XANDRA ROMERO
SALUD

¿Qué podemos aprender los adultos de los bebés?

Los adultos también podemos aprender de los bebés. Si nos fijamos en muchos de los comportamientos de los más pequeños de la casa en su relación con la comida, veremos como siguen sus señales internas y descubren sabores alimentándose más libremente sin el encorsetamiento social.

(Getty)

Resulta curioso la de cosas que se pueden descubrir si uno tiene la oportunidad de analizar el inicio de la conducta alimentaria desde cero, cuando se observa cómo se alimenta un bebé al que, por supuesto, se respetan sus gustos, apetito y saciedad. Cuando lo hacemos, uno puede darse cuenta de cómo y sobre todo, cuánto afectan los horarios, las costumbres y el resto de las normas sociales en nuestra manera de relacionarnos con la comida y cómo no todo, pero sí mucho de lo que ocurre durante esta etapa, condiciona al final nuestra forma de comer y relacionarnos con los alimentos en la edad adulta.

Por ejemplo, si se ofrecen varios alimentos con distintas texturas a un bebé, observaremos como éste los toca, los estruja y los golpea antes de decidir si merece la pena o no probar el sabor. Por eso, es habitual que a los que nos calzaron las verduras y frutas en purés, no hayamos podido tolerar muchos vegetales enteros debido a su textura.

También me resulta curioso cómo un bebé necesita ir alternando distintos sabores y texturas para no aburrirse, por ejemplo dejando pescado y comiendo la fruta para luego volver al pescado. Los adultos ni nos planteamos esto, porque tenemos que comer primero el primer plato, después el segundo y después el postre. Nada de alternar.

Un bebé también necesita hacer pausas en su ingesta para jugar y gritar, como nosotros para socializar, una de las funciones de la alimentación, sin embargo, es habitual que los padres nos pongamos nerviosos cuando hacen esto.

Tampoco importa si tiene que pausar su ingesta porque necesita tomar teta, o ser calmado durante la comida, porque lo alimentario deja de ser prioridad cuando lo emocional hace su aparición. Nadie puede alimentarse como debe ser, disfrutando y apreciando los sabores y texturas si tiene un nudo en la garganta, si está angustiado, tremendamente triste o muy enfadado. Esto es algo en lo que suelo insistir a los familiares de mis pacientes con anorexia o bulimia y que cuesta que entiendan; si necesitan parar, levantarse de la mesa, llorar, desahogarse y retomar la ingesta cuando se encuentren mejor, deben permitirles hacerlo. Y esto deberíamos aplicarlo a cualquiera de nosotros.

Así pues, como suele ocurrir, a medida que crecemos y nos sometemos al encorsetamiento social, perdemos muchas capacidades innatas como es la capacidad de alimentarse libremente, siguiendo únicamente nuestras señales internas. En esto como, me temo, en muchas otras cuestiones, los adultos deberíamos aprender más de los niños.