Samuel Nacar
EL TURISMO FLORECE MIENTRAS EL CONFLICTO SAHARAUI PERMANECE INVISIBLE

Dajla, un paraíso ocupado

Desde la ocupación marroquí en 1975 de la República Árabe Saharaui Democrática, muchos saharauis se vieron obligados a marcharse de sus casas rumbo a los campamentos de refugiados situados en medio del desierto del Sahara, al sur de la ciudad argelina de Tinduf. Hoy, la ocupación continúa sobre casi todo el territorio. También en Dajla, un nuevo destino turístico explotado por Marruecos y que mantiene invisibilizada la realidad saharaui ante la llegada de nuevos visitantes.

Un grafiti de la bandera saharaui en las calles de Dajla.

Apesar de que el Sahara Occidental tiene 1.062 kilómetros de costa, muchos saharauis jamás han visto el mar. «Le explico a mi hija qué es el mar, y me muero de tristeza porque no saben lo que es el mar, no saben ni siquiera lo que es el pescado», afirma la alcaldesa de la Wilaya de Smara en los campos de refugiados. Un muro de 2.700 kilómetros separa lo que se conocen como los territorios liberados de los ocupados. Construido por Marruecos tras la ocupación, se ha convertido en el segundo muro más grande del mundo, detrás de la Gran Muralla China, con más de 7 millones de minas protegiéndolo. Y ahí está, cruzando impunemente el desierto y bloqueando el acceso al mar y a su tierra a miles de saharauis que han quedado separados por una masa de arena y cuarteles militares, mientras que en los territorios liberados el Frente Polisario sigue intentando reconquistar su tierra. Al otro lado, la ocupación persiste. Y en ese territorio ocupado está Dajla, una península en el África Occidental que hoy se erige como la referencia del proyecto de ocupación de Marruecos. Ocupar: «Tomar posesión o apoderarse de un territorio, un lugar, un edificio, etc., invadiéndolo o asentándose en él».

Si Instagram fuera un lugar, podría ser Dajla. La belleza de su costa es inmensamente conmovedora y, cuando el sol se pone frente al imponente Atlántico, te invade una ligera sensación de tristeza, como si estuvieras en uno de los lugares más hermosos del mundo. Un espacio que se ha mantenido intacto y que, en los últimos años, se ha convertido en el centro económico más importante de los territorios ocupados. En la calle se comenta que es porque es uno de los lugares favoritos de la princesa Lalla Salma; otros dicen que fue el rey Mohammed VI quien, en 2017, construyó varios hoteles, y desde entonces, todos saben que Dajla está «segura» y que se puede empezar a negociar.

Todas las noches, cientos de pescadores se adentran en el mar en estos neumáticos, cargados con una batería y una luz para que vengan los calamares.

Cajas llenas de sepia en la lonja de Dajla.
GENERATION GREEN

La primera vez que nos bañamos fuera de la ciudad, descendimos hasta las playas que están detrás de los kilómetros de invernaderos que las empresas y el Gobierno marroquí han construido. Tomates y melones que buscan competir con Almería en producción. De hecho, en su plan Generation Green 2020-2030, Marruecos proyecta levantar 5.000 hectáreas de invernaderos en el Sahara Occidental, lo que va en contra de la legalidad internacional, ya que Marruecos no tiene soberanía sobre ese territorio. Así lo explica Tone Safonn Moe, abogada noruega especializada en derechos humanos y derecho internacional, que comenzó a trabajar con casos del Sahara Occidental en 2016: «El traslado de población y la explotación de recursos bajo ocupación constituyen crímenes de guerra según las convenciones internacionales. Marruecos, sin embargo, continúa con estas prácticas sin rendir cuentas ante la comunidad internacional».

Y ahí estábamos, observando a lo lejos, sin poder acercarnos más debido a los controles de seguridad, cómo Marruecos estaba construyendo el mayor puerto de toda África Occidental. Una nube de polvo envolvía las enormes piezas de hormigón, y el constante desfile de camiones avanzaba por el camino paralelo al mar hasta llegar a la entrada, cargados de piedras de una cantera situada a veinte kilómetros. «Es increíble, estamos construyendo el puerto más grande de toda África Occidental y todo el equipo, desde los directivos hasta los trabajadores, somos marroquíes», decía orgulloso uno de los camioneros que había parado a descansar. Detrás teníamos los campos de tomates, y nosotros, en el agua, intentando despedirnos de ese lugar en un último baño, tras una semana sin lograr entender completamente lo que estaba ocurriendo.

