SEP. 08 2023 - 05:59h Abordaje corsario En el Pub du Corsaire de Donibane Lohizune, Sebastien Saint-Esteven prepara el cóctel Kirikou, un trago para el que no es necesario tener patente de corso y que pone el cuerpo listo para cualquier abordaje. Sebastien Saint-Esteven, con su Kirikou. (Guillaume Fauveau) Gorka Ikatza La imagen de la piratería en general siempre la vinculamos con el ron, pero un marino británico de la época reclamaría una mayor precisión a la hora de decir de quiénes estamos hablando, si de piratas, corsarios, bucaneros o filibusteros. No son lo mismo, por lo que es de suponer que bebían diferente. O no. En cualquier caso, de lo que se trata es de animar la singladura; o el abordaje, si se diera el caso. En el Pub du Corsaire de Donibane Lohizune, Sebastien Saint-Esteven prepara el cóctel Kirikou, un trago para el que no es necesario tener patente de corso y que pone el cuerpo listo para cualquier abordaje. Y es que el objetivo de este cóctel es, precisamente, animar el dualismo de cuerpo y espíritu. «Cuando hace 8 años empecé en el mundo de la coctelería tenía un compañero que nos hacía este cóctel cuando estábamos de bajón, cuando no teníamos buen día», recuerda Saint-Esteven. Aquel compañero de barra se llamaba igual que él, Sebastien, «aunque todos le llamaban Kirikou, por sus orígenes y su cara de niño». Kirikou es un personaje de animación, un prodigioso niño de África occidental que con sus aventuras y hazañas devuelve el equilibrio natural a su aldea, enseñando los valores del continente africano y el amor hacia la naturaleza. La cuestión es que Saint-Esteven ha recuperado aquel trago, que no tenía nombre, y en homenaje a su antiguo compañero lo ha denominado Kirikou. «Este año lo he puesto en la carta de los cócteles del pub, en su honor y porque es una bebida muy agradable antes de cenar». Preparación La base alcohólica del cóctel es potente y variada, de ahí que sea un formidable elevador del alma. El vodka es el espirituoso principal, junto al martini blanco y su modalidad dry, o martini seco. El Kirikou, en la barra del bonito pub de Donibane Lohizune. (Guillaume Fauveau) El trago se prepara en coctelera. Así, en el interior del shaker se vierten 40 ml. de vodka, 20 ml. de martini blanco, 10 ml. de dry martini, otros 10 ml. de zumo de lima y media cucharada de azúcar moreno, además de hielo macizo, para enfriar. Agitamos y, colado para que no caigan trocitos de hielo, se sirve en un vaso bajo ancho Old Fashioned, o clásico de whisky. El trago se presenta muy fresco y decorado con una rodaja de lima. De la ballena al saqueo Como puede deducirse por sus componentes, el cóctel Kirikou tiene un potencial alcohólico bastante elevado, por lo que, al margen de ser un buen estimulante crepuscular antes de la cena, tal y como ya ha apuntado Sebastien Saint-Esteven, es también un electrizante bebedizo para alargar una hermosa noche. El Pub du Corsaire está en el centro histórico de Donibane Lohizune, en la calle de la República, a un paso de la fantástica playa labortana. Además de poder probar el cóctel Kirikou o cualquier otro trago, se puede disfrutar de tapas y buena música, con una decoración acorde al nombre y en un ambiente en el que es difícil no sentirse como un corsario. Y es que el interior del pub es la recreación de un galeón, realizada en roble hace más de cincuenta años por un carpintero zuberotarra de Maule. Donibane Lohizune también fue conocida como la ciudad de los corsarios. Hasta el siglo XVII la actividad principal de los marinos de su puerto se centraba en la pesca de la ballena, en las lejanas y frías aguas de Terranova. En la medida en que esa actividad fue decayendo, se vieron abocados a una reconversión naval en la que gran parte de los pescadores cambiaron de sector económico y se hicieron corsarios. Las embarcaciones se dotaron de cañones y los capitanes de Donibane Lohizune formaban tripulaciones que merodeaban por del Golfo de Bizkaia buscando barcos mercantes a los que abordar y saquear. Aunque la actividad fuera la misma, los piratas eran «ilegales» mientras los corsarios eran «legales» Otros puertos vascos, como Hondarribia, Pasaia, Donostia y varios del litoral vizcaíno, eran auténticas bases corsarias. El Señorío de Bizkaia llegó a tener 77 barcos corsarios bajo su bandera; pues hay que tener en cuenta que, aunque la actividad fuera la misma, los piratas eran «ilegales» mientras que los corsarios eran «legales». Eso sí, en relación a su patente de corso, pues a Anton de Garay y Pedro de Larraondo los apresaron en el Mediterráneo por asaltar mercantes y los ejecutaron. Pero bastante antes del siglo XVII ya hay numerosas referencias de corsarios vascos que surcaban aguas muy alejadas del Golfo de Bizkaia, como las americanas, el norte de África o las europeas, donde fueron hegemónicos durante ese siglo y el siguiente. Michel Etchegorria, Michel le Basque, fue un corsario labortano que sin tantos ecos como el famoso Barbanegra sembró el pánico en las costas del Caribe, donde incluso se decía que arrancaba el corazón a sus víctimas y se lo comía aún palpitante y caliente. Según fue mermando el negocio de la ballena y su aceite o la pesca del bacalao, la reconversión de los arrantzales les labró una terrorífica fama como corsarios de la que hay abundante documentación y muchos nombres propios: Jean Lafitte, Ixtebe Pellot, Francisco de Illareta, Pedro Arin, Miguel de Iturain, Domingo de Albistur, Juan de Erauso, Juan de Lizarza, Pedro de Mondragón o Antón de Garay, entre otros muchos. Por cierto, que la particularidad vasca de estar ocupada por España y Francia, dos enemigos históricos, permitía a nuestros corsarios tomarse una licencia más de las habituales en la actividad. Como la patente de corso autorizaba a abordar y saquear las naves de los países enemigos, los corsarios vascos atacaban lo mismo a españoles que a franceses. En aquel tiempo aún no funcionaba la colaboración policial franco-española. Han pasado ya muchos años desde aquello; así que, en lugar de enrolarnos en un barco para dedicarnos al corso es mucho más recomendable acercarnos a Donibane-Lohizune, al Pub du Corsaire y disfrutar del refrescante cañonazo de un cóctel Kirikou preparado por Sebastien Saint-Esteven. Y el abordaje cuchillo en boca, para los profesionales.