaga Con la ayuda del Estado, Baima, una tibetana de 27 años, transformó su humilde hogar en un albergue rural. En la cima del mundo, se ha embarcado en el negocio hotelero, animado por Beijing y millones de turistas chinos que vistan la zona. En esta localidad situada a 3.000 metros de altura entre picos cubiertos de nubes, Baima recibe a los turistas en torno a una estufa de leña en su renovada casa de colores vivos, que recubren tanto las paredes como el mobiliario. A unos 500 kilómetros al este de Lhasa, la capital del Tíbet, el pueblo de Tashigang se convirtió al turismo hace diez años. Tanto Baima como sus vecinos son ahora hoteleros. «Vivíamos del ganado y de los cultivos. Y luego el Estado nos animó a abrir un albergue», explica bajo la mirada de los funcionarios chinos que acompañan a los periodistas en una rara y supervisada visita al Tíbet, una región muy sensible para el Gobierno asiático. «Mantener una casa es menos difícil que mantener los rebaños», admite Baima. Con ayudas económicas para rehabilitar sus hogares, los habitantes de este pueblo tibetano también recibieron lecciones de mandarín para poder comunicarse con sus visitantes. «En la actualidad, el 80% de los aldeanos puede hablar mandarín», señala Chen Tiantian, un funcionario local del Partido Comunista. Mercantilización cultural e ideológica Pero la llegada de estos viajeros desde otros puntos de China también está cambiando su forma de vida tradicional. Los expertos la ven como una forma de que Beijing alivie la resistencia de la cultura tibetana. Robert Barnett, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de Londres, dice estar «muy preocupado por la degradación cultural que trae este turismo masivo hiperorganizado». Según cifras oficiales, el Tíbet recibe cerca de 35 millones de turistas al año, la gran mayoría chinos, diez veces su población. Los visitantes se sienten atraídos por los impresionantes paisajes y un cambio de escenario garantizado con respecto al resto de China. Algunos no dudan en usar el atuendo tradicional tibetano para tomarse una foto frente a los sitios más famosos de Lhasa, como el Potala, el palacio del Dalai Lama, el líder espiritual exiliado desde 1959. Fue bajo Mao Tse-Tung, en 1951, cuando el Ejército chino se apoderó del Tíbet, o más bien lo «liberó pacíficamente», tal y como exige expresar la fraseología del Gobierno chino. Mientras financia la lucha contra la pobreza, Beijing espera que el desarrollo económico frene las tendencias independentistas en el Tíbet. Esto va acompañado de una «mercantilización de la cultura tibetana», alarma Barnett, explicando que Beijing espera que «el Partido recoja la gratitud (de los habitantes) por su generosidad».