Vistas de la laguna desde el chill out del Hotel Paraíso.

Eran las tres de la tarde y dos grupos de jóvenes, uno de tres, que se bañaban cerca de donde estábamos, y otro más numeroso, de unos diez, llegaron a la playa. Tenían un altavoz, una pelota de fútbol e intentaban hacer volteretas en el aire saltando contra las olas. Todos ellos venían de Conetra y Esauira, a más de 1.300 kilómetros de allí, en Marruecos. Todos con la misma idea: ganar dinero en los cultivos de tomates para luego tomar una patera e intentar llegar a las Islas Canarias, a Europa. De repente se escucha:

«¡Orca, orca!», empezaron a gritar, apuntando a las manchas negras que se desplazaban bajo el agua a escasos doscientos metros de la costa.

«¿Una orca?».

«Sí, sí, una orca», mientras el respiradero emergía y expulsaba agua hacia el cielo.

Allí estaban, en ese lugar en conflicto, sumergidos en una belleza indescriptible, entre una vorágine inmobiliaria, una agricultura extensiva y extractivista, y la pesca de calamares de dos kilos. Allí estaba Dajla, el paraíso ocupado.

SER UNA MINORÍA EN TU PROPIA CIUDAD

Llegar a Dajla como periodista es atravesar un umbral invisible. Marruecos se esfuerza en que nadie cuente lo que ocurre allí, y todos los caminos llevan la misma advertencia. Después de meses de planificación y de hablar con colegas deportados o bloqueados en el intento, decidimos optar por la discreción: ser turistas de ocasión, surfistas improvisados. Volamos primero a Senegal, donde nos esperaba un todoterreno. Recorreríamos los 1.500 kilómetros que separan Dakar de Dajla con tablas de surf en el maletero. Los sellos fronterizos contarían la historia oficial: dos europeos más, seducidos por el viento y las olas que Marruecos cuidadosamente ofrece a los ojos extranjeros. Así entramos. Éramos parte de ese decorado diseñado para distraer miradas, mientras al fondo, tras las dunas, sucedía lo que nadie debía contar.

«Uno de nuestros principales problemas en los territorios ocupados es la falta de monitoreo de derechos humanos. La ONU no ha logrado obtener acceso a estas áreas, lo que deja a la población saharaui sin una supervisión internacional efectiva para proteger sus derechos», explica Tome. El Sahara Occidental está cerrado para la prensa, salvo para los periodistas locales, quienes se enfrentan a largas condenas de cárcel o una vigilancia constante, como en el caso de Nazha El Khalidi, detenida mientras grababa una manifestación pacífica en El Aaiún. El Gobierno la acusó de delitos que podrían conllevar hasta cuatro años de cárcel, y actualmente vive en el exilio. Del Sahara Occidental apenas sale información.

La militarización de la ciudad es evidente. Dos barcos patrullan la laguna constantemente, y la única carretera de acceso a Dajla tiene un punto de control permanente. «Dajla solo tiene una entrada, y ese checkpoint es un filtro puesto por Marruecos para saber quién entra y quién sale», explica Hassan Zerouli. «La última vez que lo crucé, venía de El Aaiún, y cuando llegamos ahí, nos pararon y nos metieron en una pequeña habitación cerca del checkpoint para torturarnos».

Un trabajador marroquí prepara cócteles para turistas en la zona chill out del Hotel Paraíso.

Hassan Zerouli es un activista saharaui que vive en Dajla junto a su familia, y denuncia que «la realidad es que somos una minoría en nuestra propia ciudad». Aunque Dajla está viviendo una explosión económica, la juventud saharaui tiene unas tasas de paro altísimas porque se le impide acceder a puestos de trabajo. «Luego está la represión: jóvenes con altas penas de cárcel por hacer pintadas, una vigilancia constante; yo, por ejemplo, tengo una furgoneta delante de casa todos los días, y nos despiertan a horas intempestivas haciendo ruidos. Muchas familias denuncian diariamente que se les está quitando terrenos y viviendas para la construcción de hoteles».

Y eso solo en Dajla. En el resto de ciudades del Sahara Ocupado, como en Bojador, la represión es igual o mayor. La activista saharaui Sultana Jaya, que actualmente vive en el exilio, fue torturada tan brutalmente que le sacaron un ojo a porrazos. «No hay nada peor que sentir cómo te rompen toda la ropa que llevas y que te violen», me explicaba Sultana hace unos meses. Es solo otra forma de las torturas, la vulneración constante de los derechos humanos y la escasa información que sale de los territorios ocupados.

