Oma Wiener Lager: una cerveza por y para pensionistas
En los últimos años se ha producido un auténtico boom en torno a la cerveza artesanal. Esta popular bebida, que comenzó a fabricarse en Alemania y en Europa Continental, ha aumentado considerablemente su expansión e incluso en Euskal Herria existen unas cuantas marcas que se sirven en cervecerías, bares, restaurantes, tiendas, supermercados, sitios gourmet o a través de pedidos online. Pero Oma Wiener Lager, algo así como “la cerveza vienesa de la abuela”, es el nombre de esa bebida espumosa que tiene una particularidad: está realizada por y para los ocupantes de una residencia.
Vaya por delante que dietistas-nutricionistas y otros especialistas de la medicina y la salud, además de los científicos, se han encargado, especialmente en los últimos tiempos, de desmentir de forma categórica el mensaje de esos anuncios e incluso de aquellos estudios que apuntaban a la cerveza como una bebida hidratante, refrescante y prácticamente inocua. Realizada con malta, un cereal rico en las vitaminas A, B-1, B-2, B-3, B-6. B-9 y E, se dice que estas ayudan a mantener una buena dieta y al bienestar corporal. La malta contiene hierro, fósforo, zinc, potasio y magnesio, minerales que contribuyen en las funciones esenciales del organismo. El problema, en todo caso, suele ser el alcohol y ante él, los especialistas antes mencionados abogan por el consumo cero.
Hay países con una larguísima tradición de cerveza y si no que se lo digan a los ancianos que aparecen en este reportaje, que viven en uno de ellos y aprovechan su estancia en la casa de retiro ubicada en Atzgersdorf, un antiguo municipio de la Baja Austria que ahora forma parte del distrito 23 de Viena, para fabricar su propia birra. Jugar a las cartas, hacer estiramientos, practicar gimnasia, realizar manualidades o cualquiera de las actividades que habitualmente se llevan a cabo en estos asilos para la llamada tercera edad, quedan en un segundo plano en esta residencia vienesa, en la que sus usuarios prefieren reunirse para... hacer cerveza.
El ritual se lleva a cabo todos los jueves por la mañana y los residentes no se lo perderían por nada del mundo. «Nos juntamos, hablamos (sobre la elaboración de cerveza), hacemos bromas y ya pasó otro día... ¡un día hermoso!», contaba recientemente a AFP, Rupert Jaksch, de 87 años, un hombre todo sonrisas.
La aventura comenzó hace dos años en esta luminosa y florida residencia, ubicada en las afueras de la capital austriaca, para entretener a algunos de sus 300 ocupantes. «Este es un ejemplo entre muchas actividades que permiten a los residentes entrenar sus habilidades motoras, ejercitar sus cerebros», subraya Christoph Gruber, sin resto de ironía, que gestiona el proyecto dentro de la estructura Kuratorium Wiener Pensionisten-Wohnhaeuser (KWP).
Producto local y kilómetro 0. Es él quien, junto con otros miembros del personal y los residentes, lleva a cabo las distintas etapas de elaboración: mezcla de malta con agua, cocción, adición de levadura y demás momentos del proceso. El resultado son dos tipos de birras, incluida la mencionada Oma, que significa abuela y otra Opa (abuelo), basadas ambas en una receta vienesa que data de 1841 y utilizando exclusivamente ingredientes austriacos, explica Gruber con orgullo. No es exactamente producto de kilómetro 0 pero se asemeja bastante. También al auzo lan porque entre un grupo de residentes se reparten el trabajo. De esta manera los jubilados, que nunca habían experimentado la elaboración de cerveza antes de este proyecto, terminan colocando las etiquetas concienzudamente y exponiendo su producción en baldas.
Cada semana salen 50 litros de las cubas para llenar 150 botellas, vendidas a dos euros cada una en los 30 comedores del grupo KWP en Viena. Los jubilados comenzaron elaborando su cerveza “Grandma and Grandpa” hace dos años, y funcionó tan bien que ahora se han expandido a una lager ligera llamada “Hellmut and Hellga”, un juego de palabras que se acerca al término alemán con el que se conoce a la cerveza ligera “helles”. Por el momento, no hay expansión de mercado a la vista, pese a que habitualmente se agota la producción de estas botellas que están resultando muy populares.
«Me gusta su sabor ligeramente dulce», confirma Rupert Jaksch, de pelo blanco y barriga redonda, mientras disfruta de un sorbo refrescante. Ingeborg Zeller, de 88 años, a veces la toma a sorbos aunque la mañana en la que se tomaron estas fotografías no estaba brindando con sus compañeros. Ella colabora principalmente para «mantenerme ocupada», admite mientras termina de poner las etiquetas.