Islandia: Once santuarios de la naturaleza SEP. 06 2021 - 00:00h Alberto Ojembarrena Islandia fue lugar de inspiración para Julio Verne y su «Viaje al centro de la tierra». Y no fue por azar. Todavía hoy, su naturaleza en estado puro despierta sensaciones que remiten a las obras literarias y reproduce experiencias que solo quedan ya en la memoria de nuestros mayores. En la isla de Islandia se siente la poderosa fuerza de la tierra, con paisajes impregnados de espíritu de aventura y la belleza fantasmal de sus auroras boreales. Es un lugar diferente, que sorprende y fascina. Un lugar increíble porque es incuestionable que en Islandia, esa isla que rodea el círculo polar ártico, la realidad se confunde con la imaginación. La isla atrapa de tal modo al viajero que parte de uno mismo queda allí. Las sensaciones fluyen por los poros de las rocas en las que se estrella el hielo milenario, se adentran en inmensos desiertos de sedimento dominados por unas fuerzas de la naturaleza salvajes y descomunales, y casi nos dan la oportunidad de presenciar en vivo la formación de la Tierra. Esta espectacular isla volcánica de no más de 103 kilómetros cuadrados forma parte de la dorsal oceánica que surca el Atlántico de norte a sur y presenta una diversidad de lugares que hacen de ella un espectáculo visual continuo. Con un cielo que recorre todas las tonalidades del azul, gris y celeste, los días eternos de verano nos dan pie a descubrir lugares en los que parece que la naturaleza se haya detenido en el momento cumbre de su historia. Así, aparecen ante nuestros ojos grandes zonas volcánicas activas como el área de Hverir Námaskard y sus espectaculares fumarolas que llenan el aire de un potente olor sulfuroso; torrentes que se desploman con fuerza desde alturas inimagibles, transportan el agua del segundo glaciar más grande de Europa y llegan incluso a formar cuevas de distintos colores a través de las que deslizarnos para contemplar la impactante escena. Islandia es el lugar para oler la verde hierba que crece a los pies de los acantilados de la pequeña población de Vík í Myrdal, maravillarnos con las coladas de lava petrificada en las que brotan campos de musgo de varias tonalidades o escuchar el crujir de las grietas glaciares durante la caída del sol de medianoche. Lugares donde convergen los tonos verdes y cobrizos con el blanco puro del hielo, creando santuarios en los que la naturaleza ha hecho brotar formas y colores que superan las imágenes que un artista pudiera dibujar en un lienzo. Es una sensación indescriptible caminar por un lugar donde percibes que todo lo que te rodea está más vivo que tú. Lo descubres cuando la vista se abre a rincones del paisaje donde una serena belleza lo inunda todo. Lo oculto se superpone a lo mostrado por la luz, haciendo de Islandia un imaginario mágico que defiende su esencia y es capaz de resistirse a cualquiera que ose romper sus reglas. Acantilados de Vík y Dyrkhoaley. La pequeña población islandesa de Vík es el primero de nuestros santuarios de la naturaleza. Sus largas playas de arena negra en contraste con los verdes acantilados y las columnas pétreas como telón de fondo convierten este silencioso paraje en uno de los lugares preferidos para las poblaciones de frailecillos en el sur de Islandia. Península de Snaefellsnes. La península de Snæfellsnes, situada al oeste de Islandia y al final de Borgarfjörður, es uno de los lugares más famosos de todo el país. De este icono islandés extrajo Julio Verne la inspiración para su novela ‘Viaje al centro de la Tierra’, publicada en 1864. Esta pequeña península también es conocida por el nombre de la «pequeña Islandia» debido a que en su reducida superficie se dan ecosistemas propios de toda la isla. Coronando la península nos encontramos con el Snaefellsjökull, un volcán diferente a los del resto de la isla, formado por sucesivas erupciones explosivas. En su base se extienden grandes campos de lava cubiertos por el famoso musgo islandés y que, según la temperatura y las condiciones atmosféricas, cambia de un verde intenso a un apagado color ocre. El escenario nos da pie a meternos en la piel de Axel y Otto Lidenbrock –los protagonistas de ‘Viaje al Centro de la Tierra’–, surcar con ellos estos interminables campos de lava y explorar las cuevas que nos sumergen en las leyendas islandesas. Fiordos del Oeste. Considerada una de las zonas más salvajes de Islandia, es la más deshabitada de toda la isla y los pocos habitantes que allí residen deben recorrer las carreteras trazadas junto a los inmensos acantilados. Los fiordos del Oeste son un buen lugar para observar las colonias de frailecillos que bajan al mar para pescar durante el anochecer. El famoso acantilado de Latrabjarg marca la parte más occidental de todo el continente europeo y se convierte en un lugar mágico al atardecer. Es recomendable acudir a esas horas, con los últimos rayos de sol que se esconden por el horizonte como telón de fondo de la escena, para encontrarnos con los pequeños puffins o frailecillos en el momento en que regresan a sus nidos en los escarpados riscos. Zona volcánica de Namaskard. Hverir Námaskard, al norte de Islandia y muy cerca del lago Myvatn, conforma una zona volcánica con manantiales sulfurosos, fumarolas y piscinas de barro. Nada más poner un pie allí se observa un increíble paisaje lunar de tonos rojizos, ocres y amarillos verdosos, plagado de fumarolas y agujeros ardiendo por donde borbotea el lodo a muy alta temperatura. Se hace