FEB. 09 2020 Misas hípsters a TODO ritmo Hillsong, una iglesia en templos modernos Música en directo, estética hípster, influencers y cuidadoso marketing calibrado hasta el más mínimo detalle. La Iglesia pentecostal se renueva y rejuvenece en busca de un público cada vez más joven. Sergi Reboredo El culto a la Iglesia Hillsong, literalmente canto de la colina, nació en 1983 en las antípodas, en un barrio del noreste de Sydney. Su ideario protestante es obra del neozelandés Brian Houston y de su esposa Bobbie. En su doctrina figura «alcanzar e influir en el mundo mediante la construcción de una gran iglesia centrada en Cristo, basada en la Biblia, cambiando la mentalidad y capacitando a las personas para liderar e impactar en todas las esferas de la vida». Su mensaje, como si de un nuevo Jesucristo se tratara, se expandió como la pólvora, en parte por el éxito cosechado por su sello discográfico: Hillsong Music Australia, que ha editado más de 125 álbumes en varios idiomas y ha vendido 25 millones de discos; sin ir más lejos, el año pasado cosechó un premio Grammy en la categoría de Mejor Canción/Presentación de Música Cristiana Contemporánea con el tema “What a Beautiful Name”. Además de la música, las redes sociales son su otro bastión importante, por el cual no paran de crecer. Cuentan con más de 15 millones de seguidores; en Spotify son casi 3,5 millones de escuchas mensuales; montones de sermones en Snapchat y un canal de YouTube con 4.400.000 suscriptores. Sus misas se pueden escuchar en directo en estos canales y sus adeptos son los encargados de convencer a sus amigos para que el número de incondicionales aumente. Madrid y Barcelona. Los pastores Damsy Mich y Juan Mejías son las dos caras visibles de la franquicia que opera en Madrid y Barcelona. Se trata de un matrimonio de treintañeros que, a primera vista, parece una pareja de blogueros hípsters. Verdaderos influencers, entre los dos superan los 50.000 seguidores en Instagram. «Las iglesias cristianas no hemos sabido ver que la gente ya no nos entiende cuando hablamos de Dios. Tenemos que hablar con el lenguaje de la calle», dice Mejías. Y para ello se nutren de un calculado uso de las redes sociales y de una estética post-moderna que parece recién sacada de una revista lifestyle. La pareja me recibe en sus oficinas centrales del casco antiguo de Barcelona. Más que un palacio episcopal, las instalaciones parecen las propias de una cafetería fashion de un centro comercial o el hall de un hotel boutique. Sobre varias mesas alargadas de pino descansan varios iMacs de última generación, que cuatro “monaguillos” contratados utilizan para coordinar a las decenas de voluntarios y difundir la palabra del Señor. Un sofá blanco de piel, moquetas de diseño y luces estilo Hollywood completan la decoración del diáfano loft. Muchas de las críticas van precisamente en la línea del uso abusivo de estrategias comerciales, aunque Mejías se defiende: «No nos molesta la etiqueta de modernos; por supuesto que toda esta imagen está proyectada adrede. La Iglesia católica históricamente ha sido una de las grandes expertas en crear nuevos mensajes para fidelizar a sus feligreses. Además, nosotros no usamos estos medios para ganar dinero, sino para inspirar y mostrar un camino». Según explica la pareja, todo lo que recaudan en donaciones lo utilizan para pagar el alquiler de los teatros donde celebran las misas, el mantenimiento de su estructura logística y obras benéficas. Las donaciones se pueden hacer a través de PayPal y, en misa, además del cepillo, se pasa el datáfono para los que quieran contribuir vía tarjeta de crédito. [Me piden que, por favor, cuando asista a misa no fotografíe ese momento, al que llaman “acto de ofrenda”, por tratarse de algo íntimo y personal]. Juan se reivindica: «La Iglesia protestante no recibe ayudas del Gobierno como sí lo hace la católica. Aquí la donación es libre y no pedimos cantidades abismales ni exigimos cuota mínima». Son