OCT. 04 2023 - 05:00h Salud mental «de moda» Igor Fernández En los últimos años la atención a la salud mental ha tenido una creciente incidencia en nuestras conversaciones y en el imaginario colectivo. Ya no es un tabú decir que alguien va a ver a un psicoterapeuta o un psiquiatra. Oímos mucho más términos como «ansiedad», «depresión», «relaciones tóxicas»… Aspectos que antes quedaban relegados a la mayor privacidad. Salir hoy de la oscuridad nos permite cuidar de los dolores que, lejos de ser exclusivos y únicos, son universales. Por fin podemos afrontar lo privado como un aspecto de salud pública. Pero, mientras descubrimos cómo hacerlo, airearlos solamente puede ser contraproducente. Los aspectos positivos de esa aireación son muchos: el fin del estigma, la posibilidad de pedir ayuda, la normalización de la vulnerabilidad, etc. Los aspectos negativos en cambio, son la ‘estigmatización positiva’, el riesgo de vincularse de más con los dolores que uno tiene, como si se tratara de una seña de identidad. Y es que, a veces tener un dolor nos da una identidad, e incluso un estatus. Si lo pensamos bien, ser «víctima» de un dolor emocional puede tener beneficios en las relaciones (algo así como ser «caballito blanco» en un juego de pillar, ser el jugador al que nadie puede atrapar porque es pequeño o frágil). Para empezar, despierta en los otros cierta compasión; estar afectados por la ansiedad o la depresión nos pone el cartel de ‘Frágil’, invitando a los demás a tratarnos así. Y, durante un tiempo, será imprescindible que nos traten con delicadeza y cuidado si lo necesitamos, pero solo hasta el momento en que podamos hacer crecer nuestros propios recursos, aprender lo suficiente de los errores o poner suficientes límites. El estatus especial sienta bien y esa sensación puede ser adictiva Sin embargo, el estatus especial sienta bien y esa sensación puede ser adictiva. A falta de otros valores en la relación, puede parecernos atractiva la idea de seguir estando mal o no del todo bien con tal de recibir atención. Nos duele lo que nos duele, eso es innegable, pero la popularidad creciente de estos términos, de la sensibilización sin profundización en los discursos mediáticos, y del morbo en torno a estos asuntos, nos invitan a dolernos, a regodearnos, con el riesgo de cronificar un estado de incapacidad. Y, al mismo tiempo, tanta atención pública sobre ello también nos puede sobrestimular, volviéndonos hipocondríacos si nos vemos reflejados, reflejadas; llegando a añadirnos un diagnóstico psicopatológico por lo que simplemente es un malestar de la vida. Nos van a ofrecer términos y clichés que nos tentarán a simplificar nuestro mundo interior, pero defender nuestra salud también implica defender nuestra parte sana de esa identificación completa con nuestros dolores. Manteniendo nuestra independencia de ellos, nuestra identidad libre de victimismos, por muy cómoda que se sienta la compasión.