Lo inevitable
La ciencia, así en general, tiene el objetivo de predecir cómo va a actuar la realidad (bien sea un fluido, un virus o una persona) desde el momento en que se pone a experimentar. Se supone que conocer algo en profundidad nos da la capacidad de predecir su comportamiento, asumiendo que se repetirá en general lo que hemos estudiado en concreto. Pero una vez en el entorno natural, incluso la ciencia más rigurosa que estudia la interacción natural, deja en sus conclusiones un espacio estadístico que acepta que puede suceder algo diferente a lo previsto, una vez fuera del control de los laboratorios.
Sin embargo, las personas parecemos impermeables a este principio de prudencia ante la complejidad de la vida que se impone, y lejos de aprender a relacionarnos con lo que se aleja de nuestras predicciones tratamos de minimizar al máximo lo inesperado, al punto de negarlo. Y el problema es que, negándolo, nos volvemos ciegos, ciegas a sus dinámicas, su sentido, su potencial; y al no conocer nada de todo eso aumenta también el miedo.
Así que, ¿podemos mirar a la incertidumbre sin asustarnos de primeras? Para ello podemos empezar por admitir su existencia como una ley más del mundo (como la gravedad o la inercia), abriendo la puerta a que no solo suceda, sino que nos suceda. Para seguir, podemos también abrir la mente a la posibilidad de un resultado favorable ante lo inesperado. Normalmente llenamos los huecos de información de temores, y nos cuesta ver que estos son solo una posibilidad de muchas para cuando esa incertidumbre finalmente tome forma. Sin contratiempos no habría sorpresas, no veríamos con nuevos ojos lo de siempre ni descubriríamos nuevos y potenciales aspectos de interés en la vida. No pasaría nada que realmente nos hiciera sentir vivos, vivas, y estaríamos condenados a no evolucionar. Estar atentos, atentas a lo nuevo que surge, también nos permite prevenir riesgos de realidades emergentes. Por ejemplo, hacer como que ese dolorcillo nuevo en la rodilla no es nada, quizá nos pone en riesgo de descuidar una articulación que envejece. Otro aspecto a tener en cuenta en esa relación con lo descontrolado es honrar el hecho de que solo el papel en blanco permite ser escrito, y que no saber implica la posibilidad de descubrir, de saber eventualmente, de crecer. Y, de ahí, algo también estupendo que conlleva lo inesperado es que nos rebaja la omnipotencia y la desconexión con el mundo que da creer que uno lo sabe todo.
En definitiva, poder mirar a las cosas y ver en su imprecisión su potencial para que nos sorprendan da a lo inesperado un atractivo diferente. Y claro que las cosas pueden salir mal después de todo, pero es que nuestro miedo, la estrategia del avestruz, no van a hacer que mejoren, ni mucho menos. Simplemente ejercitémonos para tener la flexibilidad de montar ese caballo cuando se desboque, y si nos preparamos, igual incluso llegamos a disfrutarlo.