un modelo en evolución y han reinventado el mensaje más antiguo. Al igual que Ferran Adrià ha deconstruido la cocina tradicional, Hillsong lo ha hecho con la Biblia. El mensaje parece bastante novedoso, aunque ante los temas espinosos las respuestas son tan retrógradas como las de sus competidores: «Somos una Iglesia cristiana y la Biblia es la base de nuestra creencia. Somos modernos y avanzados en algunos aspectos, pero también somos conservadores. No estamos para nada a favor del aborto y defendemos el matrimonio entre el hombre y la mujer, aunque tampoco le cerramos las puertas a nadie». Eso no es del todo cierto: un código interno estipula que ningún gay puede ejercer como pastor o trabajar para la congregación. Sin ir más lejos, en Estados Unidos, Josh Canfield saltó a la palestra en 2015 cuando se vio obligado a renunciar como director del coro del equipo de adoración de Hillsong Nueva York, después de aparecer en un programa de televisión nacional, “Survivor”, en el que declaró que era cristiano y gay, y que cantaba como vocalista para la congregación. El mensaje parece acumular polvo y telarañas cuando en la puerta del teatro en el que ofrecen su servicio religioso se venden libros machistas del tipo “Cómo ser la mujer de proverbios 31”, de Sara Horn, en el que se enseña a ser una mujer piadosa, esposa y madre. Un día cualquiera en una misa Hillsong. Es domingo, son las 17.30 y el céntrico Teatro Astoria de Barcelona está lleno a rebosar. Limonada, helados y frutas variadas cortadas amenizan una tarde que promete ser, cuanto menos, divertida. Voluntarios vestidos con traje negro y pinganillo en la oreja, estilo “Men In Black”, ayudan a que el público entre de forma ordenada. La decoración es festiva, como si de un cumpleaños se tratara, con globos, collares hawaianos, confetis e incluso un photocall para que los fans puedan fotografiarse y subir las fotos rápidamente a Instagram. «¿Estáis listos para escuchar la palabra de Dios?», se oye gritar a Juan Mejías desde el escenario. La música disco suena entonces a todo volumen mientras luces estroboscópicas iluminan la sala. Los asistentes al acto saltan y bailan con frenesí. Según comentan, ya han entrado al recinto más de setecientas personas y el acto se asemeja más un concierto de verano que una misa cristiana. La media de edad se sitúa entre la adolescencia y los veinte años, pero también los hay de mediana edad, e incluso con hijos, con sitio reservado para que los más pequeños tengan su espacio. Hay catalanes, españoles, latinoamericanos y algún turista de paso que se ha dejado caer. Juan comienza a leer la Biblia a través de su Mac Book Pro. Detrás de él, en una pantalla gigante, se proyectan frases bíblicas y letras de las canciones en inglés y castellano para el karaoke. Si no fuera por las letras, con reiteradas alegorías a Jesús y al Espíritu Santo, podríamos decir que estamos en una discoteca de horario infantil. La emoción está a flor de piel y a alguno de los presentes incluso se le saltan las lágrimas. «Ahora sé quién soy en ti mi Dios», canta la banda a ritmo de música disco y todo el mundo la tararea como si se tratara del último hit de Shakira. «Lo estoy flipando», comentan unas chicas. Hace ya muchos años que esta iglesia está en el candelero mediático ocupando páginas de revistas y tertulias televisivas, en parte por las celebrities y en parte por el tirón del pastor de Nueva York, Carl Lentz, que presume en redes sociales de codearse con Jay Z, las Kardashian u Oprah Winfrey. Hillsong está en Barcelona desde hace siete años, y desde hace dos, en Madrid. El negocio va viento en popa, a toda máquina, y no solo en el Estado español, porque cuenta con congregaciones en múltiples ciudades del planeta: Londres, París, Kiev, Moscú, Nueva York, Los Ángeles, Estocolmo, Ciudad del Cabo, Amsterdam, Buenos Aires, Sao Paulo y, recientemente, Monterrey y Montevideo. Su crecimiento es exponencial. ¿Será Hillsong la Iglesia 2.0 del futuro?