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PSICOLOGÍA

Incompleto


Una de las características fundamentales de nuestra inteligencia es la creación de asociaciones que después podemos mantener en la memoria para poder predecir el mundo, y actuar en él de manera cada vez más precisa, para cubrir nuestras necesidades, satisfacer nuestros deseos. Muchas veces se ilustra la propia arquitectura virtual de la inteligencia como una máquina con múltiples entradas y una salida; las entradas incorporan información al sistema y la salida ofrece el resultado de su procesamiento. Algo así como un ordenador al que se le introduce un input para ofrecer un output que usar luego en el mundo.

Nos gusta pensar en nuestra mente como una máquina de lógica, de predicción, que funciona mecánicamente y por tanto a la que podemos pedir un desempeño estable, preciso. Nos gusta pensar que si podemos analizar las informaciones que nos llegan podremos encontrar una solución; que si entendemos suficientemente el objeto descrito a través de esas informaciones que entran en nuestra ‘máquina de computar’, entonces el resultado de nuestro análisis nos hablará de la ‘verdad’ de esa situación, podremos fiarnos de nuestras conclusiones y aplicarlas. Nos pasamos el día hablando como si aquello a lo que hacemos referencia fuera una verdad universal por el mero hecho de partir de un análisis que no deja de ser particular, y nos incomoda, por contra, sostener la incapacidad, la imposibilidad de nuestra inteligencia para llegar a la acción que hemos imaginado que podríamos obtener después de pensar, esa acción que resolvería nuestros problemas o aseguraría la consecución de nuestros intereses.

A veces, la falta de flexibilidad, de relatividad, nos convierte, para nosotros mismos, nosotras mismas, en pensadores omnipotentes. Y más allá de lo pertinente o no de nuestras aproximaciones, de lo ‘bien’ que pensemos, verlo solo desde un punto de vista es una fuente potencial de sufrimiento –y ese ‘lo’ hace referencia aquí a lo que sea que estemos intentando comprender. Y es que, poder darnos el permiso de sostener la incertidumbre en el fondo nos hace más resistentes. Permitirnos no acertar, fallar, no estar satisfechos, o directamente no saber, puede protegernos de una frustración obsesiva que nos impida ver la manera de pensar mejor, de analizar mejor, de acercarnos más a la verdad de las cosas –o al menos a la que encaja en nuestro mundo individual–.

Ese espacio de incertidumbre interna es el que también nos permite soñar, un espacio mental que se convierte en una habitación con un cartel en la puerta que dice “y si…”, una puerta que se abre a lo no conocido pero también a la humildad imprescindible para relacionarlos con ‘lo otro’, con los demás, con el entorno micro y macro, y sin la cual no hay encuentro posible de ningún tipo. Proteger como una reserva natural ese lugar en el que las cosas no salen como habíamos imaginado y como habíamos analizado y planificado a través de ese tipo de inteligencia, en el que la vida se queda incompleta o inacabada para nuestras previsiones es también el lugar de la sorpresa, interruptor inicial de la curiosidad y la creatividad, y por tanto, la puerta de atrás de nuestra inteligencia adaptativa.

La incertidumbre de lo que no conocemos o entendemos es la misma que, si podemos soportarla, nos ofrece una posibilidad de ir más allá tanto por fuera como por dentro, y crear el mundo. Un mundo en el que vivirán los que vengan detrás pero que todavía no existe. Solo como curiosidad, todos los estudios estadísticos para entender sistemas complejos, incluidos aspectos de la psicología humana necesitan tener en consideración un intervalo de confianza, es decir, un intervalo entre dos valores donde se ‘estima’ que va a suceder lo que se investiga, en relación con el sistema al que se hace referencia. Y ese ‘estimar’, implica siempre aceptar que hay un espacio fuera de ese intervalo en el que sucederán otras cosas distintas a las previstas. Así también se hace la ciencia.