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De sumideros naturales a fuentes de CO2

La absorción de CO₂ por parte de los bosques, superficies terrestres y océanos es una de las grandes salvaguardas frente al cambio climático, pero esta «deuda que ha permanecido debajo de la alfombra» y «equilibrado nuestros abusos» está llegando a su fin.

La absorción de CO₂ es una de las grandes salvaguardas frente al cambio climático. (NAIZ)

Las plantas, algas y cianobacterias absorben CO₂ de la atmósfera, almacenan parte de este carbono y liberan oxígeno en el proceso. Este mecanismo bioquímico, la fotosíntesis, es uno de lo más importantes del planeta, y no solo es fundamental para la nutrición de las plantas, sino que, a falta de tecnología –todavía en fase de pruebas– que pueda eliminar nuestro carbono atmósférico, los vastos bosques son un aliado en la lucha contra el cambio climático, al ser un mecanismo natural de captura de carbono. También lo son los suelos y océanos, que en conjunto absorben casi la mitad del CO₂ generado por combustibles fósiles. Sin embargo, estos sistemas están experimentando cambios y cada vez capturan menos, lo cual podría derivar en consecuencias imprevisibles.

Estas son las conclusiones preliminares de un equipo internacional de investigadores que ha revelado que la capacidad de la Tierra para absorber CO₂ ha disminuido drásticamente. Este desplome de los sumideros de carbono, que no se contempla en los modelos climáticos actuales —ya de por sí alarmantes—, podría acelerar el cambio climático y afectar a los esfuerzos por mitigarlo. Y es que al menos 118 países dependen de la función de estos sumideros naturales para cumplir con sus metas climáticas.

Este es el caso de Finlandia: el país nórdico se ha propuesto alcanzar la neutralidad de carbono para 2035, 15 años antes que sus vecinos de la UE. En un territorio con 5,6 millones de habitantes y casi un 70% cubierto de bosques y turberas, parecía un objetivo alcanzable. Y así lo fue en un principio: el país redujo en un 43% las emisiones, pero los indicadores situaban sus emisiones netas aproximadamente en el mismo nivel que a principios de los años noventa. ¿Qué estaba ocurriendo? Según apunta  una investigación de ‘The Guardian’, los extensos bosques y turberas de Finlandia, que durante décadas habían capturado más carbono del que liberaban, habían dejado de absorber lo previsto. Este fenómeno comenzó en 2010, y ocho años después el sumidero terrestre de Finlandia prácticamente había desparecido como consecuencia del cambio climático.

El factor humano

Se trata del ciclo vicioso impulsado por el cambio climático: el aumento de las temperaturas y los fenómenos meteorológicos extremos están afectando al funcionamiento de los reservorios naturales de carbono. «Las plantas ahora crecen en condiciones mucho más adversas. Si reciben menos agua y se exponen a temperaturas más altas, su capacidad para absorber carbono se reduce», explica a NAIZ Iker Aranjuelo, Doctor en Biología Ambiental e investigador del Instituto de Agrobiotecnología de Nafarroa.

De esta manera, los bosques boreales, que albergan alrededor de un tercio de todo el carbono terrestre, cada vez absorben menos, e incluso el Amazonas, saturado por la deforestación y las sequías, dejará de reducir dióxido de carbono de la atmósfera en 2035, según otro estudio publicado en la prestigiosa revista “Nature”. Solo las profundas turberas en el corazón de la selva de la República Democrática del Congo siguen siendo un fuerte sumidero que absorbe más de lo que libera.

No obstante, estos cambios climáticos no afectan solo a las plantas. Aunque los océanos logran absorber aproximadamente una cuarta parte de las emisiones anuales de CO₂, la excesiva contaminación antropogénica ha provocado la acidificación del agua. Al disolverse el CO₂ en el océano, reacciona con las moléculas de agua para formar ácido carbónico, liberando iones de hidrógeno que reducen el pH del agua, haciéndola más ácida. Este aumento de acidez altera la disponibilidad de carbonato cálcico, componente crucial en la estructura de muchos seres, como algas, esponjas y corales, y altera algunas funciones químicas y biológicas importantes de los océanos como la absorción de carbono.

Lo mismo ocurre con los suelos. «El carbono presente en las raíces vegetales y animales muertos pasa a formar parte de la materia orgánica del suelo. Y ahí se encuentran las bacterias, que necesitan energía que logran mediante la respiración con la siguiente emisión de CO₂ a la atmósfera. Entonces, el suelo acumula mucho carbono, pero también emite. Y la temperatura y el agua afectan a la respiración del suelo», afirma Aranjuelo.

El problema, añade, es la actividad humana: «Emitimos más CO₂ de lo que el sistema del planeta puede asimilar».

Antes, la situación no era así; el desequilibrio comenzó con la Revolución Industrial y se intensificó a partir de la década de 1950. Hoy, consumimos más del doble de los recursos que la Tierra puede regenerar, y se estima que para 2050 necesitaremos el equivalente a 2,5 planetas. Además, las emisiones de CO₂ asociadas al sector energético, como el petróleo, gas y carbón, continúan en aumento. En 2023, el CO₂ emitido creció un 1,1%.

Esta tendencia sugiere que podrían darse situaciones puntuales en las que las plantas contribuyan al aumento de CO₂ atmosférico. Pero, ¿cómo es posible que los bosques, en lugar de absorber CO₂, comiencen a emitirlo?

