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Precisa pirotecnia germana

Espectáculo escénico total con los veteranos rockeros alemanes Rammstein en Donostia. El show para estadios convirtió este miércoles el campo de fútbol de Anoeta en una macro fiesta de canciones rocosas en clave metálica, algunas pantomimas y un abrasivo artificio de explosiones y llamaradas.

Imagen del concierto de Rammstein en Anoeta. (Olaf HEINE | RAMMSTEIN)

No es fácil competir con el negocio musical anglosajón del stadium rock en un idioma que no sea el de Shakespeare. Así que los germanos Rammstein, que celebran treinta años de actividad con su Europe Stadium Tour 2024, son una excepción. Superior a la de sus compatriotas Scorpions, que también mueven masas, pero cantan en inglés.

No parece que el combo teutón haya necesitado mayores renovaciones literato-musicales en la última época, pero sí han ido añadiendo grandilocuencia organizativa a su medido circo de rock metalero. Lo que con los viejos Stones, la veterana Madonna o la nueva Taylor Swift es apoteosis de florida tecnología escénica se metamorfosea en pirotecnia explosiva y hasta amenazantes fuegos bélicos. El recurso al “infierno”, habitual en la imaginería del rock duro, parece aquí sujeto mayor del evento.

Si la hemeroteca no falla, esta era la sexta visita de los germanos a un escenario vasco, tras ir subiendo escalones organizativos: Ilunbe, Velódromo, dos BEC, BBK Live Festival. Tardó la audiencia en ir entrando y el leve retraso lo cubrieron briosamente las dos mujeres pianistas del dúo galo Abélard, desde el escenario B, en el centro del campo.

En una suave noche primaveral y con la masa apretujada ante el conjunto de construcciones que remata una torre a lo ‘Metrópolis’ de Fritz Lang, el sexteto descendió en ascensor al son de ‘Music for the Royal Fireworks’, del clásico Handel. Y cuando explotó la primera bomba y sonó ‘Ramm 4’ ya no hubo posible vuelta atrás para las dos horas de ruido rockero. Durante la larga fiesta no habría apenas tregua al rugido de su vocalista, la implacable máquina sonora, el entusiasmo general, el océano de teléfonos grabando o los mil litros de combustible que dicen emplear cada noche en artificios ígneos.

Una férrea actuación de los servicios de seguridad, deteniendo a gente que se supone se saltaba las vallas divisorias, y la presencia de la Ertzaintza en el césped aumentó el ambiente agresivo del espectáculo.

Marcialidad metalera

Lideró la fiesta el sexagenario barítono Till Lindemann, con sus penetrantes bramidos vocales. Le cubrió la espalda un quinteto instrumental que funciona al más tópico ritmo germano; marcialidad y perfeccionismo. Revisaron la obligada veintena de títulos por sesión (de sus ocho álbumes de estudio), interpretados cada noche en bloque fijo, sin una coma ni segundo de improvisación. Un esquema maquinista, pero con músicos de carne y hueso y sin mayores trucos desde las mesas de control, con la presencia implacable de las tres guitarras y la batería de doble bombo, más el importante apoyo del teclista, que actuó a ratos movido por un suelo móvil como el de los gimnasios. Beats industriales, algo de caliente electrónica y frecuentes tormentas de fuego artificial.

Además de títulos rescatados en parte del olvido (el tema de inicio, ‘Keine Lust’, ‘Asche zu Asche’, ‘Wiener Blut’), en la primera parte sonaron impactantes hits como el épico himno ‘Mein Herz brennt’ (mientras arde un gran carrito de bebé y llueven los primeros confetis), ‘Puppe’, el penetrante death metal de ‘Wiener Blut’, la balada ‘Zeit’ con un océano de teléfonos móviles al aire, el bello tramo tecno con original truco de disfraces de ‘Deutschland’ o la coral ‘Radio’.

En ‘Mein Teil’ surgió la pantomima mayor de la sesión con el vocalista achicharrando en una gran olla al teclista con todo tipo de lanzallamas. La esperada ‘Du hast’ escaló a lo más alto de la unión con el público. Y ‘Sonne’ remató capítulo envuelta en gigantescas llamaradas.

Maestros del exceso

Sobre el pequeño escenario del centro del recinto y con el simple apoyo de las pianistas Abélard, ‘Engel’ fue una colectiva comunión vocal con la muchedumbre. Tres zodiacs, movidas en plan surfeo por la marea de fans, devolvieron al grupo al escenario mayor y la noche se desbocó con ‘Ausländer’, ‘Du riechst so gut’, ‘Pussy’ o ‘Ich Will’, con más explosiones que en un frente de guerra. El himno ‘Rammstein’ y ‘Adieu’, con su apoteosis de confetis, sellaron el atracón de watios, voltios, pólvora y gasolina.

¿Y los mensajes? Si no es fácil entender las letras de cualquier mega show anglo, más difícil parece hacerlo con canciones en germano, al margen de algunos estribillos. Rammstein han sugerido siempre simbologías y códigos aparentemente agresivos, casi deshumanizados, y ese es su legado. Además de sexismos en canciones como ‘Pussy’ y su cañón-pene o ‘Te quiero puta’ (ahora en reserva) que pudieron reforzar la acusación mediática a su cantante por agresiones sexuales, desestimada por falta de pruebas. Más tangible parece la crítica eco a su feria, que presume de mover casi cien camiones o quemar cada noche miles de litros de combustible.

Pero cualquier matiz crítico pareció sobrar anoche ante el disfrute incondicional de la muchedumbre o el regodeo oficial en la ciudad, que acumulaba ocho largos años sin un concierto en el estadio. En plena fiebre post pandemia de todo tipo de recitales y festivales, que agotan sorprendentemente unos precios generales de escándalo, los igníferos Rammstein fueron responsables del regreso donostiarra a la primera división rockera.