JUL. 30 2023 - 00:00h Compasión por la sombra Igor Fernández Apesar de que nuestros pasos son siempre nuestros, la línea entre la responsabilidad y la culpabilidad, es muy fina. La diferencia entre ambas reside en la capacidad de acción y la preservación de una identidad que absorba los efectos de dichas acciones. Cuando vivimos como responsables de algo, podemos asumir las consecuencias como parte del movimiento, del cambio o del crecimiento, sin que eso rompa la noción de ser quienes somos, y la acción se convierte en una expresión de ello, fruto de nuestra forma de ver el mundo, de nuestros deseos. Nuevas acciones son posibles, bien para rectificar, bien para continuar. Sin embargo, a veces no podemos aceptar que ciertos actos nacen en nosotros; quizá porque sean demasiado disonantes con la imagen que tenemos o damos, quizá porque sean actos que surgen de la sombra que todos tenemos o tienen efectos indeseados, que se nos vayan de las manos o hieran a alguien. Al vernos tan distintos en ese ‘espejo’, podemos llegar a asustarnos y sentir una incomodidad difícil de asumir o integrar. Entonces no es extraño que nazca un deseo privado o público de alejar lo que hemos hecho de nuestra identidad, de dar la espalda a esa parte de nosotros que reconocemos como inapropiada; no la miramos, la queremos anular, lo que la convierte en una ‘mancha’, un ‘quiste’ sobre el que no se puede intervenir realmente porque queremos creer que no existe o es una suerte de ‘enfermedad’ ajena. La responsabilidad se convierte en culpabilidad. Sin posibilidad de diálogo, interacción o asimilación, tampoco nos permitimos compartir (usando la vergüenza como medio), digerir conjuntamente lo que se nos ha ido de las manos. Y, sin diálogo, se sustituirá con el monólogo de la mente lleno de suposiciones, juicios propios y externos. Sin un diálogo compasivo, sin una restauración conjunta que prime el seguir adelante, la sanación de esa herida no se dará, sino que surgirá la idea de la necesidad de anulación, de un castigo que excluya a esa parte de nosotros mismos. Y alivia durante un rato tener una penitencia, aunque no reconstruya nada por sí misma, ni nos haga crecer. Como cualquier castigo, el que es autoaplicado, fruto de la culpa, solo va tender a extinguir el comportamiento objeto de castigo. Para que algo nuevo suceda, la culpa tiene que terminar en algún momento su quietud (y el castigo interno o externo también) y reactivar la acción creativa, propia, responsable. Sea lo que sea lo que haya pasado, el crecimiento pasa por el fin de la culpa y por la asunción de uno mismo como ser cambiante, alguien que ha probado caminos que no han funcionado o que han dejado efectos indeseados detrás. Integrar las sombras, y tener compasión por ellas llegado el momento, es imprescindible para asumir responsabilidades y, por fin, crecer realmente.