sorprendente a la par que extraño pasear por el lugar, recorres casi con miedo la zona, temiendo posar el pie en el sitio menos indicado y que se te desintegre. La sensación es de aturdimiento, como si hubieras abandonado por un momento la Tierra y te hubieses plantado en un planeta totalmente distinto. Muy cerca de Námaskard están las cuevas de Grjótagjá, con agua termal natural en su interior. Ríos de Nordurland Eystra. Al norte de Islandia, en la región de Nordurland Eystra, nos encontramos con una de las zonas más espectaculares de la isla: sus ríos y cascadas. Aquí también hay mucho para ver. Desde las famosas Detifoss, Selfoss y Godafoss hasta las desconocidas Hafragilsfoss o el curso del río Jökulsá á Fjöllum que cruza por las impresionantes formaciones basálticas de Hljóðaklettar. La belleza de este lugar es casi imposible de asimilar. Los sentidos se oprimen bajo la imponente fuerza que se descarga en cada salto de agua y el continuo estrépito que produce. Sonidos y visiones que nos hacen caer en la cuenta de la inmensidad de la naturaleza y de nuestro papel en ella. Fiordos del Este. La visión de los fiordos del Este, a menudo minusvalorados en comparación a los del oeste, supone una de las mayores experiencias que podemos experimentar en esta zona de la isla. Los fiordos del Este se inician en las rojas cascadas que llevan el agua a través de valles casi áridos y llegan hasta las verdes paredes que se levantan frente a Reydarfjördur, el más largo de los fiordos del este de Islandia, con más de 30km de largo. Los fiordos del Este son los territorios donde reinan las manadas de renos, tierras que se extienden desde Vopnafjordur en el norte hasta la laguna glaciar de Jokulsárlón en el sur. La curvatura de los ríos, el color verde tras la tormenta y las historias escondidas tras las montañas hacen de los fiordos un lugar espectacular y casi indescriptible. Vatnajökull. El glaciar Vatnajökull es el segundo más grande de toda Europa, con una extensión de 150km de este a oeste y en él se refugia el volcán más alto de toda Islandia. Son inmensas lenguas de hielo que desembocan directamente en la laguna de Jokursárlón o en el propio océano, donde podemos oír crepitar el hielo fundiéndose lentamente, mientras corona su recorrido hasta el mar abierto. La libertad puede expresarse de varias maneras y, sin duda, una de las más plenas es poder contemplar la inmensidad de la naturaleza en su estado más original y casi olvidarnos de respirar por ello. Es un paisaje cuya espectacular belleza no disminuye con cada hora que pasa, sino que va in crescendo si se aprovecha la oportunidad de acompañarlo con las luces del norte o el sol de medianoche. El océano Ártico. Los 60 kilómetros que separan a Akureyri, la segunda ciudad más poblada de Islandia, del mar abierto conforman el fiordo Eyjafjördur, que llena sus cavidades con el agua del océano Ártico. Un lugar excepcional desde el que, en un estado próximo al éxtasis, podemos observar muy de cerca a diferentes especies de la fauna marina, como las ballenas jorobadas que surcan sus aguas en busca de alimento, seguras bajo el tratado de protección que impide la caza de esta especie. Sin duda, nada que pueda encuadrarse en el marco de una foto es capaz de explicar ni aproximarse a los sentimientos que el cuerpo humano experimenta al contemplar la espectacularidad e inmensidad de estos animales. Kerlingarfjöll. Aunque el área montañosa de Kerlingarfjöll, cuyo significado es «la montaña de las brujas», da nombre a uno de los lugares menos conocidos de Islandia, es en la parte baja de su ladera donde encontramos el verdadero encanto de este lugar. La zona geotérmica de Hveradalir ha sido descrita por muchos de los viajeros que se atreven a adentrarse en las tierras altas de Islandia como la parte más memorable de su visita al país. El paisaje incluye pequeños glaciares, manantiales de vapor de alta energía y vegetación ártica. Todo el conjunto crea una de las combinaciones de color más singulares que podemos ver. El espectro comprende casi todos los colores que van del blanco de la nieve al brillante negro de la obsidiana, pasando por las laderas rojas y naranjas, que otorgan un aspecto casi mágico al lugar. Cauce del río Sköga. El curso del río Sköga nace en el valle de los glaciares Eyjafjallajökull y Mýrdalsjökull y desemboca en el océano Atlántico. En su recorrido forma toda una serie de cascadas a través de impresionantes paisajes de ensueño. Skógafoss es una de las cascadas más grandes de Islandia con una anchura de 25 metros y una caída de 60 metros. Debido al intenso efecto aerosol que la cascada produce constantemente, es común ver simples o dobles arco iris en los días soleados. Gljúfrabúi. La cascada Gljúfrabúi está situada cerca de su famosa hermana, Seljalandsfoss, aunque es menos conocida y muy poco transitada. Gljúfrabúi es una cascada de 40 metros de altura y está parcialmente oculta tras un acantilado que le protege con un aura mística. Se puede ver en todo su esplendor vadeando el río por una estrecha abertura en el acantilado o tras subir por una empinada senda. Sin duda, Islandia es uno de esos lugares en los que nos podemos fundir con la naturaleza para sentir la esencia salvaje que todavía subyace bajo nuestra piel. Un lugar que propicia la conexión interna con nuestro entorno y nos enseña que, seguramente, la mayor de las aventuras comienza con un camino de tierra lleno de baches, un conjunto de malas direcciones y una tormenta aproximándose.