Hoy, consumimos más del doble de los recursos que la Tierra puede regenerar, y se estima que para 2050 necesitaremos el equivalente a 2,5 planetas

«Pequeñas ventanas»

Volvamos a las plantas, o, en concreto, a sus hojas. Estas cuentan con estomas, que el investigador Iker Aranjuelo simplifica como «pequeñas ventanas» que permiten la entrada de CO₂, pero también dejan escapar el agua. En áreas con abundantes precipitaciones, las plantas «dejan la ventana abierta», permitiendo que el CO₂ entre sin preocuparse por la pérdida de agua. No obstante, si las lluvias escasean, «abrir la ventana» es demasiado arriesgado, ya que podría deshidratarse. En ese caso, la planta, como tiene carbono en su interior para alimentarse, prefiere perder poco agua y seguir viva, ralentizar su organismo y esperar a que mejoren las condiciones para poder abrir la ventana de nuevo y absorber CO₂. «Por tanto, hay sistemas arbóreos que cuando baja el agua, asimilan menos CO₂, o no asimilan, y su balance es negativo», añade.

Con todo, la lógica empuja a pensar que, si la fotosíntesis utiliza CO₂, un aumento en los niveles de este gas de efecto invernadero en la atmósfera podría mejorar la productividad de la vegetación y fortalecer su función como sumidero. Sin embargo, investigaciones recientes apuntan que este equilibro está empezando a cambiar, impulsado por el aumento del calor y unos suelos degradados que dificultan la obtención de nutrientes.

Así, en muchos ecosistemas, se ha reducido el margen de equilibrio entre la fotosíntesis y la respiración, y muchas selvas o bosques se han convertido en una fuente neta de emisiones. «Este planeta estresado nos ha estado ayudando silenciosamente y nos ha permitido esconder nuestra deuda bajo la alfombra, pero esto está llegando a su fin», declaró en este aspecto Johan Rockström, director del Instituto de Postdam para la Investigación del Impacto Climático (PIK).  



Incendios forestales

Las sequías se vuelven cada vez más frecuentes, intensas y prolongadas, lo que impacta directamente en la degradación de los suelos, desencadenando además efectos en cadena, como el aumento de ataques de plagas y el incremento del riesgo de incendios. Sendos estudios publicados en ‘Nature Climate Change’ y liderados por el PIK constantan que entre 2003 y 2019 la superficie quemada en todo el mundo debido al cambio climático ha aumentado el 15,8%, especialmente en Siberia, Australia, Sudamérica y el oeste de Norteamérica.

De acuerdo con la revista ‘Science’, las emisiones de CO₂ generadas por los incendios forestales han aumentado un 60% en el mundo desde 2001, y en los bosques boreales septentrionales más sensibles al clima casi se han triplicado. Los incendios forestales que devastaron Canadá el año pasado liberaron más CO₂ en la atmósfera que toda la quema de combustibles fósiles en la India. Es la misma cantidad de dióxido de carbono que emiten 647 millones de coches al año, según datos de la Agencia de Protección Ambiental de EEUU.

De acuerdo con la revista ‘Science’, las emisiones de CO₂ generadas por los incendios forestales han aumentado un 60% en el mundo desde 2001, y en los bosques boreales septentrionales más sensibles al clima casi se han triplicado

Además de los conocidos riesgos para el medio ambiente, el deshielo del permafrost, la capa del subsuelo que permanece congelada de forma permanente en las regiones más frías del planeta, también podrían representar serias amenazas debido a las posibles emisiones del carbono que se encuentra en su interior y que lleva congelado cientos o miles de años. «También podría liberar metano, que tiene mucha más potencial para aumentar la temperatura que el CO₂», resume Aranjuelo. 

¿Qué hacer?

Obviamente, Euskal Herria también sufre los devastadores efectos del cambio climático. Por ejemplo, Aranjuelo recuerda que, pese a los buenos resultados de la cosecha de cereal de este año en Nafarroa, los años anteriores la producción no ha sido tan buena, sobre todo en Erribera. «Las plantas de trigo eran muy pequeñas, con pocos granos, y al agricultor no le compensaba cosechar. Cada vez hay menos agua», detalla.

En ese herrialde, explica, se han puesto en marcha iniciativas para instalar cubiertas vegetales en viñedos, para que los suelos se vuelvan más ricos y con mayor capacidad de asimilar CO₂ atmosférico. Asimismo, se están llevando a cabo repoblaciones con especies vegetales con mejor capacidad de adaptarse a ambientes más hostiles. «De esta manera, van a poder desarrollar sus ciclos, crecer y fotosintentizar», remarca el investigador.

Además de trabajar en un modelo de producción agrícola más sostenible y potenciar los sumideros, Aranjuelo apunta que hace falta un «abordaje multidisciplinar», poniendo especialmente el foco en el uso de la energía, ya que es la principal actividad emisora de CO₂. «El crecimiento económico depende de la energía, y el 70-80% de las emisiones de gases de efecto invernadero se asocian al uso energético. Ahí es donde hay que actuar», agrega.

«No se puede dejar todo en manos del suelo o los océanos. Ni de las plantas. No vale con plantar árboles», sentencia.