Iker Fidalgo
Crítico de arte
PANORAMIKA

Vencedores y vencidos

Una de las obras que forma parte de la muestra «Nuevo monumentalismo», que Kepa Garraza expone en la galería Espacio Marzana de Bilbo.
Una de las obras que forma parte de la muestra «Nuevo monumentalismo», que Kepa Garraza expone en la galería Espacio Marzana de Bilbo. (Kepa Garraza)

En el año 2011, la prestigiosa revista “Time” eligió para su entrega como personaje del año una portada algo inusual. El espacio ocupado habitualmente por personalidades como Barack Obama, Vladimir Putin, Taylor Swift o Elon Musk dio paso a un rostro encapuchado del cual solo se veían los ojos. La imagen no era una fotografía, sino que estaba realizada con un trazo digital que parecía imitar a la ilustración del graffiti callejero a través de colores planos y luces sin matices. El personaje protagonista era “el manifestante” y se hacía eco de un periodo marcado por una serie de revueltas iniciadas por la Primavera Árabe y que tuvieron eco en iniciativas como el 15M en el Estado español, Yo soy 132 en México, Occupy Wall Street en EEUU o el movimiento estudiantil de Chile. La revuelta callejera adquirió entonces un protagonismo social comparable al que obtuvieron manifestaciones antiglobalización de finales de los años 90 en lugares como Praga o Seattle. En una era condicionada por la información inmediata y la conexión constante, los ecos entre iniciativas y contextos crearon un movimiento global que parecía querer derrotar los pilares de un sistema basado en la desigualdad social. Más de una década después, muchos de aquellos sucesos parecen tan solo recuerdos de una época pasada y el mundo se enfrenta a una oscuridad marcada por una ultraderecha cada vez más fuerte. ¿Qué hubiera sucedido si el poder hubiera caído derrotado?

Sobre esta pregunta podría enmarcarse el contenido de la exposición que el artista Kepa Garraza (Berango, 1979) inauguró a mediados del pasado mes de junio en la galería Espacio Marzana de Bilbo. “Nuevo monumentalismo” reflexiona sobre los mecanismos que el poder utiliza para la creación de una memoria colectiva y el rol que ejercen el monumento y la escultura pública. Garraza realiza propuestas escultóricas que nunca serán realizadas, en las que los personajes principales portan pancartas, máscaras de gas, caretas de Anonymous o aparecen siendo reprimidos por la policía antidisturbios. La destreza técnica de Garraza, esta vez asentada en el modelado en 3D, nos lleva a través de una serie de planteamientos hiperrealistas a encontrar imágenes que subvierten los códigos habituales de la representación del poder. El resultado son obras que juegan con la fuerza de la imagen para crear un contenido directo e impactante.

El juego planteado por el artista se entiende desde el primer vistazo, proponiendo una lectura que profundiza en la manera en que nuestro imaginario colectivo es construido desde quien regenta el poder. Las piezas alteran el régimen visual y aquellos personajes ensalzados e idolatrados nos hablan de una historia, la de los vencidos, que nunca llega a ser contada a menos que desde lugares como el arte reivindiquemos su presencia.