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Bilborock: los hijos pospandemia del Bilbo gris que bullía en los 80-90

Al cruzar la ría por el puente de la Merced se alza la sede de Bilborock, la iglesia de un antiguo convento de clausura que, en un cuarto de siglo, en lugar de recogimiento ha producido expansión, música, cultura y acción. Es lo que tiene ser un templo joven. Y público.

El concierto del pasado viernes con el que se cerraron los actos del 25 aniversario. (Monika DEL VALLE | FOKU)

Bilbo, años 80-90. No era el de la actualidad, sino aquel gris, industrializado y duro que peleaba con la crisis económica. Pero empezaban a darse los primeros pasos hacia el actual, hacia el Bilbo del Guggenheim de Ghery  –justo ahora el museo también celebra su 25 aniversario– y hacia una ciudad en la que se ha optado por vestirla con un traje de monumentalidad en lo arquitectónico y de lustre, de competividad, en lo ‘espiritual’. Hemos pasado del Bilbo industrial y gris al de los congresos. Y del turismo. Y a buscar ‘ser la primera entre los primeros en el mundo’.

Hace 25 años abría también sus puertas Bilborock, una rareza en el panorama musical y de cultura joven en este país, un espacio de gestión municipal en cuyo nacimiento se debieron de conjurar buenos signos y cuya historia está unida ineludiblemente a la de la música vasca. Situada junto al muelle de la Merced, en una zona degradada que, con el tiempo, ha ido ganando, y mucho, en oferta y vida alternativa, gastronómica y cultural, Bilborock no es la misma de otros tiempos, evidentemente, y ha ido cambiando, adaptándose a los nuevos tiempos y generaciones.

Unos pocos datos para ponernos en materia: el «corazón» de Bilborock es el auditorio, con equipamiento tecnológico de última generación y con una capacidad ahora para 300 personas en pie y 150 sentadas. Se alquila para conciertos, obras teatrales y toda clase de eventos. Es uno de los referentes de la escena cultural de Bilbo. El otro «pulmón» son las siete salas de ensayo, insonorizadas y equipadas, que se pueden reservar por horas. Y todo esto sacado de la remodelación de una iglesia de estilo barroco.

El altar del rock

Bilborock fue, hasta 1970 –el año en que se fueron las monjas–, el convento de la Merced. Tras la desafección de la iglesia, en la operación inmobiliaria que siguió se vendieron los dominios del antiguo convento para construir las viviendas que están alrededor, pero la iglesia no se podía echar abajo por su valor patrimonial. Fue adquirida por el Ayuntamiento de Bilbo en 1990 y el 7 de abril de 1997 se inauguró la sala Bilborock.

A la iglesia le salieron muchos ‘novios’. ¿Y cómo terminó siendo un ‘nido de rockeros’? «Yo creo que el Villa [el Concurso Pop-Rock Villa de Bilbao] ayudó a que el Ayuntamiento se quitara de encima prevenciones y miedos sobre el rock local y el pop-rock, en general. Vio que íbamos por toda la ciudad con esto y no pasaba nada. También había voluntad política de la Concejalía de Juventud en aquel momento, y se nos dijo que preparábamos un proyecto para ver qué queríamos hacer allí. Fuimos los primeros en llegar». Y se lo quedaron.

Quien habla es Andoni Olivares, director de programación del Teatro Arriaga, y también quien diseñó, gestionó e impulsó Bilborock entre 1994 y 2001. Charlar con él es hacer un viaje hacia aquella Euskal Herria con muchas noches locas, mucho músico y pocas salas, y en la que ni los periódicos tenían sección cultural. Excepto ‘Egin’, que conste.

En la creación de Bilborock, el punto de inflexión fue la existencia previa del Concurso de Pop Rock Villa de Bilbao. 31 años, hasta 2019, duró aquel concurso mítico; por él pasaron muchas de las bandas de la actualidad (Zea Mays, El Inquilino Comunista...), algunas sacaron gracias a él su primer disco (Su Ta Gar)...

Llegaron a recibir hasta 3.000 solicitudes de bandas emergentes de toda Europa. En la conversación salen Public Enemy –traían grandes nombres a las finales–, Robbie Williams y The Corrs –chavalas durmiendo ante la puerta de Bilborock para ver a su ídolo–... y le preguntamos si Bilborock es hijo de su época; es decir, si hoy podría surgir algo parecido: «Sería imposible, porque ya la ciudad tiene espacios de iniciativa privada y pública, que aprovecha sus espacios si hace falta. Nunca se sabe, pero yo creo que ahora sería más difícil e igual tampoco tendría tanto sentido. Ahora es más una especie de espacio sociocomunitario, cultural… tiene otro aire y otra vida».  

Itxaso Erroteta, concejala de Juventud y Deporte, admite que Bilborock ha cambiado. Pero lo ha hecho con sus «habitantes». Por ejemplo, el Villa desapareció tras un «proceso de escucha entre los jóvenes», explica, del que surgió el VillaSoundBilbao. «No se sentían identificados en un estilo concreto, en encasillarse en categorías musicales, y respecto a los premios, preferían que se les diera acompañamiento y formación», indica.

Ahora Bilborock busca «fomentar la autonomía de los jóvenes, la presencia de las mujeres y el euskara», dice. Es decir, Bilborock sigue siendo un lugar de empoderamiento. La programación que se ha desplegado con motivo del 25 aniversario, cuyo último acto tuvo lugar el pasado viernes, lo certifica: ciclos de mujeres solistas, sesiones con videoclips de los grupos que han pasado por la ‘casa’, sesiones domingueras de música rock al mediodía...