GAIAK

Grupo


Este ha sido un año difícil. Pensábamos que el anterior lo fue pero no contábamos con que las recuperaciones a veces son tan duras como los traumatismos. Y es que, hasta que no se llega a los lugares difíciles, uno no sabe realmente lo que significan. El papel orienta, pero no es suficiente. A lo largo de este año al que le quedan solo unos rescoldos para apagarse, hemos vivido la incertidumbre de lo que sucedió el anterior y tratado de regresar a la normalidad como hemos podido.

Nadie se ha encargado de nuestra recuperación, nadie ha concitado voluntades para que tengamos al sensación de que esto que nos ha sucedido como sociedad pudiera convertirse en un crecimiento fraternal, en una experiencia que hemos atravesado juntos y en la que ha habido logros y fracasos. Y quizá es pronto aún pero, para trascender el gran impacto que ha tenido todo este año, como colectivo necesitamos notar que algo hemos logrado; y, en particular, reconocer la capacidad que tenemos, la esperanza que podemos sostener, y aprender de nuestra fuerza, con la que hemos tenido para atravesar todo esto.

Habrá quien diga que la pandemia no ha acabado, que los contagios siguen, que las secuelas continúan y que, por tanto, todavía la alerta es necesaria pero, ¿es que acaso es incompatible con la declaración de otras necesidades, e incluso de otros logros? Hemos sobrevivido, como grupo lo hemos hecho a pesar de que ha habido muchas personas que ya no están, a pesar del impacto económico, a pesar de las secuelas; pero lo hemos hecho como grupo, no individualmente. No existe individuo sin grupo, ni existe grupos sin individuos, por lo que, de alguna manera, tenemos la necesidad de depositar las experiencias individuales en una sensación de grupo, de arrope, que nuestros representantes han fracasado en transmitir, en abanderar.

Las sociedades necesitan normas, protocolos, en momentos de crisis más que nunca, para tratar de contener lo impredecible y dar cierta seguridad a todos, pero no es lo único. Todas las sociedades han tenido que atravesar situaciones profundamente desafiantes, que elicitan preguntas enormes que asustan como, ¿sobreviviremos? ¿Se acabará aquí el mundo tal y como lo conocemos? ¿Mi grupo desaparecerá? ¿A quién perderé? Guerras y catástrofes naturales han impactado en cómo las sociedades han crecido y se han desarrollado. Pero precisamente por la magnitud del impacto, las personas hemos necesitado y necesitamos hoy, sentir –que no teorizar– la presencia de los otros alrededor. Notar que nos cubren las espaldas y que tenemos la capacidad de cubrir las espaldas de los nuestros.

Y es cierto, hemos delegado las funciones ejecutivas, las de análisis, a otros que hemos designado como ‘aquellos que saben’, y por ello les hemos trasladado una responsabilidad muy difícil de asumir en estos tiempos –cualquiera, en una situación así daría palos de ciego–, pero lo que no podemos hacer es renunciar al grupo para ser solo individuos que miran a una instancia superior para la toma de decisiones, esperando que nos digan cómo tenemos que actuar.

El grupo ha sido y es la garantía de supervivencia de todos los mamíferos, no solo la nuestra y, por tanto, necesita de sus escenarios, de sus rituales, de su consideración como tal, de sus jerarquías y desafíos, pero no podemos dejarlo de lado como algo prescindible, como algo que puede sustituir el mercado, la política, la sanidad o la religión. El grupo es nuestro y nosotros pertenecemos a él, así que quizá el grupo también necesita cuidados para su recuperación, para recuperar el sentido de su fuerza y su creatividad para afrontar el futuro.