Pero tras cruzar ese punto de control, una carretera que discurre entre dunas y formaciones rocosas permite la entrada a la península. A lo lejos se ve la ciudad, pero el espectáculo comienza kilómetros antes. Frente al esplendor de los resorts, con sus fachadas luminosas y sus campos de golf cuidados, se extiende el incómodo silencio de los barrios saharauis, donde desaparece el lujo y la diversión de los turistas, y se reemplaza por el ajetreo de una ciudad en conflicto donde cada 100 metros encontramos una valla publicitaria con la bandera de Marruecos.

EAT, KITE, SLEEP, REPEAT

El cielo se llena de cometas de colores fluorescentes, y las personas sobrevuelan el mar como si estuvieran colgadas de cables que bajan desde las nubes. Otros surcan ese trozo de mar arrastrados por el viento. A escasos minutos en coche del punto de control, a mano derecha, comienza la laguna, donde se reúnen cientos de turistas. Un espacio natural único, sin olas, pero con viento 340 días al año. Un paraíso natural que en los últimos años ha sido colonizado, mayoritariamente por europeos que viajan a lo que se conoce como el mejor spot de kitesurf del planeta. «Bienvenidos a Dajla, Marruecos», nos dice uno de los kitesurfistas mientras lo grabamos. «El sitio del kitesurf es Dajla, el mejor spot -área idónea para prácticar este deporte- del mundo».

Él es el dueño del Paraíso Hotel, situado frente a la laguna, de nueva construcción, junto a otros dos hoteles aún por terminar o por empezar a gestionar. Junto con su padre, vinieron de Chefchaouen para construir este resort turístico.

Un grupo de turistas haciendo kitesurf en la laguna.

Alex, que ha venido junto a doce amigos de Burdeos, comenta: «Es increíble, parece que encendieron el ventilador cuando llegamos y que lo apagarán cuando nos vayamos. Es genial. Es la tercera vez que venimos, y solo quiero decir que los marroquíes son súper». Neil, Rekha y Julliet, que vienen desde Alemania, dicen entre risas: «Dajla es eat, kite, sleep, repeat». Como la inmensa mayoría de los turistas europeos que llegan a Dajla, solo salen del hotel para hacer kitesurf, y su única interacción con los locales es con los instructores, todos colonos marroquíes.

«En la puerta para el siguiente vuelo, revisamos en Google cuál es la situación aquí en el Sahara Occidental, y leímos sobre este ejército rebelde, que aparentemente está apoyado por Argelia y todo eso, y sobre el muro de arena que Marruecos construyó para mantenerlos alejados», señala Neil, consciente del conflicto subyacente que existe en la zona. «Pero, en realidad, cuando llegamos aquí, no vimos nada, no lo sientes realmente. Y, por supuesto, en cada hotel hay seguridad. Entonces, te preguntas, bueno, ¿cuál es la razón detrás de esto? Pero nunca nos sentimos en peligro. Así que, sí, creo que la seguridad no es un problema aquí».

Y, mientras se sigue por la carretera, y se cruza el epicentro turístico de construcciones con menos de diez años -muchas de ellas vacías todavía-, hay que reducir la velocidad. A un lado tenemos la laguna, al otro vemos una fila de hoteles, bungalows y casas de alquiler de primera clase, que se alquilan a precios europeos. Las personas disfrazadas con su neopreno y cargadas con una tabla y una cometa que cruzan la carretera para llegar a la laguna son conocidas como los “beach boys”. Y han venido aquí a “Eat, kite, sleep repeat.”

Sin embrago, el impacto político de un acto tan simple como el de irse de vacaciones tiene consecuencias. Implica la legitimación de la ocupación marroquí en un territorio que está en disputa desde hace décadas. Marruecos promueve el turismo en Dajla como una forma de consolidar su control sobre el Sahara Occidental. Al atraer turistas, Marruecos busca presentar la región como una parte integral y pacífica de su territorio, minimizando la disputa internacional y la lucha de los saharauis por la independencia. Al visitar Dajla, los turistas pueden, sin saberlo, estar apoyando una narrativa marroquí que normaliza la ocupación.

Como explica la abogada, «el traslado de población y la explotación de recursos bajo ocupación constituyen crímenes de guerra según las convenciones internacionales». Así, el turismo se convierte en parte de la explotación económica que Marruecos ejerce sobre el territorio.

Aunque para los saharauis significa mucho más: «El turismo europeo o occidental en el Sahara Occidental representa una participación en la ocupación marroquí. Es un lavado de cara, ya que muchos de esos turistas solo ven el lado bonito que Marruecos les intenta vender, pero no la realidad de los saharauis, quienes estamos dentro, invisibles y sufriendo las consecuencias y la represión de la ocupación. Estas visitas no ayudan en nada a los saharauis; más bien, contribuyen a la narrativa y propaganda de Marruecos para promover el turismo», explica Hassan Zerouli.

I LOVE EVERYTHING OF DAJLA

Hay lugares que, cuando llegas por primera vez, hay algo que no llegas a entender. Todo está en construcción, como cuando una fábrica llega a un pueblo, como cuando las periferias se convierten en barrios, o cuando el turismo gentrifica una ciudad. Es esa creación de un no lugar, un sitio donde no hay arraigo, hay dinero, no hay ciudadanos, hay trabajadores y no hay cultura, hay souvenirs. Dajla se ha convertido en algo parecido a eso. Grandes avenidas llenas de luces que iluminan carteles de hoteles que están por construir, descampados que pretenden ser un barrio, hoteles de lujo por estrenar y trabajadores que han llegado aquí de todas las partes de Marruecos con la intención de irse.

Una turista lee mientras toma el sol en el hotel Dakhla Attitude.

Entre las estrategias que el Gobierno marroquí ha desarrollado para el arraigo de los colonos está la exención de impuestos. Dajla es conocida por esta y otras razones como la pequeña Dubái. Y los jóvenes marroquíes van a estudiar, a trabajar y a disfrutar de esta ciudad de vacaciones. Zakaria, que está surfeando junto a otros jóvenes en la playa situada junto al Westpoint Hotel, tiene 20 años y ha venido desde Agadir para estudiar en la universidad. «Me gusta todo de Dajla, el tiempo, los spots y la comida». Esa tarde las olas no son muy buenas, pero siguen dentro del agua hasta que se pone el sol. Junto a él está Ali, de 19 años, de padre es saharaui y madre marroquí. «No tengo problemas con Marruecos ni con los saharauis, es la paz, estamos todos bien aquí. El problema es la política. Hay paz en Dajla ahora, pero si vas a Smara o El Aaiún, ahí sí que hay problemas».

Mamina, cuya familia es de Dajla, pero tuvieron que escapar en 1978 cuando llegaron los marroquíes y actualmente vive en el exilio, consiguió entrar por primera vez en Dajla en 2024. Tiene 32 años. «Nunca había estado, yo no puedo entrar. Pero hace dos meses con el pasaporte español entré desde Mauritania, estuve una noche y cogí el avión para Casablanca», explica desde los campamentos de refugiados en Tinduf, al otro lado del muro, en medio del desierto. «Me entraron náuseas al ver todos esos globos, esas telas, la cantidad de surferos, la cantidad de hoteles que te encuentras en la entrada, la cantidad de tractores levantando tierra para construir todo. Ese ajetreo del ocupante marroquí que está haciendo un holding turístico ahí. Yo no lo he visto ni en el sur de Gran Canaria, ni en la zona de Las Palomas, ni en ningún sitio. Y me generó una sensación muy, muy, muy angustiante porque se están aprovechando de todo, hasta el último grano de tierra, para sacar beneficio».

Piscina del Westpoint Dakhla, uno de los principales hoteles para aquellos que acuden a surfear a Dajla. Aunque sea conocida por el viento y el kitesurf, Dajla también es un gran lugar idóneo para surfear.

Hace años viajé a Hebrón, en Cisjordania, Palestina, donde un guía nos intentaba enseñar la ciudad, los espacios bloqueados, las calles cortadas y los checkpoints dentro de la propia ciudad que separaban el lado donde vivían los palestinos del lado donde vivían los colonos. En uno de los checkpoints se generó un debate entre el guía y uno de los militares sobre los derechos sobre esa tierra. En cierto punto, el guía le preguntó inocentemente al joven militar de dónde era su padre. Él le contestó: «Es americano». «Y tu madre, ¿de dónde es?», le volvió a preguntar. «Mi madre es de Canadá». Y entonces el guía le dijo: «Mi padre nació aquí, mi abuelo nació aquí y mi bisabuelo nació aquí».

«Con la Marcha Verde, nosotros reclamamos nuestro país porque esto es nuestro, Argelia nos lo quitó», dice Sofian, dueño de una hípica para turistas cerca de la laguna. «Argelia no existe, son los franceses los que lo han creado, y ellos han utilizado a los saharauis para hacer la guerra con nosotros». Sofian es de Casablanca, Marruecos, su familia es de allí y vive junto a su mujer de origen francés. Hace cuatro meses llegaron a Dajla para montar su hípica.

«Además, estuve paseando toda la tarde y la noche, paseando por la mañana antes de tomar el avión, y eran todos colonos marroquíes. Nosotros los diferenciamos perfectamente. Los occidentales a lo mejor veis a todo el mundo igual, pero se ve la diferencia, se diferencia en una cara, las facciones, pero también en la lengua, en la forma de caminar, la forma de ser, la forma de vestir», explica Mamina. Los datos actuales dicen que la cifra de colonos debe de estar en torno al 95% de la población que vive en Dajla.

LA REALPOLITIK

A pesar de que Dajla es llamada la pequeña Dubái, su crecimiento ilustra la impunidad con la que Marruecos ha actuado durante años, como si el último territorio africano pendiente de descolonización ya le perteneciera. Y es que los últimos años han sido un ejemplo del poder que Marruecos actualmente tiene a nivel internacional. «El reconocimiento de la soberanía marroquí por parte de Estados Unidos en 2020, seguido por España y Francia, ha inclinado significativamente la balanza a favor de Marruecos. Al otro lado, los saharauis se encuentran cada vez más solos, sin ningún gobierno con suficiente peso internacional que apoye su causa más allá de declaraciones formales», explica Jesús Núñez Rodríguez, experto en relaciones internacionales, seguridad internacional y prevención de conflictos violentos en el mundo árabe-musulmán.

Carteles promocionales del Dreambay Hotel, en futura construcción, en uno de los cientos de descampados que hay en la ciudad.

«Desde mi punto de vista, Marruecos entiende que el tiempo corre a su favor. No va a haber un cambio definitivo a corto plazo, pero día a día, a través de los hechos, está consiguiendo crear una realidad socioeconómica y demográfica distinta en la parte ocupada. Marruecos ha estado llenando los territorios ocupados con población marroquí desde hace mucho tiempo. De hecho, si algún día se celebrara un referéndum, Marruecos ya ha creado una realidad demográfica que garantizaría en gran medida el resultado deseado».

Desgraciadamente, aunque la razón histórica y el derecho internacional apoyan sin ninguna duda la causa saharaui, «la realpolitik muestra que los saharauis no tienen ninguna opción en términos bilaterales». Según el experto, Marruecos utiliza un doble enfoque: por un lado, intenta atraer a los saharauis con beneficios si aceptan la soberanía marroquí; por otro, emplea la represión y la violencia contra aquellos que critican o cuestionan este statu quo.

Bloques de edificios que forman parte de la ciudad, rodeados de descampados que planean ser construidos.

Los jóvenes que jugaban en la playa terminaron su descanso y volvieron a los invernaderos. Nosotros tomamos la carretera en dirección contraria a los caminos que venían cargados de rocas de la cantera. Mientras nos alejábamos, el puerto se desdibujaba en el horizonte, como una promesa que quizá nunca se cumpliría. La duda persistía: ¿Es Dajla un proyecto de futuro o una ilusión de poder? Dejamos atrás el punto de control de entrada a la península de Dajla y nos enfrentamos al desierto; el próximo pueblo se encontraba a 280 kilómetros. Y seguimos preguntándonos si lo que habíamos visto era realidad o una ilusión propagandística construida por el rey Mohammed VI. ¿Sería capaz esa ciudad en medio del desierto, a más de 100 kilómetros del siguiente asentamiento, de convertirse en el próximo destino del turismo de masas?

Mientras el desierto se extendía ante nosotros, sin rastro de civilización y con kilómetros y kilómetros de carretera vacía, nos alejábamos de la ciudad, pero no de la duda. En algún punto, la carretera y la ficción se confunden. El puerto, las promesas, las tierras arrebatadas: todo en Dajla parecía estar suspendido entre el presente y un futuro que nunca llega, y no podía dejar de preguntarme si todo esto valía la pena. ¿Cuánto tiempo podría sostenerse una ciudad que parece depender más de las ficciones que de la realidad?